Eterno Retorno

Tuesday, April 01, 2003


Sobre Nachón

En el blog de Fernando Morcillo leo que alguien escribe sobre Fernando Nachón. Hacía rato que no escuchaba hablar de este personaje. Este autor cayó en mis manos allá por 1990 cuando mi buen amigo Rodolfo Cruz compró el Diario de un Pendejo. Ese mismo ejemplar yace en mi librero y de vez en cuando es hojeado. Un libro terriblemente divertido. No cual-quier pendejo es capaz de hacer reír como lo hace Nachón.
He de decir que es el único ejemplar de mi librero que interesa a algunos de mis amigos que ni por casualidad son capaces de leer siquiera un cómix.
Lo que aporta Nachón que lo sitúa un escalón arriba de esos escritores empantanados en relatos de pachequeces y cogidas, es la vocación psicoanalítica de sus textos y sus afortunadas citas freudiano- lacaniano. Sus poemas suenan demasiado a Bu-kowsky.
Años después encontré en una librería Los niños bien. Una decepción total. Lo compré con fe ciega en el autor y resultó ser una basura absoluta. Decepcionante. Siempre he querido leer De a perrito. Se que lo editó Fontamara. Nunca lo he visto.
Nachón tiene mérito. A finales de los ochenta aún no se daba en México esa explosión de autores seudomalditos que quieren asustar con textos irreverentes de junkies cogelones y patanes. Sus textos recrean la vida nocturna del DF de la segunda mi-tad de los ochenta, época en que yo llegue a residir a la Gran Tenochtitlán. Antros como el popular Nueve de aquella época y el Rock Stock son reflejados
Una época aburrida y decadente que hoy en día parece taaan antigua.


Sobre la onda

Ya que pienso en esto de los autores seudo marginales, hay que tomar en cuenta que en alguna ocasión, la gente de la Literatura de la Onda fueron consideradas plumas contestatarias y malditas.
La primera vez que leí a José Agustín lo hice por accidente. Yo tendría unos 12 años. Su texto Cual es la onda era le último de la antología El cuento hispanoamericano compilada por Menton. Esta compilación empieza con el cuento El matadero de Esteban Echeverría, pasa por Rulfo, Borges, Arreola, Revueltas, Cortazar, Sinán para acabar con José Agustín como el tope de lo tope del vanguardismo. Su cuento no me agradó. No lo leí en el momento adecuado. Después, ya más grandecito, leí La tumba y ahí empezó a gestarse mi relativo gusto por este autor.
Aunque ciclado en temas y estilo, José Agustín se mantuvo en buen nivel con textos acordes a su edad y experiencia. Aún así hace años que no produce nada nuevo fuera de críticas de rock. Dos horas de sol, su última novela moderna, me pareció muy buena. Ciudades desiertas también me agrada demasiado, sobre todo porque la leí durante una larga estancia en un aburrido pueblito de Nueva Inglaterra.
Cuando yo era un adolescente alguien me recomendó leer a Parménides García Saldaña como el tope de lo tope de la margi-nalidad.
Carajo. Temática y literariamente hablando sus textos son de una inocencia tierna. Paren guión de película de Angélica María con los recursos literarios de un concurso de cuento de primero de secundaria. Lo mismo sucede con Gustavo Sainz.
García Saldaña solo existe hoy en día gracias a la promoción que el propio José Agustín se ha encargado de hacerle narrando los pasajes atascados de su vida y haciendo culto de su muerte relativamente temprana.
Otros han querido seguir sus pasos y se transforman en personajes ilustres de la historia universal del aburrimiento.