Eterno Retorno

Monday, March 09, 2020

La rabia y el dolor no se maquillan ni se matizan. Brotan desde las entrañas como lava volcánica. Más allá de sus mil y una bifurcaciones, la semilla ardiente de este levantamiento contra el heteropatriarcado es absolutamente real, brutalmente honesta. El que quiera entender que entienda. Cuando el puño se cierra y el hígado grita hay que creerles. A veces es preciso que el mundo arda para hacerlo cambiar y las mujeres lo están haciendo. Inmersos como estamos en la catarsis del caos, no alcanzo a dimensionar los alcances históricos reales de este movimiento feminista. No me refiero al futuro inmediato sino al lejano. ¿Cómo será visto y evaluado este gran terremoto social dentro de 50 años? ¿Qué transformaciones reales habrá conseguido más allá de la alharaca? ¿Lograremos un radical cambio en el chip mental en las nuevas generaciones? Ojalá. Viví mi infancia en el Monterrey de los años 80 en un entorno social donde el catolicismo tronaba sus chicharrones y donde se tenían ideas casi inamovibles en torno a lo que se esperaba de una mujer o de un hombre y donde se pretendía marcar con claridad las fronteras entre la decencia y la putería. Algunas de los mantras inculcados como valores en mi infancia hoy empiezan a apestar a retrógrada y eso me encanta. De cualquier manera, esta inquisitorial época tan afecta al sectarismo arroja cuadros contradictorios. Pasado el desastre, me quedo con la imagen de las humildes trabajadoras del departamento de Limpia de la CDMX, barriendo cristales y escombros de los destrozos heredados por la marcha. Mujeres que sin duda ganan una raya de hambre apenas superior al salario mínimo, que son madres de muchos hijos, que tienen o tuvieron un hombre golpeador en casa, que viven en una zona marginada done reina la violencia y que al final del día salen con sus escobas a barrer la herencia de una rabia desbordada que en teoría las incluye a ellas, principalmente a ellas. ¿Se darán cuenta de eso? En la Tijuana profunda, en comunidades de lámina y llanta refundidas entre pasteles de lodo, he visto y conocido a jefas de familia que se echan hogares en hombros. Donde hay extrema pobreza suele reinar el matriarcado, porque los hombres son drogadictos, alcohólicos, convictos o eternos ausentes. Pienso en las obreras de maquiladora, en las despachadoras de gasolina, en las empleadas domésticas, en la paraditas de la Coahuila, en las cajeras de Oxxo que se juegan la vida en cada asalto a la media noche. ¿Habrán salido ellas a marchar? ¿Se sienten incluidas por este movimiento? Al parecer no pudieron salir a hacer escuchar su voz, porque cargan a cuestas ese gran inconveniente de luchar por la supervivencia. Hoy, mañana y pasado, las mujeres que más sufren en México saldrán a la calle no a marchar, sino a partirse el lomo y a jugarse la vida sin poderse colgar un pañuelo verde y sin que el perrísimo destino les dé siquiera la oportunidad de cuestionarse si hay otro camino posible. ¿Cambiará la realidad para ellas? Ojalá. El mundo ardió, pero Estados Unidos sigue gobernado por el macho alfa que exhorta al Grab them by the pussy y México es gobernado por un ególatra evangélico cuya mentalidad quedó atorada en 1938 y las iglesias y los colegios confesionales siguen rebosantes, la mafia evangélica es cada vez más poderosa y aún existen los legionarios de cristo, el opus dei, la luz del mundo y las pestilentes religiones monoteístas siguen tronando su látigo. Pero al final del día algo cambia, algo en el fondo y en la superficie se va transformando y acaso nuestros hijos y nietos recojan el fruto de las semillas de este marzo ardiente.