Iluminación. Todos hemos soñado con ella. De pronto, el acto creativo surge como un arrebato, un impulso irreprimible, como si alguien más se apoderara de nuestra voluntad y pensamientos. La tercera persona creativa como un demonio insaciable, como una bestia interior capaz de manifestarse en el instante más improbable. El creador no es un artesano paciente y tenaz; es un poseso. Crear es desdoblarse y liberar diablos. Crear es intentar hablarse de tú con el infierno. No es una cuestión de voluntad y trabajo. Es una visitación. Justo en los días en que yo iba a nacer, al comenzar la primavera de 1974, Philip K. Dick yacía inmerso en un delirio. ¿Alucinaciones místicas? ¿Crisis psicótica? Una repartidora de farmacia tocó en su casa. Sobre su pecho llevaba el colguije de un pez azul, símbolo del cristianismo primitivo. La contemplación del pez sumergió a Dick en un viaje alucinante de dos meses. Un viaje que por lo descrito se parece mucho a la contemplación del Aleph por Borges en el sótano de la casa de la calle Garay. Tal vez sea la fuerza del estereotipo, pero no imagino a Borges víctima de algún arrebato. Demasiada contención burguesa en su ser como para desdoblarse y dejar fluir a su bestia interior. Y sin embargo imaginó el Aleph y lo concibió. No me hubiera gustado ser Borges; mucho menos me hubiera gustado ser Dick. Ambos cargaron a cuestas vidas infelices. Borges murió posiblemente en castidad. La pasión no fue lo suyo. Dick tuvo cinco esposas a las que golpeó e hizo sufrir, desentendido de sus hijos y sus más elementales responsabilidades. Y ambos, en su infelicidad, concibieron universos paralelos, alucinantes y acaso espantosamente reales.
Saturday, January 26, 2013
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