Cuando empecé a ver el caso de Sifuentes y León, lo primero que imaginé es que les habían sembrado alguna droga, que es, como bien sabemos, la siembra más común en los ambientes policíacos cuando te quieren refundir en el bote o hacer pasar un mal rato.
Pero sólo hasta hoy que leo el boletín me entero que fueron un par de espejos, entonces sí pronuncié un honesto “no mames”. Ni en Tijuana te hacen esto.
A lo largo de mi vida profesional, me he topado con decenas de protestas en pro de la liberación de inocentes que purgan una injusta condena en la cárcel. Creo que para todo periodista es pan de cada día. Si el caso hubiera ocurrido en Tijuana o en Baja California, podríamos entrarle duro al tema. Sólo recuerden el caso de Adrián (el joven aquel que compró un carro con mota guardada) al que dimos un enorme seguimiento hasta lograr su liberación. De verdad, si el caso hubiera ocurrido en Ti-juana lo agarramos de bandera. Pero por la ubicación geográfica del caso, mi rango de acción periodística queda en extremo limitado. Por lo demás, aquí va una humilde sugerencia, entre si optar por la protesta política o la negociación abogadil.
Depende qué deseas- Si al igual que sucedió en “El nombre del Padre”, lo que desean es lavar su imagen a toda costa, entonces sí, venga el ruido, los periodicazos y las manifestaciones. Pero sí lo que desean es salir cuanto antes e ir a dormir a sus camas, pues es mejor fiarse en un buen abogangster y negociar.
En ocasiones la presión política opera de manera inversa. El asunto cae en los pantanos de esa cosa que llamamos politización y la lógica de los funcionarios cambia. Puede que sintiéndose presionados, cedan al ruido de las protestas y den su brazo a torcer. Ha sucedido, como fue el caso de Adrián. Pero sucede, también muy a menudo, que el asunto se transforme en un pleito de orgullo y los funcio-narios adoptan entonces la actitud de tu a mí no me ganas y es ponerse con sansón a las patadas. Y cuando se montan en ese macho, no se bajan.
Y el que la lleva de perder es el encarcelado, pues en lo que le joden la imagen presidenciable al político en cuestión, los días pasan y ellos en la sombra.
Supongo que en sus habituales conferencias desmañanadas, algún colega ya tuvo a bien cuestionar duro al Peje sobre el caso. Las cartas, honestamente, casi nunca sirven ni impresionan. Un reportero preguntón que agarre de barco al Peje y no suelte el tema puede ser más efectivo. Por lo demás, creo que siendo escritores y teniendo apoyos de un organismo federal como el Conaculta, no les faltará quien abogue por ellos. En términos mediáticos eso pesa. Por lo demás, no cabe duda que para que en este país te encierren en una cárcel, sólo basta que una autoridad tenga ganas de hacerlo.
Pero sólo hasta hoy que leo el boletín me entero que fueron un par de espejos, entonces sí pronuncié un honesto “no mames”. Ni en Tijuana te hacen esto.
A lo largo de mi vida profesional, me he topado con decenas de protestas en pro de la liberación de inocentes que purgan una injusta condena en la cárcel. Creo que para todo periodista es pan de cada día. Si el caso hubiera ocurrido en Tijuana o en Baja California, podríamos entrarle duro al tema. Sólo recuerden el caso de Adrián (el joven aquel que compró un carro con mota guardada) al que dimos un enorme seguimiento hasta lograr su liberación. De verdad, si el caso hubiera ocurrido en Ti-juana lo agarramos de bandera. Pero por la ubicación geográfica del caso, mi rango de acción periodística queda en extremo limitado. Por lo demás, aquí va una humilde sugerencia, entre si optar por la protesta política o la negociación abogadil.
Depende qué deseas- Si al igual que sucedió en “El nombre del Padre”, lo que desean es lavar su imagen a toda costa, entonces sí, venga el ruido, los periodicazos y las manifestaciones. Pero sí lo que desean es salir cuanto antes e ir a dormir a sus camas, pues es mejor fiarse en un buen abogangster y negociar.
En ocasiones la presión política opera de manera inversa. El asunto cae en los pantanos de esa cosa que llamamos politización y la lógica de los funcionarios cambia. Puede que sintiéndose presionados, cedan al ruido de las protestas y den su brazo a torcer. Ha sucedido, como fue el caso de Adrián. Pero sucede, también muy a menudo, que el asunto se transforme en un pleito de orgullo y los funcio-narios adoptan entonces la actitud de tu a mí no me ganas y es ponerse con sansón a las patadas. Y cuando se montan en ese macho, no se bajan.
Y el que la lleva de perder es el encarcelado, pues en lo que le joden la imagen presidenciable al político en cuestión, los días pasan y ellos en la sombra.
Supongo que en sus habituales conferencias desmañanadas, algún colega ya tuvo a bien cuestionar duro al Peje sobre el caso. Las cartas, honestamente, casi nunca sirven ni impresionan. Un reportero preguntón que agarre de barco al Peje y no suelte el tema puede ser más efectivo. Por lo demás, creo que siendo escritores y teniendo apoyos de un organismo federal como el Conaculta, no les faltará quien abogue por ellos. En términos mediáticos eso pesa. Por lo demás, no cabe duda que para que en este país te encierren en una cárcel, sólo basta que una autoridad tenga ganas de hacerlo.