Inquieta compañía
Carlos Fuentes
Alfaguara
Por Daniel Salinas Basave
Cuando se lee el nuevo libro de un autor cuya obra está por cumplir los 60
años de vida, es inevitable sucumbir al vicio de elaborar cartografías
literarias.
Sin quererlo, uno se pone a dibujar figuras geométricas y a trazar mapas
con la ruta del escritor.
En el caso concreto de Carlos Fuentes, da la impresión de que su más
reciente creación, Inquieta compañía, está cerrando un círculo. Pareciera que con estos inquietantes relatos, que hacen los honor al título
del libro, Carlos Fuentes deseara volver a abrevar en sus orígenes.
Si Instinto de Inez fue un retorno, no muy afortunado por cierto, a la
mística de Aura, la oscura ficción de Inquieta compañía nos recuerda una
obra aún más antigua: Los días enmascarados.
Atrás ha quedado el extremo barroquismo de Terra nostra y Cristóbal Nonato,
cuando Fuentes jugó a transformarse en una suerte de Thomas Mann del Nuevo
Mundo.
Ahora nos encontramos un Carlos Fuentes casi, casi gótico, que recrea o
rinde homenaje a esa tradición literaria iniciada con el Castillo de Otranto
de Walpole, que encuentra su primavera en Melmoth el errabundo y su punto
culminante en el Drácula de Stoker.
Desde luego que Carlos Fuentes no se está estrenando en literatura de
fantástica, pero Inquieta compañía me resulta su obra más emparentada con
los cánones de un Poe, si bien jamás deja de tener una esencia muy a lo
Fuentes. Al menos esa es la impresión que me deja una apurada primera
lectura de los seis relatos que componen el libro, hermanados todos ellos
por el elemento fantástico y la intuición constante de la sombra de lo
oculto.
El amante del teatro, La gata de mi madre, La buena compañía, Calixto Brand,
La bella durmiente y Vlad, completan el sexteto de Inquieta compañía. En
cinco de los seis relatos Fuentes opta por la primera persona. En todos
encontramos una aproximación a lo fantasmagórico, si bien algunos no están
exentos de cierto elemento de sarcasmo social.
Y si bien la estructura total de la obra nos recuerda en algo las
Narraciones extraordinarias de Poe, la vibra Fuentes se hace presente desde
el primer cuento.
El autor sigue sin poder evitar empaparnos con disertaciones eruditas sobre
tópicos diversos, como ocurre en el amante del teatro, una suerte de
tergiversación macabra del Hamlet, en donde dedica una buena parte del
tiempo a disertar sobre la tradición de las artes escénicas británicas. Pero también hay espacio para esa crítica recurrente de Fuentes a los
delirios aristocráticos de la sociedad mexicana, como sucede en “La gata de
mi madre”, donde juega con el vocablo despectivo que se utiliza en México
para nombrar a las empeladas domésticas, además de recobrar una figura que
se ha vuelto común en la literatura, como es la de una madre autoritaria que
ni aún muerta deja de ejercer su despotismo.
En La buena compañía nos encontramos con esa recurrente obsesión de Fuentes
por los árboles genealógicos mexicanos, cuyas ramas son cercenadas por
exilios y pesadillas revolucionarias.
En el caso de Vlad el título es más que explicativo aunque Fuentes
sorprende efectivamente al lector al elaborar una bien lograda versión
mexicana del clásico de Stoker y ofrecer una interesante meditación en torno
a la romántica figura del vampiro.
Aunque la vena de esta obra de literatura fantástica, Fuentes no deja
escapar pinceladas que ubican los relatos en tiempos y escenarios muy
precisos e incluso actuales.
En el amante del teatro, por ejemplo, se permite señalar que el narrador
acude a ver el Calígula de Camus justo en los días de Primavera en que
Estados Unidos inicia la invasión a Iraq, episodio que Fuentes criticó
duramente.
De cualquier manera, da la impresión de que Fuentes apuesta ahora por una
estructura narrativa sencilla y sin demasiados retos para el lector. No hay laberintos estructurales ni desafíos narrativos a la concentración
del lector, por lo que Inquieta compañía resulta bastante apto para todo
tipo de público, aunque sin duda los habituales detractores de Fuentes, que
están a la “vuelta” de la esquina, se encargarán de despezar la obra. Al final, puedo decir a manera de conclusión que Inquieta compañía es, de
las nuevas obras de Fuentes la que me ha dejado más satisfecho. Luego de decepcionarme con Los años con Laura Díaz y quedarme con un
incómodo “sin embargo” después de leer Instinto de Inez (confieso que ni
siquiera se me antojó leer La silla del Águila), Inquieta compañía ha
logrado recordarme que algún día, no hace muchos años, Fuentes estaba entre
mis plumas más apreciadas.
