Estoy terriblemente crudo. Esto es lo que se llama una resaca y no chingaderas. Existir este lunes me ha costado algo más que horrores. Un fin de semana corto, en el que trabajé demasiado desde casa y en el que batí mi record de más horas dentro de un bar.
Fiel a lo que ya es una tradición de todos los lunes, he aquí la crónica de ese oasis de la existencia llamado fin de semana.
Encontrando Escondido
La aventura comenzó el viernes. Serían las ocho de la noche. Yo estaba atrasadísimo con el trabajo. Tenía pendiente la columna y el vaciado de una entrevista. Un par de juntas o “estira y afloja” nocturnos en la oficina de Raúl. La primera con la flamante unidad de reportajes especiales que integramos Omar Millán y yo. La segunda para discutir sobre como diablos hacer para traer más lectores a la columna.
En eso estábamos cuando Abraham mandó la nota del soldado tijuanense muerto en Irak. Como era de esperarse, pidieron que investigáramos obra y gracia de la familia del muerto. La familia vive en Escondido. Eran las 20:30 horas. En la redacción estábamos el fotógrafo Omar Martínez y yo. Abraham, que conoce bastante bien San Diego, se hizo guey de forma muy diplomática y entonces levanto la mano: “Yo merito voy”. Había que ir hasta allá, tomar fotos de toda la familia, entrevistar-los, reflejar su dolor y todo eso que gusta tanto a los lectores cursilones. Raúl prestó su carro. Cuando hay situaciones de emergencia no duda en facilitarlo.
Y ahí voy yo al volante. A prisa logramos imprimir un mapa de yahoo y tuve la precaución de traerme una buena selección de casets para el camino. El carro, un sentra blanco, es de esos que apenas acaricias el acelerador y ya vas corriendo. Acos-tumbrado como estoy a mi dura camioneta, un carro tan blandito me dio una inicial desconocida. Unos 45 minutos de línea y el migra sospechando de nosotros pues a la hora que me pidió que abriera la cajuela no encontraba yo la palanca y me bajé a abrirla con la llave. Una vez en el 805 pisé el acelerador, puse un caset de Dark Angel y llantas pa que os quiero. Ahí íbamos a más de 150 kilómetros por hora en carro ajeno con el placer de saber que no habría baches en el camino. Yo iba prendido en el volante y creo que hubiera podido seguir manejando hasta Seattle. Solo que Omar no resultó un buen copiloto. Debimos salir en el 15 y de pronto ya andábamos en Oceanside. Salimos al azar. Preguntando en la gasolinera nos recomendaron tomar el 7/8 al Este. Dimos con él y al cabo de un rato llegamos a Escondido. Pero ahí sí que empezamos a sufrir. Dimos vueltas y vueltas. Un perdidón de aquellos. Íbamos oyendo Mötorhead. El Omar nervioso. Yo con cara de no hay pedo. Había perdido mis esperanzas de encontrar la casa, hasta que dimos con la dichosa calle. Claro, Otra cosa fue dar con el depa, pero lo encontramos. Eran las 23:30 horas. La familia celebraba algo así como un funeral en la sala. En la puerta la fotografía de Jesús Alberto Suárez del Solar, tijuanense de 20 años muerto en Irak en circunstancias aún no aclaradas.
Pensé que con justa razón seríamos corridos a patadas pero el padre del soldado nos recibió amablemente. Y aunque las lágrimas lo traicionaron más de una vez, hizo un relato coherente y bastante crudo. Yo esperaba encontrar un despreciable pocho patriotero, pero no. Era un tijuanense que se expresaba muy correctamente y que por fortuna estaba contra la guerra. Cuestionó al Gobierno americano y le echó en cara a Bush la muerte de su hijo por una guerra comercial.
Yo no puedo lamentar la muerte de un soldado. Después de todo nadie lo obligó a ir. Pero sí aborrezco la idea de que sean mocosos mexicanos de 20 años los que tengan que morir por los caprichos capitalistas de unos cerdos republicanos. Unos bastardos que sin duda discriminarían a un joven como Del Solar, del que solo se acuerdan cuando se necesita carne de cañón. La entrevista duró como media hora. A las 12:00 agarramos de regreso. Todo el 15 y luego el 5, ahora sí vuelto madre pues queríamos alcanzar a entregar la foto. Íbamos a más de 160 escuchando Black Sabbath. Llegamos al periódico como a las 12:30. La foto no entro ese día, pero yo tenía en mis manos una buenísima historia para deleitar a nuestros lectores.
