Lo de la escritura automática fue una leyenda urbana, la idealización de un compulsivo desparramadero en donde no escaseaban las faltas de ortografía y los errores de dedo. Lo cierto es que hoy el arrancador de las palabras yace empantanado. La blancura de la página en blanco nunca me había herido tanto como ahora.
Al momento de estampar firmas y huellas digitales, Walterio experimentó algo muy parecido a su primer salto en paracaídas, aunque en este caso el vértigo y el mareo devoraban al éxtasis de la adrenalina. De pronto se vio a sí mismo cayendo al vacío. Ni siquiera un tiburón del tamaño de su padre había contraído a título personal una deuda de ese tamaño, pero bastaba sumergirse en ese cuento de hadas representado en la animación computarizada y en la maqueta a escala del condominio para concluir que la apuesta valía la pena.
Saturday, June 11, 2016
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