Ese pinche plantígrado insolente
Colegas:
este extraño mundo nuestro está repleto de acertijos e indescifrables enigmas
sin resolver. Uno de los más complejos es el de la terca persistencia del gigantesco
oso de peluche del Costco. ¿Ustedes se lo explican? Yo no. A estas alturas de
la vida, podemos afirmar que ese descomunal plantígrado es ya un clásico de
clásicos. Un regalo de época. Ni siquiera es vintage, porque sigue más actual y
vigente que nunca. Los años transcurren, las generaciones se renuevan entre
boomers, X, millenialls, centenials, Z y déjenme les digo que el pinche osote
sigue ahí, tan quitado de la pena, exponiendo con desparpajo su estorbosa
grandilocuencia. Si el Costco lo mantiene en exhibición después de tantísimo
tiempo es porque se vende muy bien el condenado. Se los juro: Costco nunca
juega a perder y si lo exhibe es porque lucra con él (la foto que yo tomé es de
un alegre comprador que el pasado domingo lo paseaba orgulloso por el
estacionamiento dentro del carrito cuyo espacio ocupaba en su totalidad). Ya en
serio colegas: ¿quién toma la compleja y trascendental decisión de invertir su
capital en ese burdo ladrón de espacio? ¿Hay alguien que caiga seducido por ese
animalejo irreverente? Porque barato no es el jijo de su pinche madre. Algo me
hace pensar que si compras ese oso es para regalárselo a alguien, no para ti.
El detalle perfecto de San Valentín entre novios adolescentes. Acaso haya quien
vea en las desproporcionadas dimensiones del peluche una prueba de amor. La
ecuación algebraica se reduce a esto: mi pasión por ti, amada novia mía, es tan
enorme y desbordada como ese peluche que ahora robará tres cuartas partes de tu
cama. Vete a dormir al piso, que ahora el muñeco se apropió de tu lecho. Marie
Kondo se corta las venas y el minimalismo japonés muere de un síncope al ver
eso. Ahora el novio que te regaló semejante adefesio bien puede decirte: Cada
que veas esa mastodóntica monserga (y es absolutamente imposible no verla e
ignorarla) pensarás en mí y solo en mí. El amante se materializa en la
monserga. Una declaración de guerra al minimalismo y al ahorro de espacio. Que
vaya y chingue a su madre Marie Kondo. El osito equivale a unos cien libros, a
más de media cama matrimonial, a un sillón de la sala. Antes de un mes
acumulará toneladas de polvo y será hogar de miles de bichos, pero el osito
socarrón te seguirá mirando petulante desde el espacio que impunemente te ha
robado. Ese pinche plantígrado insolente es como traer un habitante más a la
casa. Y ahora la pregunta del millón es: Una vez que acaba el romance con el
novio que te regaló el peluche ¿qué chingados haces con semejante monserga? ¿La
regalas? ¿La quemas en un ritual de desamor? ¿La conviertes en colchón para huéspedes
o piojos? ¿La regresas como señuelo mafioso y con un mensaje de despecho a las
puertas de la casa del amante con el que rompiste? ¿Qué mierdas haces con
tantos kilos de peluche cuando todo se ha ido directito y sin escalas a la
chingada? ¿Lo conviertes en cama del perro? Por favor, dime qué haces con eso. Tengo curiosidad. ¿Alguien quiere que le regalen un osito? Más dudas que
certezas colegas.