Taxi tijuanero
En Tijuana el taxi colectivo es un microcosmos que desafía las leyes del espacio, una sociedad aleato-ria de 10 individuos (contando el chofer) deambulando en el caos urbano. En todo taxi debe ir una doña gorda. Ello es una premisa existencial. Sin la mencionada doña de rechonchas carnes empeña-da en pagar sólo un pasaje, el taxi perdería su fundamento ontológico. En el 90% de los espejos de los taxis, cuelga una crucifijo que rebota furioso contra el parabrisas cada que el vehículo cae en uno de los miles de baches que las calles de Tijuana obsequian generosamente a sus felices automovilistas.
Las ventanas y el parabrisas mismo son espacios compartidos por una Virgen Guadalupana y siluetas de voluptuosas evas de formas imposibles. Las dos representaciones femeninas del trauma mexicano, la madre siempre virgen y abnegada y la puta, cachonda, potable e infiel, comparten el territorio en estos microcosmos motorizados. Junto a las femeninas imágenes, es posible ver sobre el tablero al-guna foto de la bebita del conductor, siempre vestida de rosa, una “oración del chofer” acompañada de una reliquia de la Virgen de Zapopan y algún artefacto lúdico ganado en alguna feria. He de acla-rar que cada vez son más los taxistas que se transforman en cristianos evangélicos y se sobreentiende que no usan imágenes de deidades. El problema es que los choferes evangélicos suelen traer en el ra-dio algún casete de cantores de su iglesia y se pasan el recorrido entero hablando de Cristo su salva-dor. Los choferes católicos, que aún siguen siendo mayoría, son más desparpajados. Los hay ruquísi-mos y otros casi niños. Casi siempre son foráneos, las más de las veces oriundos de la hermana repú-blica de Sinaloa y sin embargo conocen de memoria los más improbables recovecos proletarios de nuestra Tijuana. La música que escuchan los taxistas es, en el 70% de las ocasiones, cumbia tucane-ra, balada Buki, narcocorrido del As de la Sierra o romántico berreo del Coyote y su banda. Los de-más se contentan con los éxitos televisos de Paulina, Luis Miguel y basuras semejantes. Los más cho-los escuchan gangsta rap. Otros, generalmente los más ruquitos, son adictos a las tribunas radiales. Cuando el taxista va escuchando la tribuna, generalmente suele armarse un espontáneo panel de dis-cusión entre los pasajeros sobre lo mal que está el gobierno, lo corrupta que es la policía y lo cara que está la vida. Aunque siempre que viajo en taxi voy clavado en algún libro, no han sido pocas las veces que he tenido que interrumpir mi lectura para integrarme a un debate colectivo sobre alguna cues-tión. Nunca falta una doñita que te de la bendición (hoy justamente en un taxi rojo una doñita me dijo que Dios te bendiga) Por las noches son frecuentes los borrachos que se quedan dormidos en tu hombro y también los polizones que viajan en el asiento de hasta atrás y escapan sin pagar cuando han llegado a su destino. Inevitable el chofer que juega carreras, despreciable el cazador codicioso que quiere subir a cuanto peatón se cruce en su camino con tal de llenar su cuota de nueve pasajeros. Algunas veces, puedes tener la suerte de que una morrita bastante potable se siente a tu lado y en-tonces, sólo entonces, agradecerás la condición de sardina a la que condenan esta clase de vehículos.
Taxis que me he utilizado en mi vida
Taxi amarillo Centro- Playas
Taxi amarillo Tijuana- Rosarito
Taxi café Módulos Otay
En Tijuana el taxi colectivo es un microcosmos que desafía las leyes del espacio, una sociedad aleato-ria de 10 individuos (contando el chofer) deambulando en el caos urbano. En todo taxi debe ir una doña gorda. Ello es una premisa existencial. Sin la mencionada doña de rechonchas carnes empeña-da en pagar sólo un pasaje, el taxi perdería su fundamento ontológico. En el 90% de los espejos de los taxis, cuelga una crucifijo que rebota furioso contra el parabrisas cada que el vehículo cae en uno de los miles de baches que las calles de Tijuana obsequian generosamente a sus felices automovilistas.
Las ventanas y el parabrisas mismo son espacios compartidos por una Virgen Guadalupana y siluetas de voluptuosas evas de formas imposibles. Las dos representaciones femeninas del trauma mexicano, la madre siempre virgen y abnegada y la puta, cachonda, potable e infiel, comparten el territorio en estos microcosmos motorizados. Junto a las femeninas imágenes, es posible ver sobre el tablero al-guna foto de la bebita del conductor, siempre vestida de rosa, una “oración del chofer” acompañada de una reliquia de la Virgen de Zapopan y algún artefacto lúdico ganado en alguna feria. He de acla-rar que cada vez son más los taxistas que se transforman en cristianos evangélicos y se sobreentiende que no usan imágenes de deidades. El problema es que los choferes evangélicos suelen traer en el ra-dio algún casete de cantores de su iglesia y se pasan el recorrido entero hablando de Cristo su salva-dor. Los choferes católicos, que aún siguen siendo mayoría, son más desparpajados. Los hay ruquísi-mos y otros casi niños. Casi siempre son foráneos, las más de las veces oriundos de la hermana repú-blica de Sinaloa y sin embargo conocen de memoria los más improbables recovecos proletarios de nuestra Tijuana. La música que escuchan los taxistas es, en el 70% de las ocasiones, cumbia tucane-ra, balada Buki, narcocorrido del As de la Sierra o romántico berreo del Coyote y su banda. Los de-más se contentan con los éxitos televisos de Paulina, Luis Miguel y basuras semejantes. Los más cho-los escuchan gangsta rap. Otros, generalmente los más ruquitos, son adictos a las tribunas radiales. Cuando el taxista va escuchando la tribuna, generalmente suele armarse un espontáneo panel de dis-cusión entre los pasajeros sobre lo mal que está el gobierno, lo corrupta que es la policía y lo cara que está la vida. Aunque siempre que viajo en taxi voy clavado en algún libro, no han sido pocas las veces que he tenido que interrumpir mi lectura para integrarme a un debate colectivo sobre alguna cues-tión. Nunca falta una doñita que te de la bendición (hoy justamente en un taxi rojo una doñita me dijo que Dios te bendiga) Por las noches son frecuentes los borrachos que se quedan dormidos en tu hombro y también los polizones que viajan en el asiento de hasta atrás y escapan sin pagar cuando han llegado a su destino. Inevitable el chofer que juega carreras, despreciable el cazador codicioso que quiere subir a cuanto peatón se cruce en su camino con tal de llenar su cuota de nueve pasajeros. Algunas veces, puedes tener la suerte de que una morrita bastante potable se siente a tu lado y en-tonces, sólo entonces, agradecerás la condición de sardina a la que condenan esta clase de vehículos.
Taxis que me he utilizado en mi vida
Taxi amarillo Centro- Playas
Taxi amarillo Tijuana- Rosarito
Taxi café Módulos Otay