Pocos medios han sabido surfear con éxito las bravísimas olas de la era digital
No puedo dejar de interpretar como una señal premonitoria
la muerte de Proceso como semanario y su forzada e incierta mutación a una
periodicidad mensual. Es el fatal cruce de un umbral hacia una nueva era
marcada por un río muy revuelto en donde hasta ahora muy pocos pescadores
ganan, pero donde hay por herencia decenas de miles de damnificados. El tren
bala de nuestra era corre desbocado sin aparente maquinista, pasando de largo
por las últimas estaciones donde una multitud de colegas de oficio han quedado
varados. En materia de medios de comunicación no solo cambiaron las reglas del
juego, sino que cambió por completo el juego que jugamos y no muchos se adaptan
a las nuevas coordenadas, si es que las hay.
Para intentar comprender esta violenta metamorfosis,
analizo fríamente mis propios hábitos de consumo como lector. Durante
muchísimos años fui un comprador compulsivo de revistas, principalmente de
historia, literatura, política, fútbol y metal. Proceso era de las que nunca
faltaban. Semanario Zeta tampoco. Era una suerte de ritual de fin de semana que
aguardaba con ansias de develar la cara oculta de lo que prensa oficialista
callaba u omitía. En mi juventud sus reportajes eran todavía un trancazo que
sacudía entrañas. ¿Cambié yo? ¿Menguó la calidad de las publicaciones? Fue una
metamorfosis mutua, pero sobre todo metamorfosearon las circunstancias y el
espíritu de la época. ¿Hace cuánto no compro un ejemplar de Proceso? Ya en la
última década solo compraba sus ediciones especiales temáticas, pero creo que
la más reciente la adquirí hace más de seis años. ¿Hace cuánto no compro un
ejemplar impreso de Zeta? No exagero si les digo que desde la muerte de
Blancornelas.
Pocos medios han sabido surfear con éxito las bravísimas
olas de la era digital. Si hablamos de prensa en español, creo que el ejemplo
más exitoso es sin duda El País. De hecho, El País es el único medio digital
por el que pago una suscripción. Con ese me basta y no pienso pagar otra y no
porque no me alcance el dinero, sino porque todavía no se inventan los días de
34 horas y no puedes empeñar la vida entera en leer toda la prensa que recibes
diariamente. El gran dilema de la época es que estamos saturados, desbordados e
infestados de información. Entrar a Twitter cada mañana es como ver pasar
frente a ti a una parvada de 10 mil pajarracos graznando y desplumándose. Un
millón de noticias, artículos, videos, podcasts. Lo más complejo de la era
actual es elegir y depurar entre toneladas de información gratuita. No pocos
colegas realmente talentosos están haciendo cosas muy interesantes en la red.
El verdadero dilema es cómo poder ser visibles en un entorno con semejante
infestación informativa. Lo paradójico es que nunca como ahora ha sido tan
necesario el buen periodismo. Ante la imparable epidemia de noticias falsas o
de sitios informativos chatarra en donde las notas están escritas con las patas
exultando con desparpajo una redacción y ortografía miserables, uno aprecia en
verdad el buen periodismo. El gran dilema es cómo hacerlo rentable.
El reto de las universidades es inmenso, pues creo que
hoy en día ya no basta con formar periodistas éticos y profesionales, sino que
debes además profundizar en preparar colegas capaces de surfear la ola de la
modernidad digital y entenderle al crucigrama del nuevo modelo de negocios.
Hacer rentable un medio de comunicación en medio de esta caósfera es la madre
de todas las batallas y la agonía de Proceso me recuerda que son muchos los
buenos periodistas que están perdiendo esta guerra.
PD- “Cierro los ojos e imagino que los veo caminar por
Paseo de la Reforma una tarde de julio de 1976 entre los puestos de revistas,
luciendo trajes de antaño, con las yemas de los dedos marcadas por tanta tecla
de máquina ruda. Son ellos, los guerreros prófugos del sabotaje echeverrista al
diario Excélsior, quienes ese verano están marcando un antes y después en la
historia de la libertad de expresión en México. Son Julio Scherer, Vicente
Leñero, Abel Quezada, Enrique Maza, Miguel Ángel Granados Chapa, José Emilio
Pacheco, Gastón García Cantú, Carlos Monsiváis, Froylán López Narváez y otros
fieles que han decidido consumar un digno éxodo. Abandonan la “esquina de la
información” en Reforma de donde han sido arrojados a la calle por la operación
de la mafia presidencial que en una mañosa asamblea logró encumbrar a Regino
Díaz Redondo a la dirección del diario. Esa tarde aún no lo saben, pero los
pasos de Scherer y los suyos apuntan rumbo a la Colonia del Valle donde
levantarán una nueva trinchera en la calle Fresas.
A veces imagino que bebo café en esa redacción mientras
escucho sus charlas de trasnochadores en un lenguaje que ante los jóvenes
nativos digitales que debutan como reporteros en 2015 resultaría una
extravagancia. Me sumerjo en mi hemeroteca personal para deleitarme con su
elegancia prosística en desuso y de pronto los veo convertirse poco a poco en
sombras, fantasmas de una era del periodismo que se nos está yendo para siempre
y de la que Federico Campbell formó parte”. (Fragmento
de El Lobo en su Hora)