Sobrevive su olor, su lengua que te raspa un poco...
¿En qué momento se da el paso fundamental de
apartarse de la muchedumbre e irse caminando por la playa? No lo sabes. La
acompañas hasta los búngalos donde se hospeda, pero ella te pide que te quedes
un poco más. Se acuesta en una hamaca y tú la meces. Te pide que le cuentes un
cuento y tú para eso te pintas solo. Empiezas a alucinar e improvisar una
historia donde ella y tú son vampiros que deberán refugiarse antes de amanecer.
Cuando de inventar fantasías se trata te pintas solo. Hablas y hablas sin dejar
de mecer la hamaca y la hueles, sobre todo la hueles. Muchos años después lo
único que sobrevivirá en tus recuerdos será el olor. ¿A qué huele? Es un sudor
dulzón, rico, casi embriagante. Ese
olorcito te va envolviendo en la inconfundible atmósfera mágica que antecede al
gran paso. ¿Cuál es el gran paso cuando sus caras están a centímetros? Consumar
el gran símbolo del amor, el que rompe una frontera y los coloca en otra
dimensión. Cuando acercas tus labios a los suyos sabes que siempre hay un
riesgo de que el hechizo se rompa, de que todo se caiga por la borda, pero en
el momento en que sus labios se tocan sabes que has saltado a otra dimensión y
de pronto ya estás ahí, en medio de ese pequeño e improbable paraíso. Sobrevive
su olor, su lengua que te raspa un poco y tu mano siempre inquieta que busca
tocar y bajar por su pecho, pero ella te aparta con decisión. Nada de explorar
bajo la blusa y desabrochar sostén. Su gesto es decidido, contundente y por
ello terriblemente cachondo. Ella pone las reglas en este juego y no insistes.
Te ha retirado la mano de su pecho, pero no deja de besarte. El beso será la
última frontera y a él te entregas, ella en la hamaca, tú de píe. Un beso bien
dado puede ser una droga potente, más potente que el vino y la mariguana. ¿Hay
algo extraordinario en ello? Dos adolescentes se han encontrado en una playa
portuguesa y se besan al amanecer. El mundo vuelve a girar y la tímida luz de
abril se desparrama sobre el Atlántico. ¿Cómo se ve la escena desde un plano
neutral? Está amaneciendo y ella descansa sobre una hamaca. Tú estás de pie, la
meces y te inclinas para besarla y el beso te sabe a gloria, elíxir de cielo
para tu cuerpo, tan infestado de vino y malquerencia. Se comparten direcciones
y teléfono al viejo estilo, escribiendo con pluma azul en una servilleta. Ni tú
entiendes su español ni ella parece entender tu italiano, pero ni falta que
hace.
Con el nuevo sol se despiden. Un último beso
que acaso anticipa la nostalgia que sentirás,
sin acertar a intuir si ella te
olvidará al caer la tarde o dedicará algunos instantes a tu recuerdo. Ella
entra a dormir y tú te vas a tomar tu tren a Lisboa donde Radel duerme la mona
en el hotel. Por la tarde, con un resacón
de aquellos, vuelan a Milán y de ahí toman tren rumbo a Bérgamo. En
cierta forma, el resto de tu vida ha comenzado ese día.