Por herencia queda el recuerdo del olvido. Recordar qué olvidé algo, aunque no sé qué carajos es aquello que olvidé. Un recuerdito humilde y desamparado. Visitaciones de duermevela, encarnaciones de la cajita negra del subconsciente; y mientras el olvido se va corriendo por la madrugada, yo alcanzo a imaginar el momento en que lo intentaré cazar con esa red para mariposas llamada palabra escrita, la mentirosa jaula de pájaros nombradas Ensayos-Derrumbes y otras mostrencas porquerías como quien en medio de la ensoñación intenta verse la mano como aconseja Juan Matus, aunque no se vea la mano sino el olvido.
Desgarrar el 666 en nombre de infiernos individuales, conjurar los cuartos de tortura yacientes en sótanos hogareños. Danzas de mil y un flagelos, sangre sumisa, dignidad desgarrada. Del paseo por los pozos quedan por herencia cheneques impostores, duendesuchos patrañosos empeñados a venderte malignas flores de bisutería, oníricas estafas de malditillo pueta. Sigue insomniando, sigue ahogándote en el gotero de miasmas. Sigue creyendo en la existencia de un prófugo Fierabrás, quien habita en la borra del café de mañana.
Y de repente el deseo, de entrada tímido, disimulado, haciéndose un lugarcito en el torrente del pensamiento, como si le apenara revelar que de un momento a otro él será el torrente entero, aunque por ahora está aquí, como un pájaro de plumaje discreto, como una mirada baja. El deseo entrando de puntitas, como una sugerencia o un vestigio, polvo de un lodazal sin adjetivos, polvo nada más.
Tuesday, August 11, 2015
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