Eterno Retorno

Wednesday, March 17, 2004

El funeral es el rostro hipócrita de La Muerte. No, creo que debo retirar lo dicho, estoy blasfemando, pues La Santísima nada tiene que ver con la farsa social que representa un velorio. La Muerte, La Santa Muerte es sólo el pretexto de una congregación de pavos. Por razones eminentemente laborales, he tenido que estar presente en dos de las escenas del final de Angélica Aguirre Navarro. La no-che del lunes acudimos a su casa apenas unos minutos después del asesinato. Ahí estaba su cuerpo, dentro del blanco Sentra ensangrentado. El entorno era bañado por las luces de las torretas, el sonar incesante de las radiofrecuencias mientras los gordos ministeriales hacían esfuerzos infructuosas por controlar la escena del crimen. Ahora vengo retornando de su funeral, acto que logró congregar a cientos de personas. La calle F. Martínez estaba totalmente copada por cuatro filas de automóviles. Adentro no cabía un alfiler. No me gustan los funerales. Me deprime el hecho de que el acto de despedida de un cuerpo sea un evento social, tan falso y aburrido como una boda o un bautizo. Detesto acudir a los funerales. No porque me contagien melancolía y me arranquen lágrimas, sino porque me resultan farsas sociales de pésimo gusto. ¿Cuánta de la gente que acude está en verdad consternada y dolida por la pérdida? ¿Cuánta va por simple mitote? En fin, no me concierne disertar sobre los sentimientos de la gente. Lo único que puedo decir es que en lo personal no me gustaría que me organizaran un funeral el día que muera. Toda la vida rehuí los eventos sociales y sería un escupitajo a mi existencia despedirme con semejante farsa. Así que a manera de testamento pido que por favor no me hagan un hipócrita velorio el día que me vaya de aquí. Y por favor, de la manera más atenta les pido que no contaminen mi cuerpo con símbolos cristianos. Vaya broma de mal gusto sería que mis restos terminaran bajo el símbolo de la cruz que siempre rechacé y combatí. Si algún católico quiere rezar por mi alma, que lo haga en su fuero interno. Si he de tener una última voluntad, será que por favor alejen a Cristo de mi cadáver como quien corre del velorio a un visitante indeseable. Mucho menos se les ocurra meter mi cuerpo a una cochina iglesia a que un puerco sacerdote pederasta ore por él. Llévenlo al bosque, arrójenlo al Mar, quémenlo en una pira y no prostituyan nunca algo tan sagrado como La Muerte.