Es de mala educación leer correspondencia ajena, lo sé, pero muy a menudo cedo al vicio del fisgoneo. Para algunos es literatura complementaria, curiosidades para fans aferrados y jarcoreros, pero no pocas veces las mejores ideas brotan en el carteo. Vaya, desde el fundador del cristianismo, un tal Pablo de Tarso, hasta Malcolm Lowry, fueron obsesivos escritores de cartas y la obra literaria que más suicidios ha inspirado –Los sufrimientos del joven Werther- es un epistolario ficticio. Ahora, por cortesía de Rodolfo Pataky, hurgo en la correspondencia de Joseph Roth y Stefan Zweig, quienes encarnan el espíritu del crepúsculo austrohúngaro. Son por cierto muchas más las cartas firmadas por Joseph cuya vocación teporocha preocupa a Stefan. Ahogado en deudas y encarnando en la vida diaria al personaje del Santísimo Bebedor, Roth, siempre caballeroso y elegante hasta en el quebranto, escribe sobreexcitado y posiblemente borracho. Stefan le sugiere que no escriba en ese estado y que considere al telégrafo como algo nunca inventado. Lo que escribiría Roth si hubiera tenido a la mano un WhatsApp. Ignoro si se haya publicado ya el primer epistolario moderno que desnude los delirios e improperios whastapperos o los desvaríos de inbox entre dos escritores con faltas de ortografía incluidas. ¿Quiénes inaugurarán la nueva tradición epistolar?
Friday, February 05, 2016
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