San Pedro Mártir se viste de cenizas
El viernes agarramos camino rumbo a Ensenada. La consigna era sobrevolar la Sierra de San Pedro Mártir y tomar fotos de los devastadores incendios que la consumieron. El día anterior contacté telefónicamente a un piloto sinaloense. Pactamos un precio de 230 dólares la hora. Yo quería volar ese mismo día, pero el piloto me advirtió que la niebla estaba bajísima y sería difícil realizar el trabajo.
Tizoc y yo salimos por la mañana. Los pronósticos no podían ser más desalentadores. A la altura de Puerto Nuevo la carretera estaba absolutamente cubierta de una neblina que conforme avanzábamos parecía cerrarse cada vez más. El día menos apropiado para volar. Llegamos a la base aérea del Ciprés. El piloto, Abelardo Villavicencio nos aguardaba. Tal como lo imaginé, consideró poco apropiado volar, pero ya habíamos hecho el viaje. Propuso que esperáramos un poco. Fuimos a tomar café a un restaurante todo pintado de rosa en un hotel ubicado frente al Ciprés. Una hora más tarde el cielo se había despejado. Decidimos volar. Mire al piloto. Treintañero, barba de candado, típico acento sinaloense (y lo imaginé cantando que en dos y trescientos metros levanto las avionetas) La avioneta era pequeñita, vieja, apenas cuatro asientos. Tomamos pista y el despegue fue casi imperceptible. Tomamos rumbo a la sierra. Recordé una anterior experiencia en avioneta, una helada mañana de 1995, cuando un grupo de compañeros volamos de Parral Chihuahua al pueblito de Baborigame, ubicado en plena sierra, en el Municipio de Guadalupe Icalvo, en donde pasé una temporada habitando en una misión (sí, aunque no lo crean, este ateo come curas tiene algunos amigos sacerdotes) Aquella experiencia había sido algo terrible por los fuertes vientos, pero esta, contrario a lo que imaginé, fue muy llevadera. No había corrientes de aire, aunque sí una ligera lluvia. Al llegar a la sierra no vimos las enormes flamas rojas ni las humaderas que imaginé. El incendio estaba apagado, pero el paisaje era más que desolador. Toda la zona aledaña al Observatorio, más de 3 mil 500 hectáreas, estaban absolutamente chamuscadas. Pensé que ahí abajo estaría mi amigo Hugo Sotelo con sus cóndores de California y lamenté la suerte de tantas especies animales que se quedaron sin habitad. Sobrevolamos la sierra más de una hora y sin sobresaltos retornamos a Ensenada y posteriormente por tierra a Tijuana, previo stop en un puesto de tacos de pescado (ir a la Cenicienta del Pacífico y no saborear taquitos de pescado, camarón o caguamanta es pecado mortal, lo dice la Biblia)
Parte de guerra en torno a una masacre ratonil
La noche del viernes, al terminar de escribir mis crónicas aéreas de la Sierra, hice una parada en el super antes de ir a casa. La idea era surtirme de trampas para ratones. Como he narrado en días anteriores, los roedores han invadido nuestro nuevo hogar. Piso nuevo, alfombra nueva, electrodomésticos recién estrenados y ya debemos compartirlos con visitantes no invitados. Intenté llegar a un acuerdo con ellos, exhortarlos a un exilio voluntario. Compramos incluso un supuesto repelente sónico que en honor a la verdad no sirvió de una chingada. Por el contrario, lejos de firmar un armisticio, los ratones se volvieron más descarados e intensificaron sus incursiones en la cocina. Colmada nuestra paciencia, decidimos declarar la guerra con métodos ortodoxos. Antes de llegar al área de ferretería, descubrí que la Comercial tuvo a bien poner suculentas ofertas en el departamento de libros. Unas bonitas ediciones de Emece a 19 pesos. ¿Lo pueden creer? Compré un libro de cuentos de Bryce Echenique y uno más de Onetti (A la salud de Trenza de Arena) Había libros de Mutis, de Cela y otros autores al mismo precio, pero me limité. El propósito de mi visita era bélico y no cultural. En la ferretería había cualquier cantidad de trampas para ratones consistentes en pegamento, pero me pareció despiadado condenar al roedor a una muerte tan lenta, pegado a una melcocha. Tampoco me agradó la idea envenenarlos y darles la oportunidad de ir a agonizar lentamente en algún rincón de la casa. No. Opté por una muerte convencional, rápida y contundente, así que compré seis trampitas de madera marca Victor y me dirigí al hogar con mi respectivo six de Modelo. Una vez ahí, Carolina y yo nos dimos a la tarea de fraguar los asesinatos. Poner las trampas tiene su chiste. Hay un alto