Ruge la Bestia en San Diego
Esta es la reseña para publicars ene le periódico. Los comentarios personales se incluyen más tarde.
Por Daniel Salinas
Nada es comparable a la energía que es capaz de contagiar un buen concierto de heavy metal, máxime si es ejecutado por tres bandas como Mötorhead, Dio y Iron Maiden que son auténticas leyendas del género.
Cada una de los tres es en si misma una escuela y un punto de referencia obligado para los seguidores del metal y tenerlas juntas en una sola noche, como sucedió el martes en el Sports Arena de San Diego, es algo más que un ritual de poder y energía sin límites.
La tarde caía y varios cientos de personas hacían fila afuera de la Arena cuando con puntualidad inglesa, las luces se apagaron a las 19:30 y de inmediato se escuchó la aguardientoza voz del señor Lemmy Kilmister saludando a la concurrencia con su muy peculiar estilo, para iniciar sin mayores preámbulos con la canción que le sirve de tarjeta de presentación a su banda: We are Motörhead.
Este añejo trío británico integrado por Lemmy en la voz y el bajo, Phillip Campell en la guitarra y Mikkey Dee en la batería enseñó su retorcido colmillo para pararse en un escenario y contagiar a la audiencia con ese rock and roll corrosivo que ha sido su sello particular a lo largo de 25 años.
Desde la aparición de su primer disco, allá por 1977, Motörhead ha influenciado a cualquier cantidad de bandas empezando por Metallica, quienes se reconocen como sus fieles fanáticos.
Luego de despacharse con un par de clásicos como No class y Metropolis, Lemmy anunció una canción compuesta en homenaje a sus amigos Joey y Dee Dee Ramone, recientemente fallecidos.
Sin moverse demasiado por el escenario y sin grandes introducciones, la bada recetó clásicos como Kill by death y Sacrifice, antes de sacar su as bajo la manga: La emblemática As of spades para cerrar su actuación pasadas las 20:00 con la célebre Overkill, dejando la sensación de que faltaron por ahí unas cuantas canciones como Orgasmatron y Iron fist.
Un arco iris en la oscuridad
Casi toda la gente había ingresado ya al recinto y ocupado sus lugares cuando a las 20:30 horas las luces volvieron a apagarse y en la oscuridad se escuchó la siniestra introducción de Killing the dragon.
Ronnie James Dio, el elfo maldito, estaba en el escenario listo para demostrar que pese a su edad, la suya sigue siendo la voz sagrada del metal.
A la apertura, siguió Last in line que de manera magistral fue ligada con Stargazer, una reliquia de la época de Dio como cantante de los míticos Rainbow.
La banda, conformada por Doug Aldrich en la guitarra, Simon Wright en la batería, Jimmy Bain en el bajo y Scott Warren en los teclados demostró su virtuosismo musical, aunque el arma fuerte sigue siendo, sin duda alguna, la voz de Dio, que con su mínima estatura y su cara de duende, es hoy en día una leyenda viviente.
Dream evil, Stand up and shout, Rock and roll y el clásico de Black Sabbath Mob rules, antecedieron a un elegante solo de Doug Aldrich que fue ligado al gran himno de Dio: Rainbow in the dark.
Para despedirse, Dio ejecutó Holy diver y fiel a su costumbre de ligar canciones, terminó con la emblemática Heaven and hell. Las bodas del cielo y el infierno se habían consumado y un arco iris brillaba en la oscuridad.
La marca de la bestia
Dieron las 10:00 de la noche cuando en medio la oscuridad se escucharon las proféticas palabras del Apocalipsis de San Juan pronunciadas con británico acento: “Quién será el que adivine el número de la bestia, pues ese es un número humano; el número es seiscientos sesenta y seis”.
La doncella de hierro estaba en el escenario abriendo con su clásico de clásicos: The number of The Beast.
El ahora sexteto Iron Maiden integrado por el líder Steve Harris en el bajo, Dave Murray, Adrian Smith y Janik Gears como guitarristas, Niko Mc Brian en la batería y Bruce Dickinson en la voz, saltó al escenario con inusitada energía que de inmediato contagió a la audiencia.
A la apertura siguió The trooper con Dickinson ondeando la bandera del Reino Unido como sucede cada que ejecutan esta pieza, para seguir con Die with your boots on, Revelations y Hallowed be Thy Name.
Posteriormente y luego de un largo discurso, Dickinson anunció la presentación de su nueva canción Wildest dreams, primer single del álbum Dance of the Death, que sale al mercado dentro de una semana.
The clansman, The wicker man, The clarivoyant, Fear of the dark y Iron Maiden remataron la magistral actuación de los ingleses que no pararon de moverse por todo el escenario en el que se sucedían imágenes del popular Eddie, la carismática momia que les sirve de mascota.
Como ya es una costumbre, el gigantesco muñeco de Eddie saltó al escenario, en esta ocasión vestido de Rey Eduardo de Inglaterra, para pelear un poco con Janik Gears y Steve Harris.
Al grito de “Maiden, Maiden” la concurrencia exigía el retorno de la Doncella de Hierro al escenario y sin hacerse mucho del rogar, los fanáticos más célebres del West Ham United regalaron Two minutes to midnight y se despidieron, ahora sí definitivamente, con Run to the hills ante cientos de melenas que agitándose en el aire dejaron muy en claro, una vez más, que pese a sus detractores, el metal vive y ruge.
