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De la desértica inmensidad peninsular nos queda por herencia el rojo herrumbre de los trenes. Mostrencos vagones de cortinaje escarlata donde yace el salón fumador y las mesas de juego devenidas en madriguera de teporochos. La voz en off hablaba del salinismo y las afiladas fauces de la hijoeputez neoliberal. Demacre del esplendor ferrocarrilero entre las arenas de algo parecido a Loreto o Constitución, las vías muertas con destino a la fosa común de los sueños.