Eterno Retorno

Thursday, October 19, 2023

Muerte sin fin de una obstinada muerte

 


No tengo un gran kilometraje como lector de poesía, pero esperar el amanecer leyendo Muerte sin fin de José Gorostiza es un ritual alucinante. Y vaya amaneceres los de otoño, envueltos en un abrazo de densísima niebla.

Las siluetas de halloweeneras me miran desde la ventana como un “desplome de ángeles caídos”, la red neuronal es una playa aún mojada por el océano surrealista de la duermevela y mi cabeza está particularmente receptiva a la idea de estar “sitiado en mi epidermis por un dios inasible que me ahoga” con las “alas rotas en esquirlas de aire” navegando por el “río hostil de mi conciencia”. “Reloj de cristal de roca”, le llamó Octavio Paz a este poema. Capturar el absoluto en vaso de licor pagano, le llamo yo.

Miren colegas, yo soy un ignorante en materia de poesía, pero Muerte sin fin es un poema capaz de volarme la cabeza y abstraerme como pocos. Sus interpretaciones pueden ser múltiples, pero su atmósfera e imágenes son contundentes.  Es un pura lírica en crescendo, una montaña rusa. La sensación es como estar escuchando el 2112 de Rush o Starway to Heaven de Zeppelin.

Gorostiza escribió muy poco a lo largo de su vida, pues sus quehaceres como funcionario del servicio exterior lo absorbían, pero allá por 1938, durante una temporada de blancas noches enfermizas en las “desapacibles úlceras  del insomnio”, inmerso en una “febril diafanidad tirante”  fue suficiente para crear uno de los poemas más ambiciosos y complejos del Siglo XX mexicano. Me recuerda esa ficción de César Aira llamada Varamo en la cual un apocado burócrata panameño escribe en una noche un poema total, “muerte sin fin de una obstinada muerte”.