Aquí y ahora. Cartas. Paul Auster-J.M. Coetzee
Dicen que es de mala educación leer correspondencia ajena, pero cuando dos narradores de semejante estatura intelectual se dan a la tarea de cartearse, es difícil no ceder a la tentación de sumergirse en las letras desparramas entre Brooklyn y Australia. Con honrosas excepciones, la correspondencia transformada en libro suele ocupar un lugar complementario en la obra de un escritor, una suerte de rareza sólo para seguidores acérrimos. Austeriano confeso como soy, me es difícil resistirme a leer cada nuevo papel firmado por el neoyorkino que llega a la librería. Aclaro que no me considero un coetzeeano radical, pero hasta ahora lo que he leído del Premio Nobel sudafricano me ha agradado bastante, así que la combinación epistolar se apetecía en el papel como un platillo imposible de rechazar. Dos escritores en plena madurez, con bastante camino recorrido por la vida (Coetzee con más de 70 años de edad y Auster llegando a los beatlescos 64) dan rienda suelta a reflexiones de lo más diversas e improbables. Vaya, creo que el mayor mérito de este intercambio es que no se centra en un tópico específico y como en las mejores charlas informales, los dos amigos van brincando de un tema a otro sin una estructura lineal. Así las cosas, Auster y Coetzee, sin duda dos de los mejores exponentes de las letras contemporáneas en lengua de Shakespeare, se cartean para hablar sobre la amistad como valor o reflexionar en torno a su sentir frente a la recesión económica mundial y las injusticias de las economías de mercado. Un tópico al que dedican varias cartas, es la fascinación masculina por el deporte profesional. En efecto, este par de literatos no se pasan la vida entera en la biblioteca o en foros de elevadas disertaciones intelectuales, pues ambos reconocen que han gastado muchas tardes de su existencia viendo deportes por televisión como millones de hombres en el mundo. También se dan tiempo para hablar de películas y actores favoritos, contarse anécdotas o intercambiar ideas sobre la edad, la familia, los viajes, las casualidades y los estereotipos. Por supuesto, hay espacio para hablar de literatura, creación literaria, así como las motivaciones, delicias y sinsabores del oficio escritural. Coetzee y Auster comparten qué los motiva a crear un personaje, cuáles son sus fuentes de inspiración y cómo se sienten frente a la crítica literaria. Un epistolario sui generis, pues aunque la correspondencia es mantenida de 2008 a 2011 no hay internet de por medio, pues Auster le da la espalda a la tecnología y no duda en seguir utilizando su vieja máquina de escribir, por lo que su coqueteo más “moderno” para comunicarse es el fax. Rarezas y extravagancias de un diálogo donde no podía faltar una reflexión sobre el funeral de la letra impresa y sus consecuencias. Advierto que no hace falta ser un seguidor acérrimo de estos dos escritores y ni siquiera tener lecturas previas de ellos para entrarle a este epistolario, donde las cartas no son muy extensas que digamos y cuyo lenguaje es bastante sencillo y directo. El punto débil, quizá, es que el intercambio se pasa de cordial y acaso sería deseable un poco de polémica o alguna dosis de ironía, en lugar de tantos cumplidos y amabilidades. Al final, el sabor de boca es más que bueno y el tono reflexivo de la obra invita a meditar sobre los temas tratados, si bien lo mejor de este neoyorkino y este sudafricano seguirán siendo sus novelas.