Más allá de la línea de sombra (publicado el jueves en InfoBaja)
Durante años me aterró la idea de vivir una larga vida. Esa añeja obsesión llamada fuente de la eterna juventud que mil y un personas buscan inmolando sus cuerpos en los altares de las cirugías plásticas, solo podía encontrarse en la muerte temprana. La única forma de conjurar el derrumbe físico y existencial yacía en la posibilidad de retirarse a tiempo.
Confieso que tener un hijo me ha hecho cambiar. No me asusta en lo personal la idea de morir este día, pero me aterra la idea de desampararlo y faltarle. Lo que en verdad es noticia para mí, es descubrir que la posibilidad de vivir otros 40 años ya no me parece una abominación. Si hoy fuera mi último día me iría de aquí pensado que la vida valió la pena ser vivida tal como ha sido hasta ahora, pero creo que aún faltan unas cuantas cosas por vivir. Ver crecer a Iker es el combustible que da sentido a cada amanecer. El 21 de abril he cumplido años y lo único que puedo decir es que tengo plena certidumbre de haber rebasado hace tiempo la mitad del camino de mi vida, esa línea de sombra que en un oscuro bosque sorprende a Dante al iniciar la Divina Comedia. No me quita el sueño ni me entristece saber que el día de mi muerte esté hoy más cerca que el de mi nacimiento. Al contrario, me fortalece. En los últimos tiempos tengo una conciencia clara y omnipresente de la fugacidad y la finitud, pues hasta el más trivial y cotidiano de los instantes lo interpreto como el último. Tal vez nunca antes había tenido tal claridad sobre nuestra condición de polvo en el viento o vela en la tormenta y eso mismo me hace valorar las más improbables acciones. Es en la finitud y no en la eternidad donde yace la trascendencia. Seremos olvido puro y eso mismo hace trascendente este instante. En mi juventud no poca gente se aventuró a pronosticar que mi ateísmo sería una pasajera rebeldía adolescente, pero la realidad es que conforme pasan los años mi vocación deicida crece en intensidad. No solo estoy convencido con mucha mayor firmeza que en la adolescencia de que no hay dios alguno, sino que el mundo actual parece aferrado en demostrar cada día el enorme daño que la religión le hace la humanidad. Lo paradójico es que aún en mi pasional deicidio me siento agradecido con la vida. Vaya, si hubiera un dios tengo motivos de sobra para darle las gracias. ¿Parece contradictorio? No lo es. Ser agradecido significa tener plena conciencia de ser afortunado, valorar lo aparénteme más simple, maximizar el instante y ser empático frente al infortunio de los otros. No pido ni deseo más que lo tengo. Si existiera un dios, solo le pediría una vida plena para mi hijo y le daría las gracias por lo vivido hasta ahora.