Esta es la reseña para publicars ene le periódico. Los comentarios personales se incluyen más tarde.
Por Daniel Salinas
Nada es comparable a la energía que es capaz de contagiar un buen concierto de heavy metal, máxime si es ejecutado por tres bandas como Mötorhead, Dio y Iron Maiden que son auténticas leyendas del género.
Cada una de los tres es en si misma una escuela y un punto de referencia obligado para los seguidores del metal y tenerlas juntas en una sola noche, como sucedió el martes en el Sports Arena de San Diego, es algo más que un ritual de poder y energía sin límites.
La tarde caía y varios cientos de personas hacían fila afuera de la Arena cuando con puntualidad inglesa, las luces se apagaron a las 19:30 y de inmediato se escuchó la aguardientoza voz del señor Lemmy Kilmister saludando a la concurrencia con su muy peculiar estilo, para iniciar sin mayores preámbulos con la canción que le sirve de tarjeta de presentación a su banda: We are Motörhead.
Este añejo trío británico integrado por Lemmy en la voz y el bajo, Phillip Campell en la guitarra y Mikkey Dee en la batería enseñó su retorcido colmillo para pararse en un escenario y contagiar a la audiencia con ese rock and roll corrosivo que ha sido su sello particular a lo largo de 25 años.
Desde la aparición de su primer disco, allá por 1977, Motörhead ha influenciado a cualquier cantidad de bandas empezando por Metallica, quienes se reconocen como sus fieles fanáticos.
Luego de despacharse con un par de clásicos como No class y Metropolis, Lemmy anunció una canción compuesta en homenaje a sus amigos Joey y Dee Dee Ramone, recientemente fallecidos.
Sin moverse demasiado por el escenario y sin grandes introducciones, la bada recetó clásicos como Kill by death y Sacrifice, antes de sacar su as bajo la manga: La emblemática As of spades para cerrar su actuación pasadas las 20:00 con la célebre Overkill, dejando la sensación de que faltaron por ahí unas cuantas canciones como Orgasmatron y Iron fist.
Un arco iris en la oscuridad
Casi toda la gente había ingresado ya al recinto y ocupado sus lugares cuando a las 20:30 horas las luces volvieron a apagarse y en la oscuridad se escuchó la siniestra introducción de Killing the dragon.
Ronnie James Dio, el elfo maldito, estaba en el escenario listo para demostrar que pese a su edad, la suya sigue siendo la voz sagrada del metal.
A la apertura, siguió Last in line que de manera magistral fue ligada con Stargazer, una reliquia de la época de Dio como cantante de los míticos Rainbow.
La banda, conformada por Doug Aldrich en la guitarra, Simon Wright en la batería, Jimmy Bain en el bajo y Scott Warren en los teclados demostró su virtuosismo musical, aunque el arma fuerte sigue siendo, sin duda alguna, la voz de Dio, que con su mínima estatura y su cara de duende, es hoy en día una leyenda viviente.
Dream evil, Stand up and shout, Rock and roll y el clásico de Black Sabbath Mob rules, antecedieron a un elegante solo de Doug Aldrich que fue ligado al gran himno de Dio: Rainbow in the dark.
Para despedirse, Dio ejecutó Holy diver y fiel a su costumbre de ligar canciones, terminó con la emblemática Heaven and hell. Las bodas del cielo y el infierno se habían consumado y un arco iris brillaba en la oscuridad.
La marca de la bestia
Dieron las 10:00 de la noche cuando en medio la oscuridad se escucharon las proféticas palabras del Apocalipsis de San Juan pronunciadas con británico acento: “Quién será el que adivine el número de la bestia, pues ese es un número humano; el número es seiscientos sesenta y seis”.
La doncella de hierro estaba en el escenario abriendo con su clásico de clásicos: The number of The Beast.
El ahora sexteto Iron Maiden integrado por el líder Steve Harris en el bajo, Dave Murray, Adrian Smith y Janik Gears como guitarristas, Niko Mc Brian en la batería y Bruce Dickinson en la voz, saltó al escenario con inusitada energía que de inmediato contagió a la audiencia.
A la apertura siguió The trooper con Dickinson ondeando la bandera del Reino Unido como sucede cada que ejecutan esta pieza, para seguir con Die with your boots on, Revelations y Hallowed be Thy Name.
Posteriormente y luego de un largo discurso, Dickinson anunció la presentación de su nueva canción Wildest dreams, primer single del álbum Dance of the Death, que sale al mercado dentro de una semana.
The clansman, The wicker man, The clarivoyant, Fear of the dark y Iron Maiden remataron la magistral actuación de los ingleses que no pararon de moverse por todo el escenario en el que se sucedían imágenes del popular Eddie, la carismática momia que les sirve de mascota.
Como ya es una costumbre, el gigantesco muñeco de Eddie saltó al escenario, en esta ocasión vestido de Rey Eduardo de Inglaterra, para pelear un poco con Janik Gears y Steve Harris.
Al grito de “Maiden, Maiden” la concurrencia exigía el retorno de la Doncella de Hierro al escenario y sin hacerse mucho del rogar, los fanáticos más célebres del West Ham United regalaron Two minutes to midnight y se despidieron, ahora sí definitivamente, con Run to the hills ante cientos de melenas que agitándose en el aire dejaron muy en claro, una vez más, que pese a sus detractores, el metal vive y ruge.