Eterno Retorno

Tuesday, January 16, 2024

El Rey yace en su templo

 


 

 

Estoy a punto de decir que si no lo leíste no tuviste adolescencia.

José Agustín irrumpió en el camino de mi vida en plena pubertad y me salió al paso en las páginas de El cuento hispanoamericano. Hoy a la distancia puedo decir que esa antología compilada por Seymour Menton fue mi portón de entrada a muchos universos.

Mi primera borrachera joséagustiniana ocurrió en los tiempos en que trabajé en Librería Castillo, donde en lugar de atender a los clientes me la pasaba entregado a leer la mercancía. En una sola tarde de “trabajo” me chuté La tumba e inmediatamente después Dos horas de sol, que venía recién desempacada como la nueva novela. Entre esos dos libros hay 30 años de distancia, pero haberlos leído en la misma semana me hizo dimensionar la derrochadora vitalidad de su autor. Este bato no envejece, pensé. Es piedra rodante que no hace moho. No era una tecla sesentera eternamente tocada, sino un personajazo que parecía seguir en la punta misma del grito. Particularmente intensa fue la comunión con Ciudades desiertas, que me acompañó a un largo autoexilio en Nueva Inglaterra. El recuerdo de la desolada inmensidad de freeways nevados y la perturbadora paz de los pueblitos de cuáquera estirpe siempre irá hermanado a Eligio y Susana.

También recuerdo que la noche antes de mi debut como reportero en El Norte de Monterrey, me leí de un jalón Luz Externa. El último libro suyo que leí fue Vida con mi viuda hace más de quince años.

En octubre del 97 me tocó ir saludar por vez primera a José Agustín cuando acudió a la feria de Monterrey a presentar La tragicomedia mexicana 3. Este bato encarna su narrativa, pensé. Por José Agustín aprendí a escuchar a los Rolling y les agarré el gusto y cada que escucho la guitarra de Keith y la voz de Mick, irremediablemente pienso en José Agustín y se me antoja releer sus libros.

Alguna vez dije que mi generación es huérfana de un padrino literario. Hoy pienso que cuando cientos de setenteros hacíamos nuestros pininos escriturales y descubrimos a José Agustín, todos dijimos: “yo quiero poder escribir como ese cabrón”. No lo conseguimos, pero les juró que valió la pena emprender el viaje. Hay obras que te definen como lector y te impulsan a transgredir fronteras narrativas. José Agustín es uno de los principales responsables de que mi camino de vida como lector haya sido tan chingón y emocionante, un viaje que a la fecha no termina ni terminará. El fuego no deja de arder y el Rey ya está en su templo, en la Casa del Sol Naciente.