Eterno Retorno

Saturday, March 14, 2020

Aperol Spriz

1- El Aperol nació en Padua en 1919, cuando la pandemia de la gripe española hacía de las suyas, y fue un éxito en la decadente Viena de los veinte, que yacía moribunda y festiva entre las cenizas del derrotado Imperio Austrohúngaro. La influenza mataba a Klimt y a Apollinare mientras los bohemios de los imperios inmolados en el Tratado de Versalles bebían Aperol Spritz. Carol me indujo a probarlo y ha creado un monstruo. Ahora he aprendido a prepararlo, lo cual es terrible, porque todo indica que será fiel compañero de esta cuarentena. Modestia aparte, me queda bastante bueno, con su rodaja de naranja fresca, su burbujeante prosecco y su chorro de agua mineral. Una condenada delicia. 2- Dice Susan Sontag que la enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía: la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar (La enfermedad y sus metáforas). 3- Antes que una metáfora o una maldición he vivido la enfermedad como una monserga, un detestable cadillo que cada cierto tiempo cargamos a cuestas. Nunca he sido particularmente enfermizo ni hipocondriaco. Cargo al año una o dos gripas de rigor, casi siempre benignas, y las malquerencias de un aparato digestivo al que consuetudinariamente suelo hacer convivir con el espíritu del vino. Fuera de eso, navego por la vida muy a gusto con mi mala salud de hierro. No cedo a paranoias colectivas ni me creo destinatario de una plaga apocalíptica. Tampoco pierdo de vista que en orden estrictamente matemático, la ley de la probabilidad dice que corro un riesgo mucho mayor de morir en un accidente en la carretera escénica o asesinado afuera del Oxxo que de ser infectado por el bicho coronado. En cualquier caso, en los Idus de Marzo tan solo nos resta comer, libar, leer y liberar furtiva palabrería. Nada muy distinto a lo que uno hace siempre.