Traumas mexicanos
Hay países cuya sola mención trae consigo un trauma histórico que brota en el momento menos esperado de los rincones más ocultos del subconsciente mexicano. El mayor ejemplo, ni duda cabe, es nuestro vecino Estados Unidos. Las barras y las estrellas son símbolo de filias y fobias siempre radicales. Tal vez sea el trauma de la invasión de 1847, el que en la primaria nos hayan machacado hasta la saciedad el sacrificio de los Niños Héroes, ver la frontera marcada por el tratado de Guadalupe- Hidalgo como una rajada sangrante en la vagina de nuestra patria, violada por un Tío Sam codicioso e inclemente. El mirar cada día el éxodo de cientos de migrantes, la discriminación a la que son sometidos, la infinita petulancia de los republicanos, el indigno servilismo con que nuestro gobierno tolera humillaciones y la forma en la que miles de clasemedieros vamos despilfarrar nuestros pocos dólares a sus comercios luego de tolerar ser tratados como criminales en la línea, son motivos más que suficientes para tener, por lo menos, cierto resentimiento ante nuestros vecinos. Casi ningún mexicano es indiferente ante Estados Unidos; los odias, los amas y las más de las veces experimentas ambos sentimientos a la vez. De una u otra forma, es imposible sustraerse, máxime si vives en la frontera.
Después de Estados Unidos y en un lejano segundo lugar, el país que más complejos le causa a México, es España. Resulta que en esta tierra existen unos tipos acomplejados, llenos de resentimientos y sentimientos de inferioridad que se hacen llamar indigenistas, que insisten en seguir insultando a España pues no le perdonan que se haya tomado la molestia de colonizar estas tierras a partir de 1517. Esos seres (cuyo complejo de inferioridad es más que comprensible, pues basta que se miren al espejo para descubrirse, en efecto, inferiores) insisten en decir: -Los perros españoles “nos” invadieron, destruyeron “nuestra” cultura, acabaron con “nuestras”, creencias- y así se la pasan vociferando estos pobres tipos, y hablan de nuestra patria y nuestra cultura como si los pobres mentecatos parlaran siquiera una palabrita de nahuatl y como si el mundo prehispánico fuera México. Estos mismos pendejetes de la peor ralea, son los que parecen estar contentos de la desgracia del pueblo español y desde sus cubiles pronuncian: “Se lo merecen”.
Y al escucharlos y leerlos en este momento, no puedo más que sentir una infinita lástima por su eterna condición de sojuzgados, por su crónica derrota insalvable.
Hay países cuya sola mención trae consigo un trauma histórico que brota en el momento menos esperado de los rincones más ocultos del subconsciente mexicano. El mayor ejemplo, ni duda cabe, es nuestro vecino Estados Unidos. Las barras y las estrellas son símbolo de filias y fobias siempre radicales. Tal vez sea el trauma de la invasión de 1847, el que en la primaria nos hayan machacado hasta la saciedad el sacrificio de los Niños Héroes, ver la frontera marcada por el tratado de Guadalupe- Hidalgo como una rajada sangrante en la vagina de nuestra patria, violada por un Tío Sam codicioso e inclemente. El mirar cada día el éxodo de cientos de migrantes, la discriminación a la que son sometidos, la infinita petulancia de los republicanos, el indigno servilismo con que nuestro gobierno tolera humillaciones y la forma en la que miles de clasemedieros vamos despilfarrar nuestros pocos dólares a sus comercios luego de tolerar ser tratados como criminales en la línea, son motivos más que suficientes para tener, por lo menos, cierto resentimiento ante nuestros vecinos. Casi ningún mexicano es indiferente ante Estados Unidos; los odias, los amas y las más de las veces experimentas ambos sentimientos a la vez. De una u otra forma, es imposible sustraerse, máxime si vives en la frontera.
Después de Estados Unidos y en un lejano segundo lugar, el país que más complejos le causa a México, es España. Resulta que en esta tierra existen unos tipos acomplejados, llenos de resentimientos y sentimientos de inferioridad que se hacen llamar indigenistas, que insisten en seguir insultando a España pues no le perdonan que se haya tomado la molestia de colonizar estas tierras a partir de 1517. Esos seres (cuyo complejo de inferioridad es más que comprensible, pues basta que se miren al espejo para descubrirse, en efecto, inferiores) insisten en decir: -Los perros españoles “nos” invadieron, destruyeron “nuestra” cultura, acabaron con “nuestras”, creencias- y así se la pasan vociferando estos pobres tipos, y hablan de nuestra patria y nuestra cultura como si los pobres mentecatos parlaran siquiera una palabrita de nahuatl y como si el mundo prehispánico fuera México. Estos mismos pendejetes de la peor ralea, son los que parecen estar contentos de la desgracia del pueblo español y desde sus cubiles pronuncian: “Se lo merecen”.
Y al escucharlos y leerlos en este momento, no puedo más que sentir una infinita lástima por su eterna condición de sojuzgados, por su crónica derrota insalvable.