Sabbath blody sabbath
Dormí pesado. Literalmente como un tronco que cae en la cama por su propio peso. Soñé que volaba. Se que es un sueño común, pero siempre es delicioso. Estaba yo en algún cuarto y de pronto me elevaba. En el fondo sabía que estaba soñando pero también sabía que el vuelo dependía absolutamente de mí. Me elevaba sobre unos bosques como impulsado por una fuerza y luego me deslizaba. A las 8:30 de la mañana sonó el teléfono. Una llamada equivocada. Desayunamos deliciosamente. Después me puse a trabajar en el vaciado de la entrevista con el papá del soldado mientras escuchaba Blind Guardian y Rainbow y bebía unas Samuel Adams. A las 14:00 a iniciativa de Carolina nos pusimos shorts y chanclas y salimos a lavar la camioneta. Modestia a aparte nos quedó muy bien. A las 15:00 sagrado ritual. Duelo de felinos en San Nicolás Tigres vs Pu-mas. Empezamos jugando poca madre. Golazo de Irenio que madrugó a la barrera. Fallas, más fallas y empate unamita. La Bola González. Medio tiempo me bañé y rasuré a toda prisa.. Segundo tiempo. Presión, llegadas tiros de esquina, más fallas. Tiro libre, Bernal suelta, Hugo Sánchez remata, golazo Ya los teníamos. Justo triunfo de 2-1. Minuto 3. Yo me comía las uñas y le chiflaba a la tele a ver si el árbitro pitaba de una vez. Tiro de Fonseca, le rebota en las nalgas a Hugo Sánchez y mierda, mierda y recontra mierda. Empataron los pinches unamitas. Odio que nos empaten en el último minuto y eso ha sucedido tres veces en esta temporada. Contra Pachuca, Santos y ahora Pumas había triunfos amarrados. Seis puntos se nos han ido de las manos. Preferí no pensar más en eso. Salimos de casa vestidos y alborotados. Fuimos en busca de un misterioso restaurante argentino que está dentro de unos depas pero que al parecer no funciona más, aunque tiene un letrero amarillo. Acabamos en el café Saverios. Carpaccio, pizza mediterránea y botella de tinto. Deliciosa cena. Después fuimos al Ruben Hood, un sitio que no acostumbramos visitar demasiado. Tres negras modelo y unas palomitas. De pronto entró Víctor Magdaleno, un editor que acaba de salir en el último recorte. Me levanté a saludarlo. Bebió una cerveza y se fue. Tengo la impresión de que mi presencia lo incomodó.
Después nos fuimos a la Plaza Río. Pensábamos hacer una compra en Dorians y luego seguir la parranda en la Plaza Fiesta. Pero los aromas y los vientos primaverales nos motivaron a un espontáneo y delicioso sexo en el carro al más puro estilo teenager. El lecho matrimonial no es el único espacio sexual de las parejas casadas y cambiar de cancha es muy sano. Cuando tiene sexo en un lugar público estás muy pendiente de todos los que pasan a tu alrededor. Y nunca la gente se ve tan terriblemente pendeja como en esos momentos. Tu los observas desde la ventana del vehículo esperando que ellos no te vean a ti. Ellos están ocupados haciendo sus compras, cargando sus bolsas, arreando a sus escuincles y nosotros, sus observadores, tenemos muy claro nuestro objetivo en la vida en ese preciso momento: Tener y procurar un orgasmo. Conseguido el objetivo, nos dimos cuenta de que no hacía falta ir a ninguna parte más y nos fuimos de ahí sin haber descendido del carro a seguir la parranda en casa. Compramos unas botellas de Casillero. El vino era oscuro, denso, seco a más no poder. Parecía sangre recién sacada. No terminamos la botella. Antes de las 12:00 ya dormíamos plácidamente.
