Hablemos de personajes
Todos alguna vez nos hemos enamorado de un personaje ficción, o lo hemos visceralmente odiado al grado de gozar con su infortunio. A menos que seas radicalmente ajeno a la literatura, el cine o las series, puedo apostarte a que tienes uno varios personajes entrañables a los que has emulado, imitado o parodiado. Puede parecer el non plus ultra del absurdo, pero un ser nacido en la cabeza de un creador, puede generarnos sentimientos aún más intensos que lo provocados por una persona real y ser un punto de unión e identificación cultural para una sociedad. Los grandes personajes son patrimonio comunal y por lo tanto podemos recurrir a ellos una y otra vez para dar un ejemplo, hacer una broma o establecer un parámetro.
Es aquí donde podemos recrear un añejo debate en torno a la existencia de los personajes de ficción. ¿Existe Don Quijote? Bueno, tal vez no encarnó en un cuerpo concreto, en un adn específico, pero existe y ha existido para millones de personas a lo largo de cuatro siglos. En ese ese sentido, a la hora de concebirlos y dimensionarlos, un personaje real de la historia antigua no es muy diferente en su composición a un personaje de ficción.
Don Quijote, Hamlet, Robinson Crusoe, Sherlock Holmes, Robin Hood, el Capitán Ahab, el Conde Montecristo, Emma Bovary, Ana Karenina, Aliosha Karamásov existen porque forman parte de nuestra cultura y porque miles de lectores los hemos hecho parte de nuestras vidas.
Ahora bien, aquí viene la madre de todas las preguntas para este taller ¿Cómo diablos construir un personaje entrañable? ¿De qué manera lograr que un ente surgido en las profundidades de nuestro tejido neuronal pueda ser comprendido, emulado y compartido por otras personas? ¿Cómo lograr que alguien ajeno a nosotros a quien nunca conoceremos, como es un improbable lector que vive en otra latitud, pueda ser capaz de identificarse con un amigo imaginario?
En este terreno, los hijos del homo videns nos llevan ventaja. El cine, el teatro o el comic resuelve la parte esencial de del personaje con un buen actor o un buen dibujo. Vince Gilligan no tiene que romperse con la cabeza buscando el párrafo perfecto para decirnos que decirnos que Walter White es alto, calvo, correoso y malencarado, porque el actor Bryan Cranston se encarga de realizar ese trabajo. Basta verlo unos segundos para que su anatomía y la expresión de su rostro nos digan demasiadas cosas. Claro, el narrador o el guionista tendrán que construir una psicología creíble, situarlo en un hábitat y elaborar diálogos creativos que concuerden con su esencia.
Uderzo y Goscinny resuelven en unos cuantos trazos buena parte de la esencia de Astérix y Obélix. No basta una primera contemplación para saber que Astérix es flaco, chaparrito y avispado, y Obélix es gordo, grandote y bobalicón. No tiene que recurrir a la narrativa para explicarnos lo que ya un dibujante resolvió. Claro, ahora el gran reto es construirles una personalidad y colocarlos en medio de una trama en la cual tendrán que ir actuando en consecuencia, pero la primera parte está resuelta.
En algunos personajes del cine, su fuerza y fuego interno encarna no en los diálogos o parlamentos sino en los silencios, gestos y expresiones. El caso emblemático más reciente que se me viene a la cabeza es Joaquín Phoenix, el actor de Joker. El Guasón perdería mucho de su esencia sin la mímica y la capacidad gestual de ese actor.