Eterno Retorno

Monday, October 21, 2024

Paul o el infortunio de no morir a tiempo

 



Paul o el infortunio de no morir a tiempo

 

¿Cuál es la fórmula para acomodar más de 130 kilos de humanidad en un asiento tamaño ratonera? ¿Cómo carajos apretujar una mole de carne blanca en la estrechez  de un camión guajolotero? Aquello parece un problema razonado, de esos que jamás pudiste resolver en la escuela primaria.

Tú no lo sabes y el chofer  tampoco, pero esa mirada a medio camino entre la incredulidad y el desprecio con que te recibe a la entrada del autobús no augura nada bueno.

El chofer toma tu boleto y se queda esperando algo más. Si no pagaste dos asientos vas a pasarlo mal y peor la va  pasar quien se siente junto ti, te dice su lenguaje no verbal mientras alza los brazos como quien se resigna a una catástrofe. Lo que faltaba: un gringote gordo y loco a bordo de su camión, pensará. Un gringote pelón, cabeza y cuello tatuados, con la mirada vidriosa y desquiciada de quien anda cruzado con mil madres. Un marranote rengo, sudado y enrojecido a quien se le va el alma en cada respiro mientras hace esfuerzos por caminar  cojeando de una pierna.

Por supuesto a ti no te corresponde aclarar que eres británico y no gringo y que pese al kilometraje de cobija arrastrada acumulado en las últimas tres décadas de tu vida, tu nombre ya quedó tatuado en el cuerpo de la historia del rock. Un tatuaje pequeñito, cierto, pero tatuaje al fin. No te toca a ti informarle al chofer o a los pasajeros o a quien carajos quisiera escucharte que aunque les cueste creerlo, eres o fuiste eso que llaman una estrella del rock,   si es que eso tiene alguna mínima importancia a bordo de este autobús de la compañía Norte de Sonora que llevará tu descomunal humanidad a través del desierto, desde Mexicali hasta Hermosillo. Te esperan 695 kilómetros y aproximadamente diez horas de viaje. De tripas corazón hay que hacer.

Esto es punk rock, piensas apelando a la dosis de rudo romanticismo con que intentas conjurar las malquerencias e hijoeputeces de esta vida tuya. El rock es eso: carretera, aventura, incomodidad.

Solo 16, sin dinero, sin suerte”, has cantado mil y un veces alrededor el mundo. Lo cantaste hace unas horas en Mexicali y lo volverás a cantar en Hermosillo, si es que este autobús no vuelca en el desierto y si no eres acribillado por los sicarios del cártel que, según te han dicho, tienen retenes en la carretera. 

Corriendo salvajemente, corriendo libre, una cárcel en Los Ángeles,  whisky y putas”, dice tu canción.  ¿No es ese el himno de tu vida?  Correr libre a los cincuenta y tantos años, sin dinero, obvia decir que sin suerte,  con asma, una pierna rota y una gordura de hipopótamo.  El rock es para tipos rudos, has espetado una y otra vez, pero lo que te espera raya en la tortura. La ecuación matemática sigue sin resolverse. ¿Cómo carajos vas a meter tus 130 kilos en ese espacio? Y no solo es meter los 130 kilos, suponiendo que lo logres, sino aguantar las diez horas ahí, ensardinado con tu pierna jodida que no acaba de recuperarse y antes de la mitad del viaje estará entumida y gangrenada. Sentarte es un vía crucis y levantarte será aún peor, pero intuyes que la meadera no va a perdonarte. ¿Cuántas veces tendrás que ir al baño  en las siguientes diez  horas? Sí, a veces sería bueno tener un pañal extra grande, un pañalote como carpa de circo capaz de absorber toda la mierda mientras tú duermes como hace años no has dormido. Lo deseable hubiera sido poder tomar algo fuerte para jetear o por lo menos traer contigo un gallito de mota para conjurar el vía crucis, pero los músicos mexicanos te han advertido del peligro. Tendrás que pasar una aduana al entrar al estado de Sonora y la carretera está atiborrada de retenes militares donde los soldados suben en plan de sabueso a los camiones.  El narco infesta estos rumbos y lo mejor es viajar limpio, te dicen, pero nadie te ha revelado el secreto para soportar diez horas aquí metido en asquerosa sobriedad.

La tocada en Mexicali resultó tan mierdosa como ha resultado casi todo en esta gira. Sonido jodido y garachero, el asma traidora que llega puntual antes de la mitad del show y tu poder de convocatoria reducido a las ya clásicas 70 personas que promedian tus giras. Pasar de 100 ya te sabe multitud y a estas alturas te conformas con no arrastrar tu panza y tu pierna lesionada  frente a 20 pobres cazadores de nostalgias como tantas veces te ha sucedido. Tú insistes adecuar tus miserias al mito punketo que has intentado construirte. Esto es la esencia del rock, carajo: cantinas malamuerteras, audiencias rudas, contacto directo. Las bandas que tocan en estadios son productos artificiales,  maquinitas plásticas  de hacer dinero. Tú representas la raíz de lo auténtico y lo crudo  o al menos esa es la idea que quieres vender aunque nadie te la compre. ¿Qué autenticidad puede haber en pasarte 30 años cantando las pinches mismas canciones de siempre sin variación alguna? Tres décadas sin haber podido componer una sola rolita que la gente te pida e identifique como tu himno. Años y años recorriendo hoyos cada vez más miserables a lo largo del mundo para cantar las canciones de solo dos discos grabados por una banda  en 1980 y 1981. Una banda que hace muchísimos años no viaja en un camión como éste, pues para eso tiene su propio avión. Una banda cuyas audiencias son siempre conformadas por decenas de miles de fanáticos. Una banda que es leyenda viviente, piedra angular, antes y después, con sus 100 millones de discos vendidos. Una banda que con todo y sus altibajos,  jamás ha pasado penurias recorriendo el desierto para ir a tocar frente 70 personas. Una banda de la que tú fuiste cantante, en la cada vez más lejana primavera de tu vida y de cuyas migajas sigues y seguirás viviendo.

