Bueno, esto es cosa hecha. Mi reportaje sobre los charlatanes se ha publicado hoy. Como suele sucederme, al ver el trabajo tatuado en la cárcel del papel siento irremediablemente algo de inconformidad. Pude haber hecho esto, pude haber hecho lo otro. Al carajo. Ahora habrá que esperar la reacción de los psíquicos. ¿ Arrojarán un hechizo sobre mí? ¿Me harán un muñequito vudú y le pincharán los huevos? ¿O recurrirán a unos terrenales, humanos e infalibles botellazos? Yo estoy preparado para todo. Lo que es un hecho es que estos pinches colombianos no van a quedarse cruzados de brazos- Lo mejor, las ilustraciones de mi tocayo Acuña. La figura de Baphomet en el centro es por demás sugestiva. Lástima que la mayoría de los charlatanes, por no decir todos, se definen como pavos de Dios temerosos de su ira. Maguitos blancos, budistas, guadalupanos, quintopatieros El día en que encuentre uno con auténtica vocación pagana o con deliberado aprecio por los secretos de las negras artes, será digno de mi respeto. Ese día aún no ha llegado.
Travesías matutinas
Hoy Tijuana amaneció azul oscuro. Una suerte de manto de tintes metálicos cubría el Centro. ¿La mística huella de la contaminación? ¿O el reino celestial descendiendo a redimir nuestras pordioseras calles?
Lo cierto es que Tijuana está hecha de umbrales. Traspasarlos significa penetrar a otra dimensión. Nuestro litoral suele ser un planeta aparte. Lo común es que en Tijuana brille el Sol y Playas luzca su traje de niebla. Al abandonar Hacienda del Mar, el Pacífico nos saluda, a menudo gris y espectral, ocultando el rostro bajo el velo de neblina. Nos esperan 14 kilómetros de carretera escénica y al final un zarpazo de 23 pesos por el placer de correr a 75 millas sin que un bache se interponga en el camino (Con la lana que se paga un domingo, en las carreteras de cuota, se podría pagar la deuda y comprar muchos kilos de mota, suelo chiflar al llegar ahí) El primer gran umbral es el Cañón del Matadero. Al cruzarlo, uno ha salido de la castanediana realidad aparte del Litoral Pacífico para entrar a los carnales de dominios de la Tía Juana. Uno desafiara entonces a los conductores infernales de la Avenida Internacional y a los tecatos suicidas que se arrojan a la calle inmersos en su sueño opiáceo. Después el semáforo y una coalición de tecatos en pleno proceso de aterrizaje, buscan conjurar la malilla limpiando parabrisas. Los voceadores naranjas enseñan al Mundo el glorioso producto de nuestro trabajo.
Superado el nudo que generan los esclavos de la Línea, entramos a la Vía Rápida. Entonces es inevitable sentirme como en video juego de pool position. La carrera termina cuando doy vuelta en el caracol y una suerte de fuerza centrífuga me hace sentir la inminencia de la volcadura. Nada sucede. Lo que pasa es que estoy traspasando el otro umbral. De pronto, estoy en el Planeta Este. El centro neurálgico del místico umbral es el crucero de la 5 y 10, aunque he de decir que la desaparición de sus legendarios puentes peatonales en forma de cuadrado han acabado con la esencia de dicho centro ceremonial. Por lo demás, el umbral que marca mi entrada al Planeta Este, es el caracol de Insurgentes. Hemos llegado al reino de la calafia y el carro chocolate. Rampa Cetys, Bulevar Cucapah y después, a saborear los manjares de los dioses: Unos deliciosos tacos de birria ubicados en el cruce de Guaycura y Cucapah. Mmmm. Aderezados con el humito de taxis y calafias. Suculentos. Con la panza llena y el corazón más que contento, dejo a Carolina en su trabajo y emprendo el retorno a la no menos castanediana realidad aparte de esta redacción, desde cuya ventana el Universo se suele ver pintado de raros colores.
Travesías matutinas
Hoy Tijuana amaneció azul oscuro. Una suerte de manto de tintes metálicos cubría el Centro. ¿La mística huella de la contaminación? ¿O el reino celestial descendiendo a redimir nuestras pordioseras calles?
Lo cierto es que Tijuana está hecha de umbrales. Traspasarlos significa penetrar a otra dimensión. Nuestro litoral suele ser un planeta aparte. Lo común es que en Tijuana brille el Sol y Playas luzca su traje de niebla. Al abandonar Hacienda del Mar, el Pacífico nos saluda, a menudo gris y espectral, ocultando el rostro bajo el velo de neblina. Nos esperan 14 kilómetros de carretera escénica y al final un zarpazo de 23 pesos por el placer de correr a 75 millas sin que un bache se interponga en el camino (Con la lana que se paga un domingo, en las carreteras de cuota, se podría pagar la deuda y comprar muchos kilos de mota, suelo chiflar al llegar ahí) El primer gran umbral es el Cañón del Matadero. Al cruzarlo, uno ha salido de la castanediana realidad aparte del Litoral Pacífico para entrar a los carnales de dominios de la Tía Juana. Uno desafiara entonces a los conductores infernales de la Avenida Internacional y a los tecatos suicidas que se arrojan a la calle inmersos en su sueño opiáceo. Después el semáforo y una coalición de tecatos en pleno proceso de aterrizaje, buscan conjurar la malilla limpiando parabrisas. Los voceadores naranjas enseñan al Mundo el glorioso producto de nuestro trabajo.
Superado el nudo que generan los esclavos de la Línea, entramos a la Vía Rápida. Entonces es inevitable sentirme como en video juego de pool position. La carrera termina cuando doy vuelta en el caracol y una suerte de fuerza centrífuga me hace sentir la inminencia de la volcadura. Nada sucede. Lo que pasa es que estoy traspasando el otro umbral. De pronto, estoy en el Planeta Este. El centro neurálgico del místico umbral es el crucero de la 5 y 10, aunque he de decir que la desaparición de sus legendarios puentes peatonales en forma de cuadrado han acabado con la esencia de dicho centro ceremonial. Por lo demás, el umbral que marca mi entrada al Planeta Este, es el caracol de Insurgentes. Hemos llegado al reino de la calafia y el carro chocolate. Rampa Cetys, Bulevar Cucapah y después, a saborear los manjares de los dioses: Unos deliciosos tacos de birria ubicados en el cruce de Guaycura y Cucapah. Mmmm. Aderezados con el humito de taxis y calafias. Suculentos. Con la panza llena y el corazón más que contento, dejo a Carolina en su trabajo y emprendo el retorno a la no menos castanediana realidad aparte de esta redacción, desde cuya ventana el Universo se suele ver pintado de raros colores.