Eterno Retorno

Saturday, October 26, 2024

Últimas liturgias

 


Releo uno de mis libros más queridos: Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. Releo uno de mis pasajes favoritos de tooooda la historia universal: la caída de Constantinopla el 29 de mayo de 1453. Pocos momentos tan determinantes en la geopolítica mundial y tan llenos de simbología. Dentro de lo apasionante que es este drama, hay una escena que me parece particularmente sobrecogedora. La noche del 28 de mayo, horas antes de la entrada de la horda otomana a la ciudad, los habitantes de Constantinopla encabezados por su último rey (Constantino tenía que llamarse el pobre) acuden a la basílica de Santa Sofía a celebrar la última misa cristiana ortodoxa en la milenaria historia de ese templo que a partir del día siguiente se convertiría en mezquita (lo sigue siendo hasta la fecha). Los habitantes de Constantinopla saben que todo está perdido, que les quedan unas horas de vida, que al día siguiente, cuando irrumpa la horda otomana,  se derrumbará el último vestigio del Imperio Romano y se transformarán en ceniza mil años de historia imperial. ¿Cómo se vivió esa última misa? Trato de recordar ejemplos de ceremonias o liturgias anteriores a la destrucción total, condenados que celebran su última cena antes de su inmolación. Pienso entonces en una escena que no le fue dado contemplar a Zweig, pero de la que sin duda alguna habría escrito. Me refiero a la última cena del III Reich, la noche del 29 de abril de 1945. Cuando finalmente le queda claro que absolutamente todo está perdido, Hitler celebra su boda con Eva Braun. El Ejército Rojo ya está en Berlín y en cuestión de horas darán con el bunker. Aún así, Eva declara que es el día más feliz de su vida. Esa noche los recién casados celebran una cena sabiendo ya que al día siguiente se suicidarán. Ahí están los Goebbels, con las pastillas de cianuro listas para dárselas a sus seis hijitos. Ahí está Martin Bormann, preparando la fuga. Celebran o se despiden, escuchando los bombazos soviéticos, sabiendo que el orden mundial cambiará y que su patética opereta wagneriana llega a su fin. Zweig no alcanzó a escribir ese momento histórico, pues se suicidó en Brasil tres años antes, cuando el nazismo estaba en su apogeo. Frente a la densa oscuridad del 42, Zweig creyó que no había esperanza alguna para el mundo. ¿Habrá sido ese el único motivo? Stefan debió dimensionar mejor que nadie que la historia de la humanidad no es más que una rueda de la fortuna en donde el arriba y el abajo son siempre relativos y nunca permanentes, que ningún tirano y ninguna tiranía son eternos, pero el ala del cuervo o el aliento del perro negro fueron más fuertes.