La banda que te regaló tus dos añitos de incipiente gloria, los mejores de toda tu  malograda vida. Los años que intentas revivir cada triste noche de tu existencia, deseando que los calendarios y los relojes se detengan para siempre en el 80 y el 81. El 81 fue tu cumbre y tu caída. Ese año empezó el resto de tu vida y desde entonces todo ha sido puro y vil camino de bajada, acumulando kilos, achaques y fracasos. Un camino de bajada que acaso esta noche llegue a su fondo  en medio del calor insoportable. Acabas de tocar en pleno verano en uno de los lugares más calientes de la Tierra, una infernal cazuela ubicada varios metros bajo el nivel del mar  en donde sudaste como regadera y quedaste sin aire. La mala noticia es que el lugar a donde estás viajando no es mucho mejor. La vida es una hija de puta, Paul. A los tipos como tú les viene maravilla una muerte temprana, pero llevas más de tres décadas de tiempo extra y ni siquiera habría leyenda ni glamour alguno si por casualidad te mueres en este camión.

 

Lo peor de las diez horas que te aguardan no serán las piernas entumidas ni las compulsivas ganas de mear, sino los pensamientos. Un tiempo desierto sin droga ni trago es tierra fértil para los recuerdos más tercos y los obsesivos rencores tan aferrados a brotar a la superficie en momentos como éste en que tu miseria se hace patente.  No es el dolor de tu hueso sin soldar, sino lo machacón de las preguntas que sueles hacerte cuando la sobriedad te asalta e intuyes que acaso la vida pudo haber tomado otro rumbo.

En cualquier caso la vida parecía correr con demasiada prisa cuando cumpliste 20 años y todo fluía libre y naturalito: la cerveza, el esperma, las emociones. Podías beber y beber sin que la resaca migrañosa te derrumbara al día siguiente y tu pito podía endurecer varias veces cada noche. Habías cumplido 20 años y llevabas exactamente la forma de vida soñada por cualquier cockney del este de Londres. Desde el nacimiento estabas condenado a ser carne de clase obrera como tu padre, pero en 1978 empezabas a vivir algo muy semejante a una gran vida. No te sobraba el dinero, pero sí la cerveza, las putuelas y las rayas de speed. Sobraban también las peleas, las aventuras con la policía y las emociones fuertes. Solo quien haya sido joven en las calles de la City  a finales de los 70 puede entenderlo.  Aquello era el auténtico  Londres ardiendo, como cantaba The Clash.  En tu microcosmos barrial eras ya un cantante conocido, pero ni en tu sueño más salvaje intuías lo que llegaría para ti después de recibir la llamada de Steve.

Por supuesto que habías escuchado a la Doncella de Hierro. ¿Quién carajos no conocía a esa banda en el este de Londres? Cierto, no congregaban multitudes ni catástrofes como los Pistols ni habían alcanzado el estatus de leyenda del que ya gozaban Rotten y compañía, pero llenaban cada club en donde se presentaban, pese a que la Inglaterra del 78 las greñas largas apestaban a anacrónica reliquia.

Era un tipo extraño aquel Steve. Nacido como tú en la clase obrera del  este de Londres, era a sus 22 años un bajista conocido. Un músico que se tomaba en serio su trabajo, tal vez demasiado. Nada que ver con un Sid Vicious que nunca en su vida aprendió a tocar el bajo y nada que ver con el desenfreno que exigía el espíritu de la época. Steve era un generalito, un pequeño empresario, un tipo disciplinado y estricto que quitaba y ponía músicos en su banda cuando algo no le parecía. Como hijos del este de Londres tú y Steve tenían un culto común que los unía: el West Ham United. El detalle es que la manera de vivir y practicar esa religión cokney era harto distinta. Mientras tú estabas borracho en el lado salvaje de la tribuna montando peleas en nombre de los “Hammers”, Steve entrenaba con las fuerzas inferiores del club. Aquel bajista era un buen jugador de futbol, un medio ofensivo talentoso que pudo haber debutado en el primer equipo del West Ham si se lo hubiera propuesto. Steve se tomaba el futbol tan en serio como su banda, tanto, que en algún momento debió elegir entre los dos caminos y algo le hizo creer que su carrera de bajista ofrecía un horizonte más amplio.

Eligió el bajo sobre la pelota, aunque no dejó nunca de ser un futbolista amateur. Como bajista empezó a picar piedras desde los 16 años,  y antes de cumplir los 20,  un día de  1975, decidió bautizar a su banda con el nombre de un instrumento de tortura medieval. Maniático del orden y del buen sonido, Steve se tardó demasiado en conseguir una alineación más o menos estable para su banda. Ningún músico lo dejaba contento y cualquier insubordinación e indisciplina era castigada con el despido. Cuando Steve te buscó para ofrecerte el micrófono, un par de cantantes habían pasado ya por el grupo sin que ninguno llenara sus expectativas. Tú le gustaste desde la primera audición. No hubo demasiadas dudas ni titubeos. Contigo la propuesta iba en serio. La banda aún no tenía un disco grabado, para ya tenía un nombre en las calles de Londres. Aquello olía a espuma en ascenso.

