Hoy he tenido mucho trabajo. Hasta coberturas para Deportes hice y lo peor es que aún no termino la calumnia. Por un día he olvidado el blog, Ahí van dos historias de reos que encontraron su infierno en la libertad.
"La libertad es la cárcel más grande de todas las cárceles": Javier Corcovado
"La vida es una cárcel con las puertas abiertas": Andrés Calamaro
"Life is a prision without walls": Napalm Death
Encerrados en la libertad
Dos historias de ex reos
Cuando Ramiro Guillén salió del Cereso de Ensenada en el año 2000, empezó su verdadero calvario, algo que según él, ha sido mucho peor que haber estado encerrado.
De haber tenido un trabajo, una compañera sentimental y una hija, al salir de la cárcel Ramiro no tenía absolutamente nada, ni un techo bajo el cual dormir y ni un peso para poder comer.
“Allá adentro comíamos, mal, bien gacho si tu quiere, pero comíamos, cuando estuve afuera la tuve que hacer de limosnero, bien gacho que se siente, yo nunca le había pedido dinero a nadie, ni a mi mamá”, afirmó
Ramiro era chofer de una fábrica y vivía en Ensenada junto con Graciela, su compañera y su hija Cindy de cuatro meses de edad.
En 1996, fue encarcelado luego de haber sido detenido transportando marihuana en su camión. Ramiro reconoce su error, pe-ro asegura que ya lo pagó con creces.
Una vez que ingresó a la cárcel solo vio dos veces a Graciela y nunca más volvió a ver a Cindy. Desde 1998 no supo más de ellas.
Cuando salió de la cárcel, no pudo encontrarlas por ningún lado. En Ensenada nadie sabía nada de ellas. Poco después se en-teró que Graciela se había juntado con un hombre y se había ido de la ciudad, posiblemente a Estados Unidos. Hasta el día de hoy ignora su paradero.
En la fábrica donde trabajaba no quisieron volver a admitirlo, mucho menos después de que uso un vehículo d ela empresa para transportar droga.
Regresar a su natal Ruiz Nayarit no le sirvió de mucho. Su familia, dice Ramiro, se avergonzaba de él y pronto surgieron los problemas.
Hoy en día, Ramiro vive en Ensenada y por las noches trabaja ayudando a un amigo suyo en un puesto de tacos en la Avenida Juárez.
Ha iniciado desde hace tres meses su proceso de rehabilitación de su adicción a las drogas y se ha convertido a la religión cristiana, la cual predica con devoción, aunque él sabe bien que su vida, jamás podrá volver a ser la misma.
Me ven como apestado
“No estoy enfermo, no tengo el Sida, no los voy a contagiar de nada ni los voy a robar”, afirma enojado Jorge Alberto cuan-do alguien le pregunta por su pasado de presidiario.
Su estancia de cuatro años en la Penitenciaría de Tijuana a donde llegó acusado de robo, ha marcado a Jorge Alberto para to-da la vida.
Pese a que en el penal fue un reo que se distinguió por sus deseos de rehabilitarse e incluso fue coordinador de un grupo en el taller de carpintería, Jorge Alberto vive con un lastre a cuestas.
Tres meses después de salir de la cárcel, se divorció de su esposa Angélica Luna, pues según cuenta, ya no era la misma ni podían vivir juntos.
De cualquier manera, él tiene una buena relación con su hijo Brando de ocho años con quien pasa los fines de semana aunque a su ex esposa ya nunca la ve.
No le gusta decir que algún día estuvo encerrado en la cárcel pues según afirma, la gente se aleja de él y lo rehuye, por loq ue prefiere olvidar esa parte de su vida.
Hoy en día, Jorge Alberto es dueño de un taller mecánico en la Colonia Obrera y el negocio le ha marchado bien, aunque con-fiesa que jamás habla de su pasado con los clientes.
“Una vez una señora se enteró, yo no se como, que había estado en el Pueblito y no volvió a venir, que porque le podía robar y eso antes cada mes me traía su camioneta para que se la afinara y le quedaba al tiro, nunca tuvo una queja”, dijo el mecáni-co.
“Si yo me equivoqué una vez, no significa que me vaya a equivocar toda la vida, ya pagué y ahora quiero trabajar, auí me puedes dejar todos los carros que quieras y no los voy a robar ni te voy a cobrar un peso más por un trabajo”, afirmó.
