Un desconocido yacimiento de creatividad
El colmo de lo iluso, es que Ánimas aún albergaba la esperanza de
encontrar un desconocido yacimiento de
creatividad en alguna ignota profundidad interior. Cuestión de abrir la válvula
de la imaginación, de destapar la obturada arteria por donde fluyen las ideas.
Bastaba un cambio en el biorritmo, una
improbable alineación astral, un estallido interior. Una dosis de fuerza de
voluntad, un cambio en la alimentación,
un acopio de disciplina y listo. Se había repetido esos mantras una y otra vez
tratando de convencerse de que la inspiración es una patraña, que la creación
literaria es pura talacha de obrero y cero alucinaje de artista. Lo había
repetido una y otra vez en talleres, decálogos y entrevistas: ser escritor es
como ser albañil o carpintero, un oficio que requiere encallarse las manos. El
talento se trabaja y se va esculpiendo con la constancia, como ir tallando una
roca todos los días. Se requiere voluntad y disciplina solamente. El resto son
puñetas mentales. Se quiso aferrar a esos mantras y creerse el amo y señor de
su escritura. Para dar forma a un buen texto solo basta con querer escribirlo.
El problema es que la escritura talachera de esforzado albañil topaba sin
remedio con la muralla del sueño inaguantable, la distracción o la vil desidia.
Al intentar escribir experimentaba una sensación idéntica a la vivida en
primaria o secundaria cuando hacer la tarea era más que una tortura. La
escritura era solamente eso, un deber con el cual cumplir para obtener una
palomita o una calificación aprobatoria. Se la pasaba mirando el contador de
caracteres y se obligaba a no levantarse
de la silla hasta por lo menos alcanzar las mil palabras por día, aunque a
menudo llegara como un nadador al borde de la asfixia, como un boxeador
pidiendo esquina.