Domingo suizo
Desperté ahuevado. Tenía trabajo que hacer. Escribí un poquito y después volvía a dormir como hasta las 11:00. Nuestro amigo César Romero habló para proponer plan de ir a desayunar. Seguí escribiendo. Carolina había cocinado chicharrones con salsa pero se quemaron. César llegó como a las 13:00 horas. me trajo de regalo una revista española de metal con disco incluído. Pero mierda mierda mierda, el disco venía defectuoso y ni el estereo ni la computadora lo quisieron tocar. Lástima porque traía material interesante de Saxon, Kreator, Sodom y Blackshine. Me quedé con las ganas. Salimos como a las 13:00. Cesar había propuesto el Yogurt Place, pero Carol y yo lo consideramos muy sano para nuestros estándares. Requerimos altas dosis de colesterol para vivir. César propuso comer en el Sótano Suizo. Aunque de vez en cuando acudo a ese lugar, nunca me había tomado la molestia de preguntar que había de comer. Llegamos antes de que abrieran. Fuimos los primeros clientes en entrar poco antes de de las 14:00. Pedimos jarra de cerveza oscura. Caracoles al ajillo y salpicón de botana. Un hot dog gigante para comer. Una delicia En la tele daban América vs Atlas y los goles llovían a racimos. 4-4 final. Llegó la segunda, la tercera y la cuarta jarra y la conversación fluía. Con Cesar el tema suele ser Monterrey. Es un regio nostálgico que evoca con añoranza los años de juventud en la Sultana. A él lo conocí en 1992, cuando ambos estudiamos efímeramente Ciencias Políticas en la UANL. En realidad por él conocí a Carolina que entonces era una bebé de 14 años que estudiaba preparatoria. Casi todas las conversaciones con César se remontan a las amistades de esa época. Yo ya no extraño Monterrey ni quiero volver a vivir ahí. Ya me hice tijuanense. Lo que más extraño de Monterrey son las tardes en el Estadio Tigre y nada más. Su gente y su clima son de hueva. Yo me quedo aquí. Tal vez algún día Tijuana tenga un equipo de primera división, pero se ve muy difícil que algún día Monterrey tenga mar, un clima decente y una sociedad cool capaz de mearse en la iglesia, en los apellidos y su pinche texanismo mierdozo. Por ahí de las 18:00 de la tarde llegó el suizo René acompañado de un polaco llamado Esteban. Se unieron a nuestra conversación. César se lleva de cachete y nalgada con el suizo y aunque yo casi no lo había tratado, me acabó por caer muy bien. El tema giró en torno a la guerra y dedicamos un buen rato a blasfemar contra Bush. El polaco, que por cierto llegó en una moto amarilla, resultó ser un apasionado antisemita. Yo no podría declararme a mi mismo un antisemita, aunque sí un franco enemigo de Israel y del sionismo que practica Sharom, así que tuve muchas concordancias con mi interlocutor. Después el suizo se fijo que en mi camiseta con el estampado de la Guernica de Picasso y la conversación giró en torno al cuadro. Me dijo que el había mandado hacer una Guernica gigante en la sala de su casa y yo saqué a colación el motivo anti bélico que dio origen al cuadro en 1937 cuando la Falange desangraba España. Para entonces me había cansado de beber cerveza de barril y pedí Guiness. No había, pero el suizo me recomendó una cerveza irlandesa llamada Murphys. No lo hubiera hecho. Creó un monstruo. La cerveza estaba deliciosa, espesa, amarga a más no poder. Debo haber bebido cinco o seis. Tan animados estábamos, que el suizo nos invitó a cenar una pasta que acababa de cocinar su mujer. Abrió una botella de grapa y mandó traer el espagueti y la ensalada. La grapa nos cayó fuerte. La cena fue deliciosa, aunque modestia aparte, Carolina prepara pastas tan ricas que superan a cualquiera, incluso a las que probamos en Italia.
Pasadas las 10:00 de la noche, luego de pasar más de ocho horas dentro del bar, (una jornada laboral entera) y haber bebido litros y litros de cerveza, César, Carolina y yo abandonamos el Sótano Suizo totalmente ebrios.