riesgo de que se dispare y tu dedo corra la suerte del ratón. Nos preguntamos acerca de los procesos evolutivos de los roedores. Acaso, luego de miles y miles de generaciones de ratones exterminados por un método tan ancestral y convencional, los ejemplares modernos nacerían con una inteligencia capaz de burlar a una máquina de guerra tan antigua. Las trampas Víctor son igualitas. La única diferencia con las que usaron nuestros abuelos, es que sobre la tabla donde quedará despanzurrado el roedor, viene una dirección de correo electrónico. Quien quiera que sea ese Víctor, puede ser juzgado como un genocida ratonil, si es que existe algún Tribunal de La Haya para los roedores- Las seis trampas fueron colocadas. Solo era cosa de esperar. Nos sentamos en la sala. Fui al refri saludar a mi Tío Jack, serví ritualmente mi vasito en las rocas y me puse a escuchar metal para esperar el comienzo de la masacre. Sonaba Angel in Black de Primal Fear cuando el primer golpe de ratonera irrumpió en la noche. La ratonera quedó en posición vertical. El ratón fue atrapado exactamente por la cabeza. Sus ojos quedaron abiertos y parecía mirarme como quien admite su derrota en una batalla, pero no en la guerra. Después de todo, millones de los suyos sobrevivirán a la humanidad cuando las bombas nucleares de la paranoia neo conservadora destruya la Tierra en nombre de la sacrosanta lucha antiterrorista.
El primer cadáver fue sacado de casa en la madrugada. Después el sueño nos venció. Al amanecer encontramos otro par de trampas y vaya sorpresa: una fue capaz de asesinar a una pareja. Dentro de una sola ratonera había un par de roedores muertos, colocados en posición inversa. En otra trampa había uno más. Saqué los cadáveres y les di cristiana sepultura en el contenedor de basura. La noche del Sabbath Bloddy Sabbath cayó uno más. Cinco ratones masacrados es el saldo del fin de semana, pero aún no concluimos. Anoche vimos a un sobreviviente rondando por la cocina, y el muy pérfido, como todo buen héroe de guerra, logró burlar la trampa. Cenó un delicioso queso y la ratonera no se disparó. Suelo sentir cierto respeto por un enemigo astuto, pero en esta guerra no hay cuartel, así que esta noche compraré más trampas.
El viernes agarramos camino rumbo a Ensenada. La consigna era sobrevolar la Sierra de San Pedro Mártir y tomar fotos de los devastadores incendios que la consumieron. El día anterior contacté telefónicamente a un piloto sinaloense. Pactamos un precio de 230 dólares la hora. Yo quería volar ese mismo día, pero el piloto me advirtió que la niebla estaba bajísima y sería difícil realizar el trabajo.
Tizoc y yo salimos por la mañana. Los pronósticos no podían ser más desalentadores. A la altura de Puerto Nuevo la carretera estaba absolutamente cubierta de una neblina que conforme avanzábamos parecía cerrarse cada vez más. El día menos apropiado para volar. Llegamos a la base aérea del Ciprés. El piloto, Abelardo Villavicencio nos aguardaba. Tal como lo imaginé, consideró poco apropiado volar, pero ya habíamos hecho el viaje. Propuso que esperáramos un poco. Fuimos a tomar café a un restaurante todo pintado de rosa en un hotel ubicado frente al Ciprés. Una hora más tarde el cielo se había despejado. Decidimos volar. Mire al piloto. Treintañero, barba de candado, típico acento sinaloense (y lo imaginé cantando que en dos y trescientos metros levanto las avionetas) La avioneta era pequeñita, vieja, apenas cuatro asientos. Tomamos pista y el despegue fue casi imperceptible. Tomamos rumbo a la sierra. Recordé una anterior experiencia en avioneta, una helada mañana de 1995, cuando un grupo de compañeros volamos de Parral Chihuahua al pueblito de Baborigame, ubicado en plena sierra, en el Municipio de Guadalupe Icalvo, en donde pasé una temporada habitando en una misión (sí, aunque no lo crean, este ateo come curas tiene algunos amigos sacerdotes) Aquella experiencia había sido algo terrible por los fuertes vientos, pero esta, contrario a lo que imaginé, fue muy llevadera. No había corrientes de aire, aunque sí una ligera lluvia. Al llegar a la sierra no vimos las enormes flamas rojas ni las humaderas que imaginé. El incendio estaba apagado, pero el paisaje era más que desolador. Toda la zona aledaña al Observatorio, más de 3 mil 500 hectáreas, estaban absolutamente chamuscadas. Pensé que ahí abajo estaría mi amigo Hugo Sotelo con sus cóndores de California y lamenté la suerte de tantas especies animales que se quedaron sin habitad. Sobrevolamos la sierra más de una hora y sin sobresaltos retornamos a Ensenada y posteriormente por tierra a Tijuana, previo stop en un puesto de tacos de pescado (ir a la Cenicienta del Pacífico y no saborear taquitos de pescado, camarón o caguamanta es pecado mortal, lo dice la Biblia)