"La libertad es la cárcel más grande de todas las cárceles": Javier Corcovado
"La vida es una cárcel con las puertas abiertas": Andrés Calamaro
"Life is a prision without walls": Napalm Death
Encerrados en la libertad
Dos historias de ex reos
Cuando Ramiro Guillén salió del Cereso de Ensenada en el año 2000, empezó su verdadero calvario, algo que según él, ha sido mucho peor que haber estado encerrado.
De haber tenido un trabajo, una compañera sentimental y una hija, al salir de la cárcel Ramiro no tenía absolutamente nada, ni un techo bajo el cual dormir y ni un peso para poder comer.
“Allá adentro comíamos, mal, bien gacho si tu quiere, pero comíamos, cuando estuve afuera la tuve que hacer de limosnero, bien gacho que se siente, yo nunca le había pedido dinero a nadie, ni a mi mamá”, afirmó
Ramiro era chofer de una fábrica y vivía en Ensenada junto con Graciela, su compañera y su hija Cindy de cuatro meses de edad.
En 1996, fue encarcelado luego de haber sido detenido transportando marihuana en su camión. Ramiro reconoce su error, pe-ro asegura que ya lo pagó con creces.
Una vez que ingresó a la cárcel solo vio dos veces a Graciela y nunca más volvió a ver a Cindy. Desde 1998 no supo más de ellas.
Cuando salió de la cárcel, no pudo encontrarlas por ningún lado. En Ensenada nadie sabía nada de ellas. Poco después se en-teró que Graciela se había juntado con un hombre y se había ido de la ciudad, posiblemente a Estados Unidos. Hasta el día de hoy ignora su paradero.
En la fábrica donde trabajaba no quisieron volver a admitirlo, mucho menos después de que uso un vehículo d ela empresa para transportar droga.
Regresar a su natal Ruiz Nayarit no le sirvió de mucho. Su familia, dice Ramiro, se avergonzaba de él y pronto surgieron los problemas.
Hoy en día, Ramiro vive en Ensenada y por las noches trabaja ayudando a un amigo suyo en un puesto de tacos en la Avenida Juárez.
Ha iniciado desde hace tres meses su proceso de rehabilitación de su adicción a las drogas y se ha convertido a la religión cristiana, la cual predica con devoción, aunque él sabe bien que su vida, jamás podrá volver a ser la misma.
Me ven como apestado
“No estoy enfermo, no tengo el Sida, no los voy a contagiar de nada ni los voy a robar”, afirma enojado Jorge Alberto cuan-do alguien le pregunta por su pasado de presidiario.
Su estancia de cuatro años en la Penitenciaría de Tijuana a donde llegó acusado de robo, ha marcado a Jorge Alberto para to-da la vida.
Pese a que en el penal fue un reo que se distinguió por sus deseos de rehabilitarse e incluso fue coordinador de un grupo en el taller de carpintería, Jorge Alberto vive con un lastre a cuestas.
Tres meses después de salir de la cárcel, se divorció de su esposa Angélica Luna, pues según cuenta, ya no era la misma ni podían vivir juntos.
De cualquier manera, él tiene una buena relación con su hijo Brando de ocho años con quien pasa los fines de semana aunque a su ex esposa ya nunca la ve.
No le gusta decir que algún día estuvo encerrado en la cárcel pues según afirma, la gente se aleja de él y lo rehuye, por loq ue prefiere olvidar esa parte de su vida.
Hoy en día, Jorge Alberto es dueño de un taller mecánico en la Colonia Obrera y el negocio le ha marchado bien, aunque con-fiesa que jamás habla de su pasado con los clientes.
“Una vez una señora se enteró, yo no se como, que había estado en el Pueblito y no volvió a venir, que porque le podía robar y eso antes cada mes me traía su camioneta para que se la afinara y le quedaba al tiro, nunca tuvo una queja”, dijo el mecáni-co.
“Si yo me equivoqué una vez, no significa que me vaya a equivocar toda la vida, ya pagué y ahora quiero trabajar, auí me puedes dejar todos los carros que quieras y no los voy a robar ni te voy a cobrar un peso más por un trabajo”, afirmó.