Como era de esperarse, este lunes se cobró la factura con una cruda demencial. El costo que paga uno por ser tan com-prometidamente dionisiaco.
Fiel a lo que ya es una tradición de todos los lunes, he aquí la crónica de ese oasis de la existencia llamado fin de semana.
Encontrando Escondido
La aventura comenzó el viernes. Serían las ocho de la noche. Yo estaba atrasadísimo con el trabajo. Tenía pendiente la columna y el vaciado de una entrevista. Un par de juntas o “estira y afloja” nocturnos en la oficina de Raúl. La primera con la flamante unidad de reportajes especiales que integramos Omar Millán y yo. La segunda para discutir sobre como diablos hacer para traer más lectores a la columna.
En eso estábamos cuando Abraham mandó la nota del soldado tijuanense muerto en Irak. Como era de esperarse, pidieron que investigáramos obra y gracia de la familia del muerto. La familia vive en Escondido. Eran las 20:30 horas. En la redacción estábamos el fotógrafo Omar Martínez y yo. Abraham, que conoce bastante bien San Diego, se hizo guey de forma muy diplomática y entonces levanto la mano: “Yo merito voy”. Había que ir hasta allá, tomar fotos de toda la familia, entrevistar-los, reflejar su dolor y todo eso que gusta tanto a los lectores cursilones. Raúl prestó su carro. Cuando hay situaciones de emergencia no duda en facilitarlo.
Y ahí voy yo al volante. A prisa logramos imprimir un mapa de yahoo y tuve la precaución de traerme una buena selección de casets para el camino. El carro, un sentra blanco, es de esos que apenas acaricias el acelerador y ya vas corriendo. Acos-tumbrado como estoy a mi dura camioneta, un carro tan blandito me dio una inicial desconocida. Unos 45 minutos de línea y el migra sospechando de nosotros pues a la hora que me pidió que abriera la cajuela no encontraba yo la palanca y me bajé a abrirla con la llave. Una vez en el 805 pisé el acelerador, puse un caset de Dark Angel y llantas pa que os quiero. Ahí íbamos a más de 150 kilómetros por hora en carro ajeno con el placer de saber que no habría baches en el camino. Yo iba prendido en el volante y creo que hubiera podido seguir manejando hasta Seattle. Solo que Omar no resultó un buen copiloto. Debimos salir en el 15 y de pronto ya andábamos en Oceanside. Salimos al azar. Preguntando en la gasolinera nos recomendaron tomar el 7/8 al Este. Dimos con él y al cabo de un rato llegamos a Escondido. Pero ahí sí que empezamos a sufrir. Dimos vueltas y vueltas. Un perdidón de aquellos. Íbamos oyendo Mötorhead. El Omar nervioso. Yo con cara de no hay pedo. Había perdido mis esperanzas de encontrar la casa, hasta que dimos con la dichosa calle. Claro, Otra cosa fue dar con el depa, pero lo encontramos. Eran las 23:30 horas. La familia celebraba algo así como un funeral en la sala. En la puerta la fotografía de Jesús Alberto Suárez del Solar, tijuanense de 20 años muerto en Irak en circunstancias aún no aclaradas.
Pensé que con justa razón seríamos corridos a patadas pero el padre del soldado nos recibió amablemente. Y aunque las lágrimas lo traicionaron más de una vez, hizo un relato coherente y bastante crudo. Yo esperaba encontrar un despreciable pocho patriotero, pero no. Era un tijuanense que se expresaba muy correctamente y que por fortuna estaba contra la guerra. Cuestionó al Gobierno americano y le echó en cara a Bush la muerte de su hijo por una guerra comercial.
Yo no puedo lamentar la muerte de un soldado. Después de todo nadie lo obligó a ir. Pero sí aborrezco la idea de que sean mocosos mexicanos de 20 años los que tengan que morir por los caprichos capitalistas de unos cerdos republicanos. Unos bastardos que sin duda discriminarían a un joven como Del Solar, del que solo se acuerdan cuando se necesita carne de cañón. La entrevista duró como media hora. A las 12:00 agarramos de regreso. Todo el 15 y luego el 5, ahora sí vuelto madre pues queríamos alcanzar a entregar la foto. Íbamos a más de 160 escuchando Black Sabbath. Llegamos al periódico como a las 12:30. La foto no entro ese día, pero yo tenía en mis manos una buenísima historia para deleitar a nuestros lectores.