Carlos Fuentes
Alfaguara
Por Daniel Salinas Basave
Cuando se lee el nuevo libro de un autor cuya obra está por cumplir los 60
años de vida, es inevitable sucumbir al vicio de elaborar cartografías
literarias.
Sin quererlo, uno se pone a dibujar figuras geométricas y a trazar mapas
con la ruta del escritor.
En el caso concreto de Carlos Fuentes, da la impresión de que su más
reciente creación, Inquieta compañía, está cerrando un círculo. Pareciera que con estos inquietantes relatos, que hacen los honor al título
del libro, Carlos Fuentes deseara volver a abrevar en sus orígenes.
Si Instinto de Inez fue un retorno, no muy afortunado por cierto, a la
mística de Aura, la oscura ficción de Inquieta compañía nos recuerda una
obra aún más antigua: Los días enmascarados.
Atrás ha quedado el extremo barroquismo de Terra nostra y Cristóbal Nonato,
cuando Fuentes jugó a transformarse en una suerte de Thomas Mann del Nuevo
Mundo.
Ahora nos encontramos un Carlos Fuentes casi, casi gótico, que recrea o
rinde homenaje a esa tradición literaria iniciada con el Castillo de Otranto
de Walpole, que encuentra su primavera en Melmoth el errabundo y su punto
culminante en el Drácula de Stoker.
Desde luego que Carlos Fuentes no se está estrenando en literatura de
fantástica, pero Inquieta compañía me resulta su obra más emparentada con
los cánones de un Poe, si bien jamás deja de tener una esencia muy a lo
Fuentes. Al menos esa es la impresión que me deja una apurada primera
lectura de los seis relatos que componen el libro, hermanados todos ellos
por el elemento fantástico y la intuición constante de la sombra de lo
oculto.
El amante del teatro, La gata de mi madre, La buena compañía, Calixto Brand,
La bella durmiente y Vlad, completan el sexteto de Inquieta compañía. En
cinco de los seis relatos Fuentes opta por la primera persona. En todos
encontramos una aproximación a lo fantasmagórico, si bien algunos no están
exentos de cierto elemento de sarcasmo social.
Y si bien la estructura total de la obra nos recuerda en algo las
Narraciones extraordinarias de Poe, la vibra Fuentes se hace presente desde
el primer cuento.
El autor sigue sin poder evitar empaparnos con disertaciones eruditas sobre
tópicos diversos, como ocurre en el amante del teatro, una suerte de
tergiversación macabra del Hamlet, en donde dedica una buena parte del
tiempo a disertar sobre la tradición de las artes escénicas británicas. Pero también hay espacio para esa crítica recurrente de Fuentes a los
delirios aristocráticos de la sociedad mexicana, como sucede en “La gata de
mi madre”, donde juega con el vocablo despectivo que se utiliza en México
para nombrar a las empeladas domésticas, además de recobrar una figura que
se ha vuelto común en la literatura, como es la de una madre autoritaria que
ni aún muerta deja de ejercer su despotismo.
En La buena compañía nos encontramos con esa recurrente obsesión de Fuentes
por los árboles genealógicos mexicanos, cuyas ramas son cercenadas por
exilios y pesadillas revolucionarias.
En el caso de Vlad el título es más que explicativo aunque Fuentes
sorprende efectivamente al lector al elaborar una bien lograda versión
mexicana del clásico de Stoker y ofrecer una interesante meditación en torno
a la romántica figura del vampiro.
Aunque la vena de esta obra de literatura fantástica, Fuentes no deja
escapar pinceladas que ubican los relatos en tiempos y escenarios muy
precisos e incluso actuales.
En el amante del teatro, por ejemplo, se permite señalar que el narrador
acude a ver el Calígula de Camus justo en los días de Primavera en que
Estados Unidos inicia la invasión a Iraq, episodio que Fuentes criticó
duramente.
De cualquier manera, da la impresión de que Fuentes apuesta ahora por una
estructura narrativa sencilla y sin demasiados retos para el lector. No hay laberintos estructurales ni desafíos narrativos a la concentración
del lector, por lo que Inquieta compañía resulta bastante apto para todo
tipo de público, aunque sin duda los habituales detractores de Fuentes, que
están a la “vuelta” de la esquina, se encargarán de despezar la obra. Al final, puedo decir a manera de conclusión que Inquieta compañía es, de
las nuevas obras de Fuentes la que me ha dejado más satisfecho. Luego de decepcionarme con Los años con Laura Díaz y quedarme con un
incómodo “sin embargo” después de leer Instinto de Inez (confieso que ni
siquiera se me antojó leer La silla del Águila), Inquieta compañía ha
logrado recordarme que algún día, no hace muchos años, Fuentes estaba entre
mis plumas más apreciadas.