Aunque tu voz y tu estilo gustaron desde un principio, la realidad es que Steve y tú nunca coincidieron en conceptos y gustos musicales. A él lo prendía Jethro Tull y UFO y a ti aquello te parecía ridículo y pasado de moda. Él se aferraba a los pelos largos y al perfeccionismo musical y tú en cambio estabas fascinado con la fiebre punketa que se multiplicaba como epidemia por los suburbios de Londres. Cierto, no eras un punk con cresta de colores y seguros oxidados agujerando tu  nariz, pero tampoco tenías esa pinta de hippie trasnochado. Vaya, eras el único miembro del grupo cuyo pelo no era largo y tu facha, con esa chamarra de cuero que no te quitabas ni para dormir,  era la de un  motociclista sin Harley. 

Desde un principio te quedó claro que para Steve el rock era virtuosismo, creatividad compositiva, complejidad, trabajo duro y disciplina, mientras para ti el rock es actitud, desmadre, peleas y putas. Más de una vez le sugeriste a Steve que se cortara el pelo y se subiera al tren de los Pistols, pero él se aferró a su pelambre y a su afán de complejidad. El cabrón soñaba con tener tres guitarristas en el grupo y en algún momento llegó a probarlos.

Lo cierto es que tu presencia puso sangre caliente en las venas de la Doncella. Sangre caliente, puños cerrados y huevos. Dijera lo que dijera ese dictadorcito de Steve, contigo en el micrófono la Doncella empezó a derrochar potencia.

Claro que tu nuevo jefe casi te despide la noche aquella en que el productor Ron Smallwood fue a verlos al Windsor Castle y tú faltaste a la cita, pues la policía te había arrestado la noche anterior después de una pelea. Steve tuvo que joderse e improvisar como cantante lo cual  nunca fue su fuerte. Que se jodiera el amargado.

Al final tus ligues acababan por ayudar a todo el grupo, pues de no haber sido por la enfermerita aquella que te estabas cogiendo, nadie les hubiera dado posada en Cambridge cuando se encerraron a grabar su demo. Una noche intentaron dormir en su camión al que llamaban la Diosa Verde, un autobús casi tan jodido como este armatoste mexicano en el que vas viajando. Obviamente se cagaron de frío y no pudieron pegar el ojo. La enfermerita les dio quebrada en su casa y entonces pudieron grabar The Soundhouse Tapes. Lo mejor de aquel disco fue la portada. Por única vez en la historia un disco de la Doncella no apareció con el monigote ese que los acompañaría por los siguientes 30 años en sus tapas, sino con una imagen de desenfreno punketo. ¿Y quién aparecía en aquella portada mítica de 1979? Tú y nada más tú. El único de los músicos de la Doncella que se ha inmortalizado en la cara de un disco. Era una fotografía en donde apareces de espaldas, sin camisa, micrófono en la mano derecha, puño izquierdo arengando a la multitud. Cierto, en un segundo y muy reducido plano se alcanza a ver Steve con su bajo, pero ni siquiera se distingue su cara. Tú eres el centro de la imagen. Tú y el público que alza los brazos junto contigo. Cuando miras tu panza desparramada sobre el asiento del camión y tu fofa piel de 130 kilos parece que hubieran transcurrido dos vidas desde aquella foto. Nunca fuiste esbelto, pero tu torso desnudo y sudado derrochaba energía mientras tu pantalón de cuero y el cinto con puntas metálicas proyectaban rudeza. Sí, una sensualidad ruda a lo Iggy Pop. The Soundhouse Tapes es una portada punketa, con sudor y endorfinas, no una imagen de cómic. Un demo de cuatro rolitas que en menos de una semana vendió 5 mil copias.  Aquello empezaba a apestar a grandeza

A finales de 1979 se encerraron a grabar el primer disco y no fue precisamente en una cochera. EMI fue el sello  Aquello iba en serio, absolutamente en serio. De las nueve canciones que aparecen en el disco en tres aparece tu nombre como compositor. Running Free, cuya letra tú compusiste, fue el primer sencillo y debutó en el puesto número 34 en el Reino Unido. Su primera gira con el disco en la calle incluyó 51 fechas por toda la isla de abril a julio del 80 incluidos cuatro conciertos en el Marquee. Aquello era solo el comienzo. En agosto ya estaban tocando con los mismísimos UFO en el festival de Reading y para el otoño fueron invitados por Kiss para abrir su gira europea. Fueron 24 conciertos en Italia, Alemania, Holanda, Bélgica, Suecia, Dinamarca y Noruega. Más de 350 mil personas  los vieron. ¿Lo puedes creer? Acababas de cumplir 22 años de edad y no hacía mucho tocabas en barecitos pordioseros. Aquel año transcurría muy de prisa. Tú, que apenas habías salido de Londres, ahora habías recorrido toda Europa en un mes. Por supuesto sobraban emociones y hembras, pero faltaba tiempo. Y ahí estabas ante suecas y danesas buenísimas que mataban por un autógrafo tuyo, pero ahí estaba también el cabrón de Steve, el aguafiestas de Steve en su papel de puto capataz que tanto le gustaba, asegurándose que nadie se pusiera demasiado loco. Viviste rápido aquella primera gira y ni siquiera pudiste vivirla como a ti te gusta, aunque de la forma que sea te las arreglabas para escaparte por las noches y conseguir algo que meter por la nariz.

Con el final de la gira no llegó el descanso, sino otro paseo por el Reino Unido para presumir al nuevo guitarrista y después a encerrarse a piedra y lodo en el estudio para grabar el segundo disco. ¿Y sabes quién los esperaba en el estudio? El mismísimo Martin Birch, el productor de Deep Purple, de Rainbow, de Fleetwood Mac. Todo diciembre estuvieron encerrados y en enero el disco estaba ya en la calle con un tour de 24 fechas por todo el Reino Unido. De las once canciones contenidas en el disco solo en una aparece tu nombre como compositor a lado de Steve, pero eso sí, es la mejor canción el disco, la que le da nombre y la que sería tu himno: Killers.

