En El sueño de Coleridge, Borges habla de Caedmon, un rudo pastor que vivió en la caótica Inglaterra del Siglo VII. Una noche, mientras dormía en el establo con los caballos Caedmon soñó que alguien lo llamaba por su nombre y le ordenaba que cantara y el pastor pronució versos que nunca antes había escuchado y al despertar pudo repetirlos ante los monjes de un monasterio. A decir de Borges, fue el primer poeta sagrado de Inglaterra (tan llena de poetas la pérfida isla) y se dice que los versos le fueron dictados por Dios.
Me gusta la idea tan recurrente del instante de inspiración absoluta como una suerte de iluminación divina. El creador busca un momento de naturaleza celestial que lo eleve del caos mundanal y le trasmita, como en dictado divino, la creación artística perfecta. Miles de poetas pasan la vida esperando el instante de inspiración que nunca llega.
Cesar Aira se ríe de ello en Váramo, una deliciosa sátira al concepto de inspiración poética en el que el argentino nos cuenta la historia de un apocado y oscuro burócrata panameño que una noche, así como así, escribe un poema perfecto de un jalón. Váramo nunca había escrito una estrofa de poesía y nunca la volvería a escribir después de su noche iluminada. Si Rimbaud se retiró a los 19 años, Vá-ramo dijo adiós tras su única noche lírica. Hay quien cambiaría la vida por un instante de inspiración. Otros esperan la llegada de ese instante como una vieja Penélope que aguarda a su amante en la estación de trenes. Pero la inspiración los deja plantados, vestidos y alborotados, con la pluma en la mano.
Me gusta la idea tan recurrente del instante de inspiración absoluta como una suerte de iluminación divina. El creador busca un momento de naturaleza celestial que lo eleve del caos mundanal y le trasmita, como en dictado divino, la creación artística perfecta. Miles de poetas pasan la vida esperando el instante de inspiración que nunca llega.
Cesar Aira se ríe de ello en Váramo, una deliciosa sátira al concepto de inspiración poética en el que el argentino nos cuenta la historia de un apocado y oscuro burócrata panameño que una noche, así como así, escribe un poema perfecto de un jalón. Váramo nunca había escrito una estrofa de poesía y nunca la volvería a escribir después de su noche iluminada. Si Rimbaud se retiró a los 19 años, Vá-ramo dijo adiós tras su única noche lírica. Hay quien cambiaría la vida por un instante de inspiración. Otros esperan la llegada de ese instante como una vieja Penélope que aguarda a su amante en la estación de trenes. Pero la inspiración los deja plantados, vestidos y alborotados, con la pluma en la mano.