Sabbath blody sabbath
Dormí pesado. Literalmente como un tronco que cae en la cama por su propio peso. Soñé que volaba. Se que es un sueño común, pero siempre es delicioso. Estaba yo en algún cuarto y de pronto me elevaba. En el fondo sabía que estaba soñando pero también sabía que el vuelo dependía absolutamente de mí. Me elevaba sobre unos bosques como impulsado por una fuerza y luego me deslizaba. A las 8:30 de la mañana sonó el teléfono. Una llamada equivocada. Desayunamos deliciosamente. Después me puse a trabajar en el vaciado de la entrevista con el papá del soldado mientras escuchaba Blind Guardian y Rainbow y bebía unas Samuel Adams. A las 14:00 a iniciativa de Carolina nos pusimos shorts y chanclas y salimos a lavar la camioneta. Modestia a aparte nos quedó muy bien. A las 15:00 sagrado ritual. Duelo de felinos en San Nicolás Tigres vs Pu-mas. Empezamos jugando poca madre. Golazo de Irenio que madrugó a la barrera. Fallas, más fallas y empate unamita. La Bola González. Medio tiempo me bañé y rasuré a toda prisa.. Segundo tiempo. Presión, llegadas tiros de esquina, más fallas. Tiro libre, Bernal suelta, Hugo Sánchez remata, golazo Ya los teníamos. Justo triunfo de 2-1. Minuto 3. Yo me comía las uñas y le chiflaba a la tele a ver si el árbitro pitaba de una vez. Tiro de Fonseca, le rebota en las nalgas a Hugo Sánchez y mierda, mierda y recontra mierda. Empataron los pinches unamitas. Odio que nos empaten en el último minuto y eso ha sucedido tres veces en esta temporada. Contra Pachuca, Santos y ahora Pumas había triunfos amarrados. Seis puntos se nos han ido de las manos. Preferí no pensar más en eso. Salimos de casa vestidos y alborotados. Fuimos en busca de un misterioso restaurante argentino que está dentro de unos depas pero que al parecer no funciona más, aunque tiene un letrero amarillo. Acabamos en el café Saverios. Carpaccio, pizza mediterránea y botella de tinto. Deliciosa cena. Después fuimos al Ruben Hood, un sitio que no acostumbramos visitar demasiado. Tres negras modelo y unas palomitas. De pronto entró Víctor Magdaleno, un editor que acaba de salir en el último recorte. Me levanté a saludarlo. Bebió una cerveza y se fue. Tengo la impresión de que mi presencia lo incomodó.
Después nos fuimos a la Plaza Río. Pensábamos hacer una compra en Dorians y luego seguir la parranda en la Plaza Fiesta. Pero los aromas y los vientos primaverales nos motivaron a un espontáneo y delicioso sexo en el carro al más puro estilo teenager. El lecho matrimonial no es el único espacio sexual de las parejas casadas y cambiar de cancha es muy sano. Cuando tiene sexo en un lugar público estás muy pendiente de todos los que pasan a tu alrededor. Y nunca la gente se ve tan terriblemente pendeja como en esos momentos. Tu los observas desde la ventana del vehículo esperando que ellos no te vean a ti. Ellos están ocupados haciendo sus compras, cargando sus bolsas, arreando a sus escuincles y nosotros, sus observadores, tenemos muy claro nuestro objetivo en la vida en ese preciso momento: Tener y procurar un orgasmo. Conseguido el objetivo, nos dimos cuenta de que no hacía falta ir a ninguna parte más y nos fuimos de ahí sin haber descendido del carro a seguir la parranda en casa. Compramos unas botellas de Casillero. El vino era oscuro, denso, seco a más no poder. Parecía sangre recién sacada. No terminamos la botella. Antes de las 12:00 ya dormíamos plácidamente.
