Ecos del 97
Los
siguientes seis meses fueron de mil y un proyectos lunáticos y ni un centavo
partido por la mitad, viendo a los Tigres recetar goleadas cada sábado, acercándose cada vez más al sueño del retorno
que se produjo el último domingo de mayo de 1997 batiendo 4-0 a los Correcaminos en Ciudad
Victoria, sellando así el regreso a la
primera división mientras yo iniciaba mi vida laboral en serio por vez primera
con un trabajo de 14 a 16 horas diarias en las entrañas de un monstruo
periodístico donde debuté como reportero de infantería. Noches blancas y litros
de café negro inundaron ese verano de pininos reporteriles. La vida, pensaba
yo, jugaba en plan rudo. Tigres retornó con más pena que gloria a la primera
división, pero al menos se acordó de ganar clásicos. En otoño de 1997 Miloc, el
hombre que nunca perdió un clásico, retornó al equipo. Todos pensaban que
regresaba solo para perder su racha invicta en el derbi regio, pero el viejo
charrúa traía un as bajo su guayabera. Lo peor es que al Monterrey lo entrenaba
Tomás Boy, lo cual me resultaba el non plus ultra de la traición abyecta. Miloc
contra Boy. Ese día debutó con rayados
un portero que años después sería condenado a cadena perpetua acusado de
secuestro y tuvo una tarde pésima. Emil Kostadinov, el goleador búlgaro, hizo
ese día sus dos únicos tantos en el futbol mexicano y Tigres volvió a ganar un
clásico después de seis años.
Yo empecé
a practicar periodismo de inmersión disfrazado de taxista pirata y parroquiano
de bar clandestino. Nunca fui capaz de aprender a hacerme el nudo de la
obligatoria corbata que aquellos años me asfixió como una horca. Sin derecho a
cubrir las fuentes que garantizaban portada, me dediqué a cazar notas en la
desolación campirana del sur neolonés donde leí Rayuela entre incendios
serranos. La Maga y Oliveira siempre tendrán consigo el aroma a pino chamuscado
de aquellos días.