No hubo tiempo para celebrar como hubieras querido. Antes de la primavera de 1981 ya estaban embarcados en un tour europeo de 40 fechas como cabezas de cartel. Nunca, ni en tu peor pesadilla habías imaginado que el rock pudiera ser tan agotador. Antes,  en tu etapa de cantante de cantina, podías emborracharte a gusto y cogerte a una tipa después de la tocada, pero ahora apenas acababa el concierto cuando ya había que largarse al hotel para madrugar al día siguiente a tomar el vuelo hacia la próxima ciudad. En cualquier caso la fama te estaba sentando de maravilla. Aunque el líder de la banda era Steve, tú eras el que aparecías  siempre en el centro de las fotografías, el rudo, el guapo, el carismático, el que era capaz de poner loca a la gente.

El 81 fue el año. El más intenso, el más extremo y desenfrenado. En el 81 fuiste un tren bala corriendo  sin límite de velocidad  por la autopista del gran mundo. En mayo estabas ya en el otro lado del planeta, en la tierra donde nace el Sol. Después de triunfar en Europa tu banda estaba tocando en Japón. ¿Podrías creerlo? ¡En Japón! En el lugar donde Deep Purple grabó su mítico concierto. ¿Lo podrían creer tus padres? ¿Lo podrían haber imaginado algún día tus colegas de barrio con los que te emborrachabas en la tribuna del West Ham? Cuándo iba a imaginar tu padre o tus tíos, desde sus vidas de obreros pobres, que el borracho irresponsable de Paul iba a estar tocando en  Tokio. No cualquier imbécil es invitado a tocar del otro lado del mundo. Fueron cinco conciertos en Japón con boletaje agotado por completo y tan emocionados estaban con la banda por aquellos rumbos, que presionaron a la compañía para grabar un disco en vivo.  Saludos Deep Purple ¿No que ustedes eran los únicos?

Claro, al arrogante de Steve no le gustó nada el disco e incluso se opuso a que saliera a la venta, pero los ejecutivos de la disquera impusieron su voluntad. De acuerdo con el generalito de tu jefe el sonido era deficiente, pero lo peor, según el hijo de puta, era tu voz. ¡Tu voz! El muy cabrón empezó a echarte en cara que te emborrachabas y desvelabas todos los días y que tu voz estaba cansada y bofa como la de un ebrio. Aquellos conciertos de Japón habían sido un pedazo de mierda, te espetaba el bastardo en tu cara mientras tú cumplías con mandarlo al carajo. Japón fue el principio del fin. Ahora que lo miras en retrospectiva fue en Tokio donde Steve tomó la decisión de mandarte a la chingada, aunque no había tiempo para parar. A la gira japonesa siguió su primer viaje a Estados Unidos. Empezaron como los grandes, en Las Vegas. Fueron 40 conciertos americanos con Judas Priest y tres más con UFO incluidas tres noches seguidas en Long Beach Arena con boletos agotados. Peinaron los Estados Unidos de California a Nueva York, pero para entonces ya todo estaba jodido. Steve y tú apenas se hablaban y sin duda el jefe ya tenía sus planes. Aunque tú siguieras siendo el frontman de la banda para él eras ya el ex vocalista. En los planes del bajista líder no estaba parar. La consigna era regresar a Inglaterra y encerrarse a grabar su nuevo disco, pero él había decidido que ese álbum no lo grabarías tú, sino el nuevo cantante.

Apenas tocaron tierra en Inglaterra el hijo de puta te despidió como si tal cosa, con la misma frialdad e indiferencia de un jefe de fábrica que despide a un trabajador borracho. Ni rastro de sentimentalismo y de la cacareada hermandad de las bandas de rock. El bastardo simplemente te largó y tú, digno y soberbio, en plan de divo, sabiendo que tú ponías la sangre y el carisma en la banda.

¿Con que despedido? Muy bien, vamos a ver quién gana y quién pierde.

En ese momento te sentías seguro y dueño de la situación. Tu rostro y tu voz eran conocidos por decenas de miles de personas en todo el mundo. Las hordas de seguidores de la Doncella te conocían e identificaban a ti, no al greñudito mamón de Steve y su bajo. Que lo intentaran, a ver si con otro cantante podían convocar las mismas multitudes. ¿Querían seguir sin ti? Pues muy bien, veremos quién llega más lejos.

El verano de 1981 estaba llegando a su fin y comenzaba, a tus 23 años de edad, el otoño de tu vida.

Ese otoño hace tiempo  se ha transformado en invierno, aunque nunca acabe de congelar del todo. Tu vida es un largo purgatorio pero ni siquiera alcanza la categoría de infierno. Los infiernos son extremos e intensos, mientras tu purgatorio es largo, denso y sin variaciones como esta interminable carretera mexicana por donde hoy transitas a bordo de este pestilente camión. Han llegado a la puta aduana de un pueblo en medio de la arena que colinda con Arizona. Sonoyta se llama este arrabal en donde hay un puerto fronterizo donde los hacen bajar. Levantarte del asiento es un suplico, pero los oficiales están husmeando como perros arriba del camión. Para ti solo hay miradas de sospecha y desconfianza, aunque cara de narco no tienes.  Ante ellos eres un gringo loco que ha venido a México a buscar mota barata.

