El cuerpo pasa la factura
El Mito del Eterno Retorno se consagra cruelmente en mi existencia. Los lunes están condenados a la espantosa santidad. Con los ojos adoloridos y un cheneque bailando zapateado en mi cabeza, debo aceptar, en un ejercicio de brutal honestidad, lo que sin duda se revela en mi rostro. He bebido mucho en los últimos días- Más bien dicho, siempre bebo mucho y hoy mi cuerpo me está diciendo: ya bájale de huevos cabrón. Y no, no correspondo a la descripción de un típico borracho juerguista que se la pasa pisteando con los compas y tiene problemas con su mujer. Ese no es mi estilo ni mi caso. Y sin embargo creo que si hablamos de cantidades, por mi cuerpo drena mucho más alcohol que por el de muchos parranderos consagrados. Bebo mucho vinto tinto y blanco, casi siempre Casillero del Diablo, Nebbiolo de Cetto, Santa Rita o Gato Negro, que combinan un precio razonable con un cuerpo más que aceptable (Cuando las finanzas están altas, uno puede recurrir al elíxir de Valle de Minas, gracias PG por la recomendación, pero hoy en día mis números son más bien rojos) También me agrada en demasía el Jack Daniels, el mezcal Gusano Rojo y la cerveza Tijuana, Heineken, Guiness, Negra Modelo, Bohemia, Mexicali en los días de calor y en carnes asadas y si de plano no hay otra cosa en muchos kilómetros a la redonda, pues Tecate, aunque sin evitar hacer cara de fuchi y de ya que.
Lo que sucede conmigo es que soy un bebedor pacífico, consuetudinario, al que la bebida no le afecta en sus relaciones sociales y laborales. Casi todas mis cenas son con vino, tinto de preferencia y siempre, en casi cualquier situación, preferiré una cerveza a una soda (de hecho casi nunca tomo refrescos).
Ocurre que suelo tener demasiadas justificaciones a mi manera de beber. La principal es que el alcohol nunca me saca de control. En parte porque debo confesar que tengo una resistencia envidiable y también porque rara vez bebo en situaciones comprometedoras o peligrosas. Nunca en horas de trabajo y rara vez estoy fuera de casa en la madrugada.
Jamás he hecho o dicho algo de lo que pudiera arrepentirme, jamás he faltado al trabajo por una cruda 8la prueba es que aquí estoy), jamás (o por lo menos hace muchísimo tiempo) he perdido la conciencia. No se me suele ver en antros, ni manejando a exceso de velocidad. De hecho casi siempre bebo en casa o en restaurantes y casi por regla general rechazo las invitaciones a pedas. Eso sí, me da por poner la música muy fuerte, pero eso me ocurre en cualquier estado. Digamos que bebo lo que bebe un ruso promedio o un escandinavo. Pero este lunes el cuerpo me está pasando la factura, así que en los próximos días solo habrá aguas frescas en mi organismo, aunque será imposible privarme del imperdonable café-
Genocidio ratonil sigue cobrando vidas
El genocidio ratonil sigue su marcha. Cero y van diez ratones muertos y nada indica que hayamos terminado. Empiezo a pensar que ésto en verdad es una maldición arrojada por los psíquicos colombianos. Ya compramos e instalamos polveras en las puertas. Ya cubrimos con silicón todo resquicio o rendija, por mínima que sea. La casa está sellada y sin embargo, los ratones siguen estando ahí. Debo rodearla de un círculo de fuego? Ayer hubo dos asesinatos más. Al sacar los cadáveres pensé que habría concluído, pero no. Por si las dudas, dejé trampas activas y por la mañana me doy cuanta que se tragaron el queso sin que las trampas se dispararan. Ya le van agarrando la maña los hijos de puta.
La razón por la cual he bajado la intensidad de mis incursiones a Eterno Retorno, es porque en mi nueva casa aún no hay teléfono. Luego entonces no hay internet y mi única alternativa es ir a un cibre-café de Rosarito.
