Penalti
El periodista y escritor brasileño Armando Nogueira, definió el penalti así: “Sentencia de Muerte en la que el verdugo puede ser la víctima”
El portero sólo tiene cosas que ganar. Se asume como normal su condena a tener que recoger el balón del fondo de las redes, pero si lo para es un héroe consumado. Luego entonces, tiene todo a su favor.
El tirador tiene todo en contra. Si lo mete habrá simplemente cumplido con su deber, pero si lo falla será eternamente culpable.
En mi subconsciente están tatuados algunos penaltis históricos y aquellos que se fallaron son como una tortura constante
El penal de Hugo contra el Gato Fernández de Paraguay, el de Servín contra Harald Schumaher en el estadio Universitario de San Nicolás de los Garza el día que me gradúe de la primaria.
El que falló Gasparini la Bomba Ruiz Díaz y aquel efímero jugador italiano (el único italiano que ha jugado en Tigres) cuya única anécdota digna de recordarse es el penal que le entregó en las manos mismo portero paraguayo en el estadio tecnológico.
Pero también ha habido penales históricos que se han anotado. Un 27 de abril de 1991, Sergio Almi-rón metió en tiempo de compensación un penal que dejó parado a Moriconi y selló el triunfo de 2-1 de Tigres sobre la mierda rayada. Hace un año, un penal de último minuto de Alex Mineiro batió a Ricardo Martínez y selló el triunfo Felino por 2-1 contra la basura. Nada me pone más nervioso que un penal a favor de Tigres en un clásico. Sufro más que con un penal en contra. Me acuerdo de aquel que Kleber voló por los aires en la noche más infausta de la historia Tigre.
Imposible olvidar las manos a la cintura de Tomás Boy, el 8 en la espalda, la corta carrera y el balón a la red.
Cuando debo tomar una decisión trascendente en mi vida o resolver un asunto de importancia me imagino a mi mismo como un tirador de penal. De hecho he de confesar que toda la vida y en todas las circunstancias me estoy imaginando penales. En mi adolescencia, comparaba los ligues con pena-les. Si besaba a la morra la noche misma del ligue, significaba un penal anotado. Mis labios en los su-yos eran una pelota en las redes. Si me bateaba, era un Hugo Sánchez contra Paraguay.
El periodista y escritor brasileño Armando Nogueira, definió el penalti así: “Sentencia de Muerte en la que el verdugo puede ser la víctima”
El portero sólo tiene cosas que ganar. Se asume como normal su condena a tener que recoger el balón del fondo de las redes, pero si lo para es un héroe consumado. Luego entonces, tiene todo a su favor.
El tirador tiene todo en contra. Si lo mete habrá simplemente cumplido con su deber, pero si lo falla será eternamente culpable.
En mi subconsciente están tatuados algunos penaltis históricos y aquellos que se fallaron son como una tortura constante
El penal de Hugo contra el Gato Fernández de Paraguay, el de Servín contra Harald Schumaher en el estadio Universitario de San Nicolás de los Garza el día que me gradúe de la primaria.
El que falló Gasparini la Bomba Ruiz Díaz y aquel efímero jugador italiano (el único italiano que ha jugado en Tigres) cuya única anécdota digna de recordarse es el penal que le entregó en las manos mismo portero paraguayo en el estadio tecnológico.
Pero también ha habido penales históricos que se han anotado. Un 27 de abril de 1991, Sergio Almi-rón metió en tiempo de compensación un penal que dejó parado a Moriconi y selló el triunfo de 2-1 de Tigres sobre la mierda rayada. Hace un año, un penal de último minuto de Alex Mineiro batió a Ricardo Martínez y selló el triunfo Felino por 2-1 contra la basura. Nada me pone más nervioso que un penal a favor de Tigres en un clásico. Sufro más que con un penal en contra. Me acuerdo de aquel que Kleber voló por los aires en la noche más infausta de la historia Tigre.
Imposible olvidar las manos a la cintura de Tomás Boy, el 8 en la espalda, la corta carrera y el balón a la red.
Cuando debo tomar una decisión trascendente en mi vida o resolver un asunto de importancia me imagino a mi mismo como un tirador de penal. De hecho he de confesar que toda la vida y en todas las circunstancias me estoy imaginando penales. En mi adolescencia, comparaba los ligues con pena-les. Si besaba a la morra la noche misma del ligue, significaba un penal anotado. Mis labios en los su-yos eran una pelota en las redes. Si me bateaba, era un Hugo Sánchez contra Paraguay.