Parte de guerra en torno a una masacre ratonil
La noche del viernes, al terminar de escribir mis crónicas aéreas de la Sierra, hice una parada en el super antes de ir a casa. La idea era surtirme de trampas para ratones. Como he narrado en días anteriores, los roedores han invadido nuestro nuevo hogar. Piso nuevo, alfombra nueva, electrodomésticos recién estrenados y ya debemos compartirlos con visitantes no invitados. Intenté llegar a un acuerdo con ellos, exhortarlos a un exilio voluntario. Compramos incluso un supuesto repelente sónico que en honor a la verdad no sirvió de una chingada. Por el contrario, lejos de firmar un armisticio, los ratones se volvieron más descarados e intensificaron sus incursiones en la cocina. Colmada nuestra paciencia, decidimos declarar la guerra con métodos ortodoxos. Antes de llegar al área de ferretería, descubrí que la Comercial tuvo a bien poner suculentas ofertas en el departamento de libros. Unas bonitas ediciones de Emece a 19 pesos. ¿Lo pueden creer? Compré un libro de cuentos de Bryce Echenique y uno más de Onetti (A la salud de Trenza de Arena) Había libros de Mutis, de Cela y otros autores al mismo precio, pero me limité. El propósito de mi visita era bélico y no cultural. En la ferretería había cualquier cantidad de trampas para ratones consistentes en pegamento, pero me pareció despiadado condenar al roedor a una muerte tan lenta, pegado a una melcocha. Tampoco me agradó la idea envenenarlos y darles la oportunidad de ir a agonizar lentamente en algún rincón de la casa. No. Opté por una muerte convencional, rápida y contundente, así que compré seis trampitas de madera marca Victor y me dirigí al hogar con mi respectivo six de Modelo. Una vez ahí, Carolina y yo nos dimos a la tarea de fraguar los asesinatos. Poner las trampas tiene su chiste. Hay un alto riesgo de que se dispare y tu dedo corra la suerte del ratón. Nos preguntamos acerca de los procesos evolutivos de los roedores. Acaso, luego de miles y miles de generaciones de ratones exterminados por un método tan ancestral y convencional, los ejemplares modernos nacerían con una inteligencia capaz de burlar a una máquina de guerra tan antigua. Las trampas Víctor son igualitas. La única diferencia con las que usaron nuestros abuelos, es que sobre la tabla donde quedará despanzurrado el roedor, viene una dirección de correo electrónico. Quien quiera que sea ese Víctor, puede ser juzgado como un genocida ratonil, si es que existe algún Tribunal de La Haya para los roedores- Las seis trampas fueron colocadas. Solo era cosa de esperar. Nos sentamos en la sala. Fui al refri saludar a mi Tío Jack, serví ritualmente mi vasito en las rocas y me puse a escuchar metal para esperar el comienzo de la masacre. Sonaba Angel in Black de Primal Fear cuando el primer golpe de ratonera irrumpió en la noche. La ratonera quedó en posición vertical. El ratón fue atrapado exactamente por la cabeza. Sus ojos quedaron abiertos y parecía mirarme como quien admite su derrota en una batalla, pero no en la guerra. Después de todo, millones de los suyos sobrevivirán a la humanidad cuando las bombas nucleares de la paranoia neo conservadora destruya la Tierra en nombre de la sacrosanta lucha antiterrorista.
El primer cadáver fue sacado de casa en la madrugada. Después el sueño nos venció. Al amanecer encontramos otro par de trampas y vaya sorpresa: una fue capaz de asesinar a una pareja. Dentro de una sola ratonera había un par de roedores muertos, colocados en posición inversa. En otra trampa había uno más. Saqué los cadáveres y les di cristiana sepultura en el contenedor de basura. La noche del Sabbath Bloddy Sabbath cayó uno más. Cinco ratones masacrados es el saldo del fin de semana, pero aún no concluimos. Anoche vimos a un sobreviviente rondando por la cocina, y el muy pérfido, como todo buen héroe de guerra, logró burlar la trampa. Cenó un delicioso queso y la ratonera no se disparó. Suelo sentir cierto respeto por un enemigo astuto, pero en esta guerra no hay cuartel, así que esta noche compraré más trampas.