Vuelves a subir al camión y acomodarte en tu ratonera te cuesta aún más trabajo. Restan todavía unas ocho horas de camino a través del desierto. Lo más pestilente de momentos como éste, es que aunque finjas indiferencia no puedes dejar de pensar en ellos. Tú estás en medio del desierto mexicano subiendo a un camión pueblero conducido por un chofer con mala cara, mientras ellos van volando en su avión privado. Tú te diriges a tocar a un tecurucho donde con trabajo lograrás reunir 50 o 70 personas mientras ellos van a tocar en un estadio o una arena donde los 30 mil o 50 mil boletos están vendidos desde hace meses.

Desde el momento en que saliste de la banda te prometiste a ti mismo no volver a pensar en ellos ni prestarles la mayor atención. Ellos serían los que tendrían que pensar en ti, ellos serían quienes verían tu carrera encumbrarse. Ahí estaba el caso de Ozzy Osbourne, más demente y borracho que tú, echado a patadas de Black Sabbath y ahora triunfando con un disco solista. A tus 23 años con un prestigio muy bien ganado como cantante de una banda que se hizo famosa gracias a ti estabas listo para comerte el mundo como líder de tu propio grupo. Ahora no tendrías que estar soportando a un bajista dictadorzuelo tronándote de los dedos. Harías un grupo de rock de verdad, donde habría espacio para divertirse en grande y gozar la vida sin preocuparse por virtuosismos o asuntos de ingenierías sónicas.

Dijiste que no pondrías la menor atención en la banda que te despidió, pero hubiera sido imposible para cualquiera forzar la indiferencia. De pronto tu ex banda empezó a estar en todas partes. Simplemente no descansaron un solo minuto. En 1982 tenían su nuevo disco con una portada “satánica” que causó polémica y abarrotó estadios. La Doncella se empezó a tragar el mundo. Del 82 al 84 grabaron tres discos exitosísimos y le dieron varias vueltas al planeta,  mientras tú no acababas de arrancar tu nuevo proyecto.

De reojo los mirabas fingiendo que no te importaba lo que con ellos sucediera, pero te dolía en el alma verlos llenando estadios y vendiendo millones de discos. Y aunque te humillara en lo más profundo admitirlo, lo más aborrecible de todo era pensar en él, en tu sustituto, el nuevo cantante que parecía ser tu antítesis por cada costado de su ser. ¿Cómo carajos pudo Steve dejarse seducir por un cantante tan ridículo y pretencioso? Cuando lo escuchaste por vez primera quisiste vomitar. Aquel idiota tenía complejo de cantante de opereta. ¿Qué se creía el tipejo? ¿Una puta sirena? Esto es rock mi amigo, se requiere rudeza y no tu voz de “Fígaro, Fígaro, Fígaro”. Parecía demasiado complacido en ser gritón y en demostrarle al mundo que podía sostener sus vocalizaciones : ¡ruuuuun tooooo the hiiiiiiills!

Además teatral y payaso. Mira que eso de vestirse como soldado antiguo de la Reina y salir agitando una Union Jack.  Después te enteraste que el cabrón ha simpatizado siempre con el Partido Conservador y proviene de un entorno pequeño-burgués. Para eso te gustaba el grupito de rock. Elegir un  cantante de colegio aristócrata. Mientras tú estabas bebiendo y buscando bronca en una esquina, aquel niño bien estaba estudiando historia y entrenando esgrima.

Los años fueron pasando y pronto te quedó claro que él representaba todo aquello que tú jamás serías. Lo más evidente pasa por el físico. Mientras tú ibas irremediablemente engordando y te resignabas a tu calvicie, él se complacía en dar saltos por el escenario mostrando su condición física de atleta olímpico. El hijo de puta estaba en el equipo nacional de esgrima y pudo haber ido a las Olimpiadas de Barcelona a representar al Reino Unido con su espada y si no fue, se debe a que le dio prioridad a las giras de la banda que para entonces llevaba ya nueve discos de estudio.

Pero el cabrón no se conformaba con eso. Su pedantería y sus ambiciones nunca han tenido límites. Ser cantante de la banda de heavy metal más famosa del mundo podría ser para cualquiera un trabajo de tiempo completo, pero él no se daba abasto. Era cantante, pero además destacaba como esgrimista, maestro de Historia, escritor (publicó un par de novelas el hijo de puta) cineasta (escribió el guión de una película sobre Aleister Crowley que codirigió) empresario cervecero (empezó a hacer una cerveza carísima con el logo de la banda) y por si fuera poco ¡piloto aviador! Carajo ¿No es el colmo? ¿No es eso lo más anti rocker del mundo? Un trajecito blanco con tu corbata y tus estrellas de chofer de aviones.  Y lo más falso de todo es que ahora el canijo presume de pilotear el avión de la gira. Por supuesto es una estrategia mediática, algo para parecer cool y extraordinario y pasar a la historia como el único grupo de rock que viaja en un avión piloteado por su cantante. Claro, en el documental es muy bonito salir con el traje de piloto, pero lo obvio es que cuando la cámara no está encendida el tipo se tira a dormir como todos. Ya bastante agotador es cantar más de dos horas todas las noches para además soportar el desgaste de miles de millas de vuelo controlando una aeronave. Pura y vil faramalla mediática la de tu sustituto, aunque no dejas de sentir sal en una herida abierta cada que imaginas la cantidad de dinero en que se pudre el  cabroncito. Él podría dejar de cantar en este momento y dedicarse a gastar el dinero ahorrado sabiendo que no se le acabaría nunca, pues además es accionista en una empresa de aviación y tiene demasiadas habilidades como para pensar que algún día pudiera quedar en el desempleo. ¿Y tú Paul? ¿Qué carajos has hecho? ¿Qué dice el espejo cuando te miras en él? Lo único que sabes hacer es cantar canciones de dos tristes discos que constituyen y han constituido todo tu repertorio a lo largo de tres décadas.

