Eterno Retorno

Saturday, June 20, 2020

Tal vez para muchísimos colegas esto suene a herejía e imperdonable blasfemia, pero si tuviera que elegir quinientos o hasta mil libros para salvar de un incendio o llevarme a una cuarentena, entre ellos no habría uno solo de Carlos Monsiváis. Habría, sin duda, antologías compiladas por él, como A ustedes les consta, la gran compilación mexicana de crónica clásica o Lo fugitivo permanece, su selección de cuentistas, pero difícilmente elegiría un libro de crónicas suyas. Mucha gente a la que respeto profesa una admiración sacramental por Monsiváis y lo entiendo. Innegable su papel como animador cultural y polemista, su don de omnipresencia y su condición de ajonjolí de todos los moles, pero a la hora de la lectura de largo aliento siempre acabo empantanado, atascado en párrafos farragosos y repetitivos que simplemente no despegan. Como lector tengo la sensación de tratar de correr en un carro que va siempre en primera sin poder mover la palanca de velocidades o que intenta avanzar con las llantas bajas. Su prosa me cuesta y nunca he sido capaz de encontrarle el oculto saborcito. Me recuerda a esos equipos de futbol que abusan del toque de media cancha pero que rara vez son capaces de desdoblar y generar variantes. Ojo, aquí nada tienen que ver filias o fobias políticas. Por ejemplo, yo no coincido en casi nada con la visión del mundo de Eduardo Galeano y sin embargo adoro su prosa y no me canso nunca de leerlo. Lo mismo aplica para José Revueltas, a quien coloco entre mis tótems de todos los tiempos (suelo releer obsesivamente Dios en la Tierra y El luto humano). Si hablamos de “clásicos mexicanos” he pasado por diversos periodos de emoción, desencuentro y relectura de no pocos autores canónicos. Por ejemplo, a Octavio Paz le sobran detractores, pero yo como lector he tenido momentos sublimes de embrujo con El arco y la lira o La llama doble, por no hablar de su poesía, que cada vez releo más en esta cuarentena. Carlos Fuentes en su momento me voló la cabeza y en mi temprana juventud representaba ante mí el non plus ultra como novelista. He pasado agradables momentos con Ibargüengoitia y he hecho catarsis con José Agustín, pero a la fecha no recuerdo un solo momento a ninguna edad en que un texto de Monsiváis me haya hecho alucinar o me haya motivado a releerlo. Cuestión de química, de papilas gustativas literarias, la misma razón por la que soy feliz con whisky y vodka pero me es imposible dar un trago de ron.