Eterno Retorno

Friday, August 15, 2003

El Enrabiado
Felipe Montes
Literatura Mondadori

Por Daniel Salinas Basave


No se si El Enrabiado sea la obra más violenta de los últimos tiempos, como dicen sus editores. El calificativo de entrada me parece simplista, sobre todo tratándose de una novela cuya riqueza está en la tremenda agilidad de su prosa y en sus vertiginosos cambios de ritmo.
El regiomontano Felipe Montes ha escrito una historia cruda, llena de oscuridad, en la que es capaz de reflejar en muy pocas palabras la impotencia, la furia y el odio de un hombre y una ciudad.
Lo que más me sorprende es su capacidad de dar saltos prosísticos sin previo aviso, así como el hábil y veloz manejo de un lenguaje por momentos poético para describir los entornos más oscuros.
De hecho, más allá de una narración violenta o terrorífica, prefiero valorar a El Enrabiado como una gran metáfora que describe como pocas esa bestia humana que de una u otra forma todos llevamos dentro y que yace a menudo encarcelada en la mazmorra de la cotidiana conformidad.
Felipe Montes inicia su narración a partir de un hecho que marcó o acaso hirió para siempre la historia de Monterrey y diría aún de la historia de la industria mexicana: La quiebra de Fundidora.
La gran fábrica acerera, que por casi un siglo encarnó el sustento y el motor de una urbe que despertaba con el sonar de su silbato, un día cerró sus puertas para siempre y dejó en la calle a miles de familias.
Para los regiomontanos es imposible olvidar aquellos aciagos días de marchas obreras y la imagen de las gigantescas chimeneas oxidadas y vacías que dejaron para siempre de arrojar humo.
El día en que Fundidora cierra sus puertas, Gonzalo Martínez, un obrero acerero enamorado de su trabajo, regresa a casa al atardecer con el miedo y la incertidumbre a cuestas.
En el Puente de Fierro que cruza el Río Santa Catarina, el obrero es atacado por una feroz jauría de pe-rros callejeros que lo dejan medio muerto sobre un charco de sangre en la banqueta.
Desde los primeros párrafos, Montes parece decidido a desparramar oscuridad en cada una de sus frases. Aunque pudiera parecer que abusa de simbolismos, las descripciones de Montes son demasiado ágiles. Me gusta esa capacidad de inyectar poesía cuando se describe la escena de un obrero atacado por perros en un oscuro puente- “Una nube de pelos, dientes y ojos, colas que flagelan al río de la noche sobre el Puente de Fierro y Acero”. “Ojos intensos en el centro del puente, en el centro de la noche. Quijadas poderosas machacan por partes su cuerpo en silencio. La saliva chasquea en su garganta”. “Su ropa es sudor ante esas bocas de sepulcro y piedras blancas. Polvo estirones dentelladas. Sus brazos y piernas cubiertos de jirones de sangre oscura y fresca”-
Lo que a continuación sucede tiene algunos elementos de una típica historia licantrópica, aunque nuevamente es la prosa de Montes la que es capaz de crear una atmósfera oscura.
Particularmente intensa me pareció una página en la que Montes describe alternativamente en los mismos párrafos dos escenas distintas cargadas de angustia. Por una parte Gonzalo, que empieza a sentir los efectos de su transformación y por otra su anciano padre, buscando trabajo en barrios marginales vestido de payaso.
Más allá del elemento de ficción que supone la transformación de Gonzalo, con mucho más de licantropía que de hidrofobia, la verdadera dureza del libro radica en el derrumbe interior del hombre de familia que de un día para otro ve su vida en pedazos ahogado en la furia de una ciudad hostil y aferrado pese a todo al amor de su familia.
Acaso la bestia en la que se transforma Gonzalo, sea ese monstruo que se incuba en las grandes urbes y que brota cuando los frágiles muros de una existencia se derrumban.