Cierto, por intentos no paraste. Intentaste formar bandas, desarrollar proyectos con nombre y concepto propio, con sus propias composiciones y su estilo, aunque al final, fueras a donde fueras, el cartel te presentaba como el ex cantante, pues el nombre de tu nueva banda de ocasión, fuera cual fuera, no decía nada.

Nombres te sobraron: Zona de Batalla, Lobo Solitario, Asesinos. Daba exactamente lo mismo. Compusieras lo que compusieras la poca gente que los iba a ver pedía siempre las mismas canciones de tu ex banda. Nunca en tres décadas lograste crear una sola rolita que la gente pudiera identificar como tuya.

Ser el jefe tampoco fue ningún alivio. Lo peor de todo ha sido lidiar con músicos y administrar la miseria, pedirles que se mordieran un huevo y aguantaran las vacas flacas, pues los proyectos no dejaban dinero. Al final de las giras el saldo era siempre magro, los números rojos aparecían puntuales e inclementes y claro, los músicos se sublevaban, exigían o simplemente se largaban cuando les quedaba claro que ahí no habría nunca cifras de tres ceros.

¿Cuántos músicos pasaron por tus proyectos? ¿Con cuánta gente tuviste que lidiar y pelearte a lo largo de todos estos años? ¿Recuerdas todos los que te encararon y amenazaron con reventar tu rechoncha cara si no les pagabas? ¿Cuántos te acusaron  de tramposo y ladrón? Y tú nunca fuiste un dictador arrogante como Steve. Eras tolerante y buena onda, te emborrachabas con ellos, promovías que fueran a cazar putuelas, pero aquellos mierdecillas interesados tarde o temprano empezaban a exigir dinero y la camaradería del rock and roll se iba al carajo.

Tus proyectos naufragaban, tú te entregabas a largas sesiones de droga y alcohol con lo poco que habías reunido y al final, cuando ya no te quedaba un centavo partido por la mitad, volvías a intentar algo. Convencer un mánager, buscar una disquera de medio pelo, tratar de localizar músicos desempleados que se conformaran con migajas y a empezar de nuevo, aunque no hubiera novedad alguna, pues lo único que hacías y haces a la fecha es cantar las mismas putas canciones de siempre con músicos diferentes.

Eso sí, en tu calidad de gitano le has dado varias vueltas al mundo yendo a las ciudades y pueblos a los que nadie va nunca, a los andurriales de países latinoamericanos o asiáticos  donde  jamás se ha parado una banda de rock.

Pronto te diste cuenta que en lugar de tratar de mantener una formación estable, lo mejor era “rentar” músicos locales en cada país que visitabas. Te ahorrabas  no pocos dolores de cabeza. Lo mejor era apostar por jovencitos que tuvieran grupos amateurs que apenas comenzaban y para quienes curricularmente representara un enorme prestigio poder tocar a tu lado aunque apenas ganaran algo de dinero por hacerlo. Su única tarea era aprenderse las canciones de los dos primeros discos de la banda y asunto arreglado. El repertorio jamás ha variado ni ha abierto espacio a la improvisación. Les pagas en efectivo y a destajo, dependiendo del boletaje vendido cada noche y ellos casi nunca se quejan. Así es más sencillo. Vas a México y pagas unos mexicanos o vas a Brasil y pagas unos brasileños que te acompañen en tu larguísima gira que casi incluye rancherías y villorrios.

Al final tú mismo acabaste estableciéndote en los países donde más girabas, Brasil se convirtió en tu segundo hogar, pues el gobierno del Reino Unido se dedicó  a castigarte. Eres un súbdito británico, pero esos codiciosos hijos de puta te encarcelaron por fraude. Un día se te hizo muy sencillo pedir una compensación por una lesión en tu espalda, argumentando que dicha dolencia te impedía poder realizar la actividad que te ha dado siempre de comer. Recibiste apoyo como lisiado, pero no tuviste inconveniente en seguir girando por países lejanos. ¿Pensaste que no se darían cuenta? ¿Imaginaste que tu actividad artística es de tan bajo perfil que nunca nadie notaría que trabajas pese a reportarte incapacitado por un traumatismo en la columna? El gobierno se dio cuenta del engaño y te refundió en la cárcel por casi un año. A estas alturas cuesta trabajo saber si te encarcelaron  por mentiroso y corrupto o de plano por pendejo e inocentote, por creer que ellos nunca repararían en que te dedicabas a recorrer el mundo cantando tus canciones mientras el gobierno te pagaba puntualmente tu dinerito. Cuando abandonaste la prisión te largaste a vivir a Brasil. Te proclamaste aficionado del Corinthians y de los Ratos de Porao.

 A la fecha en el lugar donde menos sueles tocar es Inglaterra. Hace años que no tocas ahí. Estados Unidos tampoco es de tus favoritos. Demasiados impuestos y controles, una sobreoferta de espectáculos y la plena seguridad de que nadie irá a verte. Tu especialidad es Latinoamérica, el este europeo, Asia.