El Mito del Eterno Retorno se consagra cruelmente en mi existencia. Los lunes están condenados a la espantosa santidad. Con los ojos adoloridos y un cheneque bailando zapateado en mi cabeza, debo aceptar, en un ejercicio de brutal honestidad, lo que sin duda se revela en mi rostro. He bebido mucho en los últimos días- Más bien dicho, siempre bebo mucho y hoy mi cuerpo me está diciendo: ya bájale de huevos cabrón. Y no, no correspondo a la descripción de un típico borracho juerguista que se la pasa pisteando con los compas y tiene problemas con su mujer. Ese no es mi estilo ni mi caso. Y sin embargo creo que si hablamos de cantidades, por mi cuerpo drena mucho más alcohol que por el de muchos parranderos consagrados. Bebo mucho vinto tinto y blanco, casi siempre Casillero del Diablo, Nebbiolo de Cetto, Santa Rita o Gato Negro, que combinan un precio razonable con un cuerpo más que aceptable (Cuando las finanzas están altas, uno puede recurrir al elíxir de Valle de Minas, gracias PG por la recomendación, pero hoy en día mis números son más bien rojos) También me agrada en demasía el Jack Daniels, el mezcal Gusano Rojo y la cerveza Tijuana, Heineken, Guiness, Negra Modelo, Bohemia, Mexicali en los días de calor y en carnes asadas y si de plano no hay otra cosa en muchos kilómetros a la redonda, pues Tecate, aunque sin evitar hacer cara de fuchi y de ya que.
Lo que sucede conmigo es que soy un bebedor pacífico, consuetudinario, al que la bebida no le afecta en sus relaciones sociales y laborales. Casi todas mis cenas son con vino, tinto de preferencia y siempre, en casi cualquier situación, preferiré una cerveza a una soda (de hecho casi nunca tomo refrescos).
Ocurre que suelo tener demasiadas justificaciones a mi manera de beber. La principal es que el alcohol nunca me saca de control. En parte porque debo confesar que tengo una resistencia envidiable y también porque rara vez bebo en situaciones comprometedoras o peligrosas. Nunca en horas de trabajo y rara vez estoy fuera de casa en la madrugada.
Jamás he hecho o dicho algo de lo que pudiera arrepentirme, jamás he faltado al trabajo por una cruda 8la prueba es que aquí estoy), jamás (o por lo menos hace muchísimo tiempo) he perdido la conciencia. No se me suele ver en antros, ni manejando a exceso de velocidad. De hecho casi siempre bebo en casa o en restaurantes y casi por regla general rechazo las invitaciones a pedas. Eso sí, me da por poner la música muy fuerte, pero eso me ocurre en cualquier estado. Digamos que bebo lo que bebe un ruso promedio o un escandinavo. Pero este lunes el cuerpo me está pasando la factura, así que en los próximos días solo habrá aguas frescas en mi organismo, aunque será imposible privarme del imperdonable café-
Genocidio ratonil sigue cobrando vidas
El genocidio ratonil sigue su marcha. Cero y van diez ratones muertos y nada indica que hayamos terminado. Empiezo a pensar que ésto en verdad es una maldición arrojada por los psíquicos colombianos. Ya compramos e instalamos polveras en las puertas. Ya cubrimos con silicón todo resquicio o rendija, por mínima que sea. La casa está sellada y sin embargo, los ratones siguen estando ahí. Debo rodearla de un círculo de fuego? Ayer hubo dos asesinatos más. Al sacar los cadáveres pensé que habría concluído, pero no. Por si las dudas, dejé trampas activas y por la mañana me doy cuanta que se tragaron el queso sin que las trampas se dispararan. Ya le van agarrando la maña los hijos de puta.
La razón por la cual he bajado la intensidad de mis incursiones a Eterno Retorno, es porque en mi nueva casa aún no hay teléfono. Luego entonces no hay internet y mi única alternativa es ir a un cibre-café de Rosarito.