Días de guardar no son para mi, días de bloguear.
Cuatro días sin computadora, más de 96 horas fuera de la blogósfera. Me siento extraño.
El último de la década a cuestas. Un 21 de abril más que se tatúa en mi rostro y en mi cuerpo. He llegado a la edad que durante años señalé como la ideal para morir. Incluso proclamé más de una vez la lapidaria recomendación: Sucídate a los 29. Si no me viera al espejo, podría pensar que me siento como cuando despreciaba todo aquello que oliera a vida adulta. Lo sigo despreciando en realidad. Pero sigue habiendo libros nuevos para leer, ciudades desconocidas por visitar y una linda esposa a la que puedo besar cada noche. Luego entonces, tal vez la edad para morir se alargue un poco.
Cuatro días sin computadora, más de 96 horas fuera de la blogósfera. Me siento extraño.
El último de la década a cuestas. Un 21 de abril más que se tatúa en mi rostro y en mi cuerpo. He llegado a la edad que durante años señalé como la ideal para morir. Incluso proclamé más de una vez la lapidaria recomendación: Sucídate a los 29. Si no me viera al espejo, podría pensar que me siento como cuando despreciaba todo aquello que oliera a vida adulta. Lo sigo despreciando en realidad. Pero sigue habiendo libros nuevos para leer, ciudades desconocidas por visitar y una linda esposa a la que puedo besar cada noche. Luego entonces, tal vez la edad para morir se alargue un poco.