Hace poco en una cantina malamuertera de Ucrania un borracho empezó a picarte la cresta gritando el nombre del piloto aviador. Desde el escenario lo retaste a unos putazos. No había más de 30 personas en esa miserable tocada y el resto de la velada te la pasaste peleando con el pobre diablo. A lo largo de los años has tratado de mantener una flemática indiferencia pública ante tu sustituto. Cuando en las entrevistas te preguntan tu opinión sobre él, te limitas a decir que es un cantante regular, al que le das un siete de calificación y acto seguido cambias de tema intentando aparentar que estás concentrado en lo tuyo. Sin embargo aquella noche ucraniana un vil borracho hizo brotar la brutal honestidad de tu ronco pecho con solo mentar el nombre de tu némesis. El ebrio se había callado ya el hocico, pero tú no habías hecho más que comenzar. Empezaste a decir que lo tuyo es punk rock, no ópera y acto seguido imitaste con voz aflautada el ruuunnnn toooo theee hiiiills. Aquella banda se había prostituido al convertirse en una máquina de hacer dinero, mientras tú has seguido levantando la bandera del auténtico rock. Al borracho le dedicaste Runing free, perorando que en esa canción está el verdadero espíritu de la banda a la que tú hiciste grande. No la cantaste, la gritaste sin dejar de mirar y retar al borracho con ademanes. El espectáculo completo, grabado por una cámara de aficionado, está en Youtube y es el non plus ultra de lo patético. Un gordo sudoroso que berrea frente a un micrófono ante 30 personas dedica su tristísimo espectáculo a pelear con un imbécil que no para de reír.

Cuando eres confrontado o comparado con tu antigua banda tu salida favorita es decir que tú eres punk, lo cual es poco creíble tomando en cuenta que las canciones que tocas son el new wave of british heavy metal que se tocaba en 1981. En cuanto micrófono te prestan sueles perorar que la banda más grande de todos los tiempos es Ramones y que Joey Ramone fue el mejor cantante del mundo. Para intentar dar credibilidad a tu perorata, te dio por cerrar tus espectáculos al son del hey ho, lets go de Blizkrieg Bop el himno de Ramones. Con esa rolita cerraste en Tijuana y Mexicali y con ella cerrarás en Hermosillo. Fuera de eso, el resto de tus canciones son las de tu ex grupo. Vaya conflicto de identidad Paul.

De cualquier manera ¿qué carajos puedes ofrecer a estas alturas? ¿Te has dado cuenta de quién es tu espectador promedio? Es un tipo que lleva puesta una camiseta de la Doncella con la portada de algún disco en el que no participaste y que acuden a verte porque en sus pueblos no hay demasiada oferta de rock en vivo y en realidad de casi nada. Ni siquiera se puede afirmar que tengas una sólida y fiel base de seguidores. Quienes acuden a verte lo hacen porque no tienen nada mejor que hacer o por el simple morbo de ver tu decadencia. Los más jóvenes apenas se enteran que hace mucho tiempo, en una era casi jurásica a principios de los 80, la Doncella tuvo otro cantante y si acaso conocen una o dos canciones de esa época. Claro,   siempre hay por ahí uno que otro viejo necio y recalcitrante dispuesto a afirmar que la mejor etapa de la Doncella, la más ruda y auténtica fue contigo en el micrófono. Después la autenticidad se perdió. Esos raros especímenes, extraños y atípicos cual monotremas, te encantan, pero son cada vez más improbables, crepusculares e irremediablemente perdedores…como tú.

Vas cabeceando sobre tu asiento-ratonera, inmerso en la densidad de la modorra que antecede el amanecer. El alba ya se intuye en el desierto y las sombras de los saguaros ya empiezan a dibujarse en la carretera. Hermosillo está cerca. El reto será bajar del camión con tus gordas piernas anestesiadas tras diez horas en condición de sardina. Un día más va cayendo de golpe sobre el resto de tu vida y tu camino sigue, sofocante,  sin variaciones e interminable como esta puta carretera. Demasiados años, demasiados kilómetros y solo unas cuantas nostalgias mentirosas por cosecha. La vida es densa, plana y monótona como el horizonte de arena y nopales que se asoma por la ventana delantera del camión.

En alguna de tantas borracheras alguien te habló  del supremo arte de morir a tiempo. Piensas en los que dijeron adiós cuando tú eras espuma en ascenso o estabas sentado en tu pasajera nube de gloria. En el 79 murió Sid Vicious, el malogrado junkie que nunca aprendió a tocar el bajo y a quien su nariz reventada en el escenario le alcanzó para ser el icono del punk. En el 80 murió John Bonham y su lugar en la batería de Led Zeppelin jamás fue ocupado. La  historia de la banda acabó con su muerte y empezó la leyenda. En el 80 se colgó el atarantado de Ian Curtis, con 23 años de vida y una efímera carrera al frente de Joy Division. A la fecha es ídolo de millones de aspirantes a poeta de vena rebanada. En el 80 también se murió Bon Scott, quien era tan borracho, pendenciero y mujeriego como tú. Tomó la verdadera autopista al infierno cuando se ahogó en sus vómitos y se transformó en mito. En señal de luto, AC/DC le dedicó la portada negra de uno de los mejores discos de rock de todos los tiempos. Más de tres décadas han transcurrido desde su muerte y a la fecha se le recuerda como el abanderado de la época más ruda y desenfrenada del grupo. Piénsalo Paul,  todos ellos murieron cuando tú te estabas subiendo a los cuernos de la luna. Los viste morir desde tu pedestal de incipiente gloria.  ¿Te los imaginas ahora, 30 años después? ¿Qué clase de ruina sería un Bon Scott de sesenta y tantos? ¿Cómo se verían Sid Vicious y Ian Curtis gordos y cincuentones? ¿De qué carajos se perdió el rock por su muerte prematura? De nada. Ganaron más con su muerte que con su vida. Lo más fascinante fue lo efímero y orgásmico de sus carreras y su mejor anécdota es la historia de lo que pudo haber sido.  Son leyendas porque fueron artistas en el arte de morir a tiempo. ¿Y tú Paul? ¿Qué carajos pasó contigo? ¿Cuál es el instante sublime digno de inmortalizarse en estos 30 años de tiempo extra? Tu vida ocurrió hace mucho tiempo y acabó en el otoño de 1981. Lo demás es tiempo suplementario, sobrante, tirado a la basura. Ellos están muertos y son leyenda;  tú estás vivo y eres ruina, óxido, patetismo puro. Es mejor consumirse que dormir oxidado cantó Neil Young. Tú duermes oxidado, asmático, hipertenso, rengo y gordo. ¿Estar vivo es el triunfo y estar muerto es la derrota? Ellos no vieron este amanecer en el Siglo XXI pero el mundo no los vio podridos. Tu fecha de caducidad ocurrió hace mucho tiempo,  Paul. ¿De verdad consideras una bendición haber sobrevivido a tus excesos?

