El Rey yace en su templo
Estoy a punto de decir que si no lo leíste no tuviste adolescencia.
José Agustín irrumpió en el camino de mi vida en plena pubertad y me
salió al paso en las páginas de El cuento hispanoamericano. Hoy a la distancia
puedo decir que esa antología compilada por Seymour Menton fue mi portón de
entrada a muchos universos.
Mi primera borrachera joséagustiniana ocurrió en los tiempos en que
trabajé en Librería Castillo, donde en lugar de atender a los clientes me la
pasaba entregado a leer la mercancía. En una sola tarde de “trabajo” me chuté
La tumba e inmediatamente después Dos horas de sol, que venía recién
desempacada como la nueva novela. Entre esos dos libros hay 30 años de
distancia, pero haberlos leído en la misma semana me hizo dimensionar la
derrochadora vitalidad de su autor. Este bato no envejece, pensé. Es piedra rodante
que no hace moho. No era una tecla sesentera eternamente tocada, sino un
personajazo que parecía seguir en la punta misma del grito. Particularmente
intensa fue la comunión con Ciudades desiertas, que me acompañó a un largo
autoexilio en Nueva Inglaterra. El recuerdo de la desolada inmensidad de
freeways nevados y la perturbadora paz de los pueblitos de cuáquera estirpe
siempre irá hermanado a Eligio y Susana.
También recuerdo que la noche antes de mi debut como reportero en El
Norte de Monterrey, me leí de un jalón Luz Externa. El último libro suyo que
leí fue Vida con mi viuda hace más de quince años.
En octubre del 97 me tocó ir saludar por vez primera a José Agustín
cuando acudió a la feria de Monterrey a presentar La tragicomedia mexicana 3.
Este bato encarna su narrativa, pensé. Por José Agustín aprendí a escuchar a
los Rolling y les agarré el gusto y cada que escucho la guitarra de Keith y la
voz de Mick, irremediablemente pienso en José Agustín y se me antoja releer sus
libros.
Alguna vez dije que mi generación es huérfana de un padrino literario.
Hoy pienso que cuando cientos de setenteros hacíamos nuestros pininos
escriturales y descubrimos a José Agustín, todos dijimos: “yo quiero poder
escribir como ese cabrón”. No lo conseguimos, pero les juró que valió la pena
emprender el viaje. Hay obras que te definen como lector y te impulsan a
transgredir fronteras narrativas. José Agustín es uno de los principales
responsables de que mi camino de vida como lector haya sido tan chingón y
emocionante, un viaje que a la fecha no termina ni terminará. El fuego no deja
de arder y el Rey ya está en su templo, en la Casa del Sol Naciente.