Últimas liturgias
Releo uno de mis libros más
queridos: Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. Releo uno de mis
pasajes favoritos de tooooda la historia universal: la caída de Constantinopla
el 29 de mayo de 1453. Pocos momentos tan determinantes en la geopolítica
mundial y tan llenos de simbología. Dentro de lo apasionante que es este drama,
hay una escena que me parece particularmente sobrecogedora. La noche del 28 de
mayo, horas antes de la entrada de la horda otomana a la ciudad, los habitantes
de Constantinopla encabezados por su último rey (Constantino tenía que llamarse
el pobre) acuden a la basílica de Santa Sofía a celebrar la última misa
cristiana ortodoxa en la milenaria historia de ese templo que a partir del día
siguiente se convertiría en mezquita (lo sigue siendo hasta la fecha). Los habitantes
de Constantinopla saben que todo está perdido, que les quedan unas horas de
vida, que al día siguiente, cuando irrumpa la horda otomana, se derrumbará el último vestigio del Imperio
Romano y se transformarán en ceniza mil años de historia imperial. ¿Cómo se
vivió esa última misa? Trato de recordar ejemplos de ceremonias o liturgias
anteriores a la destrucción total, condenados que celebran su última cena antes
de su inmolación. Pienso entonces en una escena que no le fue dado contemplar a
Zweig, pero de la que sin duda alguna habría escrito. Me refiero a la última cena
del III Reich, la noche del 29 de abril de 1945. Cuando finalmente le queda
claro que absolutamente todo está perdido, Hitler celebra su boda con Eva
Braun. El Ejército Rojo ya está en Berlín y en cuestión de horas darán con el
bunker. Aún así, Eva declara que es el día más feliz de su vida. Esa noche los
recién casados celebran una cena sabiendo ya que al día siguiente se suicidarán.
Ahí están los Goebbels, con las pastillas de cianuro listas para dárselas a sus
seis hijitos. Ahí está Martin Bormann, preparando la fuga. Celebran o se
despiden, escuchando los bombazos soviéticos, sabiendo que el orden mundial
cambiará y que su patética opereta wagneriana llega a su fin. Zweig no alcanzó
a escribir ese momento histórico, pues se suicidó en Brasil tres años antes, cuando
el nazismo estaba en su apogeo. Frente a la densa oscuridad del 42, Zweig creyó
que no había esperanza alguna para el mundo. ¿Habrá sido ese el único motivo? Stefan
debió dimensionar mejor que nadie que la historia de la humanidad no es más que
una rueda de la fortuna en donde el arriba y el abajo son siempre relativos y
nunca permanentes, que ningún tirano y ninguna tiranía son eternos, pero el ala
del cuervo o el aliento del perro negro fueron más fuertes.