Imagina por un momento esta escena: En mayo de 1981, después de cinco conciertos en Japón con boletaje agotado, tu cuerpo es encontrado en la tina de baño de tu lujoso hotel en Tokio con una jeringa enterrada en el brazo. La última noche de tu vida fue de opio y geishas. Una velada a la medida del prematuro paraíso de una estrella del rock de 23 años de edad consumida en el fuego de su gloria hedonista. Imagínalo: tu torso aún delgado como aparece en la portada de Soundhouse Tapes, tu pálido rostro veinteañero, el opiáceo horadando tus venas, tu nombre transformado en deidad. Aunque para entonces Steve ya pensara en echarte a patadas, tu muerte traería nueva rentabilidad a la banda  y tus compañeros se referirían a ti con respeto y nostalgia, pues los muertos se tornan inmaculados. El siguiente disco, ya con el nuevo cantante, sería dedicado a tu memoria y tu legado y las canciones de tu época serían cantadas con nostalgia. Habría camisetas negras con tu cara: Paul 1958-1981. Forever Running Free. ¿Te imaginas? ¿No sería hermoso? Dime la verdad: si frente a ti estuviera el genio de la lámpara ¿no le pedirías ese gran final en la cumbre? Tu cielo se llamó Japón 1981 ¿Por qué no morir justamente ahí y en ese momento?

Mírate Paul, aquí y ahora, amaneciendo en el desierto con tus 130 kilos de peso y el cansancio eterno de una vida náufraga.  Piensa solo en el día que te espera, en los años que aún te quedan ¿La vida te oculta todavía alguna sorpresa? ¿Hay alguna razón para seguir cantando una noche más las mismas canciones?

Vendedor de la nostalgia más barata, la nostalgia por aquello que jamás a sucedió. Venga Paul, saca fuerzas de tu cuerpo entumido, levántate, suda   grita tus canciones hasta que el asma te derrumbe.

Vamos Paul. El arte de morir a tiempo es asunto de dioses, pero tú, como los jodidos mortales, estás condenado a vivir.

DSB 2 de marzo de 2015, 14:06 hrs. (entre lluvias bliezkrieg y cielos de azul mentiroso)


PD- Paul Di Anno finalmente murió- “Vamos Paul. El arte de morir a tiempo es asunto de dioses, pero tú, como los jodidos mortales, estás condenado a vivir”. Lo anterior, es el último párrafo de un cuento que jamás publiqué: Paul, o el infortunio de no morir a tiempo. Hoy, después de 43 años de prescindible tiempo extra, Paul Di Anno finalmente murió. Su historia me parece una de las más tristes que ha dado el rock. Si Paul Di Anno hubiera muerto en Tokio en 1981 después de los célebres conciertos del Maiden in Japan, hoy estaría en el Pandemonio del rock codeándose con Bon Scott, alimentando la idílica leyenda de lo que pudo ser. Paul debió morir hace 43 años y hoy sería un ser mitológico, pero le tocó arrastrar la cobija por cuatro décadas y media y apagarse de la peor manera posible. Cuatro décadas y media dando tumbos en hoyos cada vez más miserables, en tocadas de bajísimo presupuesto, interpretando siempre las mismas canciones de los dos mismos discos, con equipos rentados, viajando en autobuses de central camionera mientras la banda de la que eras cantante le da la vuelta al planeta en su jet privado. Cuatro décadas y media evocando el momento en que estuviste casi en la cima del mundo para luego quedar en la calle. A diferencia de Ozzy, de Dio, de King Diamond, Paul jamás pudo crear una sola rola memorable más allá de Iron Maiden. La historia es particularmente triste sobre todo si tomamos en cuenta la biografía paralela de su némesis, Bruce Dickinson, su opuesto absoluto. Paul el borracho, jodido y lisiado y Bruce el súper esgrimista olímpico, piloto aviador, empresario exitoso, cantante sublime con una condición física de veinteañero.
Y sin embargo a su triste manera Paul nunca perdió la energía. No sé si es porque de verdad debía corretear la chuleta cada noche o simplemente no se resignaba a bajarse de los escenarios, pero era hasta tierno verlo salir a cantar en silla ruedas, todo gordo, lisiado, alcohólico, pobre, sudoroso, muriendo de asma, pero cantando con pasión Running free, Wrathchild y Killers. Y sí, los dos primeros discos de Maiden son buenísimos, chingones e irrepetibles. Tienen otro tipo de energía. Es un Maiden más barrial, más callejero, más rudo, más speedmetalero. No hay semana de mi vida que no escuche el Killers. Siempre lo traigo conmigo en el carro y anoche en el parque estaba escuchando Phantom of the Opera y hace una semana Ikercho me preguntó si había una rola que Maiden hubiera tocado siempre en cada concierto y le dije sí, la homónima, Iron Maiden, la elegida para la irrupción de Eddie, una reliquia de la era Paul Di Anno, que este día de otoño ha muerto. No sé si algún día publique mi cuento, pero sí sé que hoy toca gritar KILLERS Behind you!!!