Eterno Retorno

Tuesday, December 01, 2020

El supersticioso ateo embrujado

 

 

Aquello se había vuelto incluso psicosomático: cuando estaba frente al teclado tratando de pergeñar una siempre rejega primera frase, Ánimas era invadido por un sopor que pesaba como piedra. Era incluso como estar habitado por un ente externo, una suerte de posesión que tornara su cuerpo pesado, pesadísimo e hiciera impostergable la necesidad de acostarse y cerrar los ojos. Era una reacción casi automática al siempre infructuoso intento de crear.

En su calidad de ateo supersticioso y racionalista ilustrado creyente en las artes de hechicería, Ánimas llegó a creer en su fuero interno que estaba embrujado. Tal vez el dios en el que decía no creer lo había castigado por su soberbia, pues en algún momento llegó a perder piso y a creer que podía ganar premios literarios a voluntad. Tampoco era descartable algún trabajo de magia negra producto de las malas voluntades y las envidias, que en el gremio de los literatos siempre han sobrado.  Algunas veces llegó a estar seguro de que alguno de los tantos malqueridos del oficio había hecho un muñeco vudú con su figura y lo había llenado de alfileres condenándolo a experimentar un cansancio devastador cada que intentaba sentarse frente al teclado con afán  de engendrar un embrión literario.  Si alguna curandera le hubiera hablado de hacerse una limpia o practicar un exorcismo, Ánimas lo habría creído de buena gana, pues estaba seguro de que esa crónica modorra debía obedecer a una causa externa.

Al supuesto embrujo hay que sumar las mil y una salidas por la tangente que Ánimas tenía a la mano en su cotidiano y predecible  ritual de procrastinar.