En torno al gran incendio nacional tengo demasiadas dudas y casi ninguna certeza y si por un momento dejo a un lado mi autismo literario para intervenir en el tema, es para hacer preguntas porque de respuestas francamente carezco.
I-Mi primera duda ¿Por qué se habla tan poco del asesinato de colega reportero Elidio Ramos Zárate? ¿Por qué nadie ha ofrecido ni exigido una explicación de este crimen? ¿Por qué su muerte no ha subido al ardiente termómetro de la indignación social? Elidio no murió por bala perdida en el fragor de la batalla ni es una víctima colateral. Al colega del diario El Sur lo ejecutó un comando armado que iba por él. Estaba cubriendo un bloqueo carretero y una quema de autobuses en los alrededores de Juchitán cuando un comando lo acribilló con armas largas. En la balacera también cayó Raúl Cano López, hermano el director del periódico Hechos. En lo personal me sorprende lo poco que se comenta este asunto. ¿De dónde carajos salió ese comando? ¿Qué deseaban impedir o silenciar con la muerte del reportero? Me parece que en las respuestas a estas preguntas se puede arrojar un poco de luz sobre las oscuras líneas de sombra que cubren Oaxaca.
II- Los tiempos más hostiles para ejercer el periodismo en México son los actuales. En 1988 la muerte de un periodista era noticia y generaba indignación. En 2016 es - parafraseando a Janes Addiction- ritual de lo habitual. Hoy nos encontramos con la noticia del asesinato de la reportera Zamira Esther Bautista en Ciudad Victoria. A la colega la acribillaron cuando salía de su casa a temprana hora de la mañana. Junto a su cuerpo destrozado el respectivo narcomensaje: por traer línea y por chismosa. En torno a este tema tengo una sola certeza: de Zamira Esther se hablará muy poco, casi nada y su muerte caerá pronto en el olvido. Con ella son 15 reporteros asesinados en Tamaulipas en los últimos cinco años, por no hablar de los 17 desaparecidos. El asunto se vuelve tan cotidiano, tan poco noticioso, que acaba por convertirse en información de relleno. La nota ni siquiera tendrá seguimiento. Mañana o acaso hoy por la tarde se dejará de hablar de ella.
III- Cuando hablamos de matazones relacionadas con la subversión o la protesta ciudadana, siempre ha habido una extraña mano oculta en las sombras. El guante blanco del Batallón Olimpia en Tlatelolco, los espectrales Halcones en el Jueves de Corpus, los paramilitares de Acteal, los Guerreros Unidos de Iguala. Bla, bla. En teoría, las tropas o corporaciones regulares no son nunca quienes aprietan el gatillo o al menos jamás lo aceptan. La pequeña diferencia, creo, es que en 1968 Díaz Ordaz y Echeverría sabían pelos y señales del Batallón Olimpia. Hubo un tiempo en que Bucareli era un ojo todo poderoso. Si había infiltrados o manos ocultas Gobernación lo sabía y probablemente lo controlaba. Hoy tengo la impresión de que ya no controla un carajo. Bucareli ya no sabe ni tiene idea clara sobre quién mece la cuna en Oaxaca y Guerrero. El gobierno federal da palos de ciego.
IV- ¿Quién pierde y quién gana con este derramamiento de sangre? La historia más triste es la de los maestros muertos y sus familias. Vida solo hay una y no hay condolencia ni indignación que la regrese. ¿Quién es el mayor damnificado político? Otra vez Peña Nieto y ahora su malogrado delfín Nuño. Son cadáveres políticos sin redención posible ¿Quién gana mucho con la tragedia y lucrará hasta el hartazgo con los muertos? ¿Acaso hace falta aclararlo? Esa respuesta todos la sabemos.
Tuesday, June 21, 2016
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