Crónicas cachanillas
Su nombre mismo encarna la hermandad y la fusión de culturas: Mexi- Cali. México y California, unidos en la ciudad que capturó al sol, donde la calidez no solamente se expresa en la altura del termómetro; el oasis donde la cachanilla, el mezquite y el pino salado supieron abrevar del Río Colorado y hacer brotar del desierto un cuerno de la abundancia.
Mexicali tiene una rica historia pero no todos la conocen. Nos hemos acostumbrado a que los centros históricos son exclusivos de ciudades virreinales del centro y sur del país, mientras que en el norte todo es modernidad. Cierto, las nuestras son ciudades muy jóvenes comparadas con Guanajuato o Oaxaca, pero Mexicali tiene una historia única que contarte.
Mexicali no solo nos narra su pasado: lo contiene como las líneas de una mano en el trazado de sus calles donde se lee su destino. Yace en sus cicatrices y las huellas ancestrales de una cultura milenaria. Al llegar a una ciudad, dice Italo Calvino, el viajero encuentra un pasado suyo que ya no sabía que tenía: la extrañeza de lo que no eres o no posees más, te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos. Mexicali metamorfosea y cambia de piel. Una puerta se abre y de pronto yaces en la bóveda oculta donde existió un casino e imaginas las noches de euforia y alucinación en torno a la mesa de los tahúres donde entre furtivos licores y conjuras jugaban Chaplin, Al Capone y Valentino bajo una nube de humo.
Es la capital estatal más norteña y la más joven de México. Es también la única capital que colinda con Estados Unidos. Brotó literalmente de la arena el día que el desviado Río Colorado irrumpió entre sus mezquitales.
Era el año 1901 y aquel lugar en medio de la nada ni siquiera tenía nombre. Le llamaban simplemente El Río, el lugar donde los estadounidenses construían unas vías y cavaban canales todavía secos que regarían el Valle Imperial.
Rieles ardientes brillando bajo el sol y unos cuantos pinos salados en perpetua quietud constituían el paisaje. Mucho más no había.
Ahí, sobre la llamada Calle de Fierro, a un costado de las vías del ferrocarril, se fueron levantando las precarias viviendas de las familias que llegaron a trabajar al lugar. No eran más de veinte tejabanes.
Puras ramadas de cachanilla y troncos delgaditos de mezquite formaban los techos. Las paredes estaban hechas de lodo enjarrado del río que por ser arenoso se resquebrajaba con facilidad.
A unos metros del primer asentamiento, fue levantada en 1902 la primera aduana que marcaba el cruce fronterizo entre México y Estados Unidos.
El primer día de la primavera de 1902, llegó a El Río la máxima autoridad de la Baja California, que era el General Agustín Sanginés Calvillo, quien despachaba en el Puerto de Ensenada, que entonces era la capital del Distrito.
Los habitantes de la Calle de Fierro organizaron una modesta bienvenida al General Sanginés en la fonda La Veracruzana.
Fue ahí donde Sanginés se enteró que el pueblo vecino había sido nombrado Calexico para unir los nombres de California y México en una señal de unidad.
Entonces al General se le ocurrió corresponderles y pagar con la misma moneda: El asentamiento de casitas levantadas en torno a la Calle de Fierro, se llamaría Mexi por México y Cali por California.
Así las cosas, el 22 de marzo de 1902, en la humilde fonda La Veracruzana, se pronunció por primera vez un nombre cuyo nombre encarna hermandad y fusión de culturas: MEXICALI.
Una gran historia de fuerza de voluntad, coraje y corazón estaba por empezar a escribirse.
Una historia que mi amigo Carlos Torres me ha invitado a narrar trabajando en equipo.
Nuestro trabajo se materializa en el libro Pedro Infante en el Cine Curto. Crónicas y Personajes del Centro Histórico de Mexicali que presentaremos este jueves en el centro histórico cachanilla.