Domingo suizo
Desperté ahuevado. Tenía trabajo que hacer. Escribí un poquito y después volvía a dormir como hasta las 11:00. Nuestro amigo César Romero habló para proponer plan de ir a desayunar. Seguí escribiendo. Carolina había cocinado chicharrones con salsa pero se quemaron. César llegó como a las 13:00 horas. me trajo de regalo una revista española de metal con disco incluído. Pero mierda mierda mierda, el disco venía defectuoso y ni el estereo ni la computadora lo quisieron tocar. Lástima porque traía material interesante de Saxon, Kreator, Sodom y Blackshine. Me quedé con las ganas. Salimos como a las 13:00. Cesar había propuesto el Yogurt Place, pero Carol y yo lo consideramos muy sano para nuestros estándares. Requerimos altas dosis de colesterol para vivir. César propuso comer en el Sótano Suizo. Aunque de vez en cuando acudo a ese lugar, nunca me había tomado la molestia de preguntar que había de comer. Llegamos antes de que abrieran. Fuimos los primeros clientes en entrar poco antes de de las 14:00. Pedimos jarra de cerveza oscura. Caracoles al ajillo y salpicón de botana. Un hot dog gigante para comer. Una delicia En la tele daban América vs Atlas y los goles llovían a racimos. 4-4 final. Llegó la segunda, la tercera y la cuarta jarra y la conversación fluía. Con Cesar el tema suele ser Monterrey. Es un regio nostálgico que evoca con añoranza los años de juventud en la Sultana. A él lo conocí en 1992, cuando ambos estudiamos efímeramente Ciencias Políticas en la UANL. En realidad por él conocí a Carolina que entonces era una bebé de 14 años que estudiaba preparatoria. Casi todas las conversaciones con César se remontan a las amistades de esa época. Yo ya no extraño Monterrey ni quiero volver a vivir ahí. Ya me hice tijuanense. Lo que más extraño de Monterrey son las tardes en el Estadio Tigre y nada más. Su gente y su clima son de hueva. Yo me quedo aquí. Tal vez algún día Tijuana tenga un equipo de primera división, pero se ve muy difícil que algún día Monterrey tenga mar, un clima decente y una sociedad cool capaz de mearse en la iglesia, en los apellidos y su pinche texanismo mierdozo. Por ahí de las 18:00 de la tarde llegó el suizo René acompañado de un polaco llamado Esteban. Se unieron a nuestra conversación. César se lleva de cachete y nalgada con el suizo y aunque yo casi no lo había tratado, me acabó por caer muy bien. El tema giró en torno a la guerra y dedicamos un buen rato a blasfemar contra Bush. El polaco, que por cierto llegó en una moto amarilla, resultó ser un apasionado antisemita. Yo no podría declararme a mi mismo un antisemita, aunque sí un franco enemigo de Israel y del sionismo que practica Sharom, así que tuve muchas concordancias con mi interlocutor. Después el suizo se fijo que en mi camiseta con el estampado de la Guernica de Picasso y la conversación giró en torno al cuadro. Me dijo que el había mandado hacer una Guernica gigante en la sala de su casa y yo saqué a colación el motivo anti bélico que dio origen al cuadro en 1937 cuando la Falange desangraba España. Para entonces me había cansado de beber cerveza de barril y pedí Guiness. No había, pero el suizo me recomendó una cerveza irlandesa llamada Murphys. No lo hubiera hecho. Creó un monstruo. La cerveza estaba deliciosa, espesa, amarga a más no poder. Debo haber bebido cinco o seis. Tan animados estábamos, que el suizo nos invitó a cenar una pasta que acababa de cocinar su mujer. Abrió una botella de grapa y mandó traer el espagueti y la ensalada. La grapa nos cayó fuerte. La cena fue deliciosa, aunque modestia aparte, Carolina prepara pastas tan ricas que superan a cualquiera, incluso a las que probamos en Italia.
Pasadas las 10:00 de la noche, luego de pasar más de ocho horas dentro del bar, (una jornada laboral entera) y haber bebido litros y litros de cerveza, César, Carolina y yo abandonamos el Sótano Suizo totalmente ebrios.
Como era de esperarse, este lunes se cobró la factura con una cruda demencial. El costo que paga uno por ser tan com-prometidamente dionisiaco.