Adiós Milan
El universo Kundera fue mi templo y mi altar literario a mediados de los
90. Si conviviste conmigo cuando yo tenía entre 18 y 22 años, lo más posible es
que me hayas encontrado con un libro del checo en la mano. Entre sus
páginas encuentro
boletitos de camiones urbanos regios y apuntes universitarios. Empecé con El
libro de los amores ridículos por recomendación de un maestro que teníamos en
el Albatros a quien llamábamos El Tex, pero la verdadera sacudida ocurrió
cuando leí La insoportable levedad del ser a los 17 años. Yo iba abandonando la
adolescencia y francamente me voló la cabeza. Fue la primera novela filosófica,
psicoanalítica, ensayística, onírica y elegantemente erótica que leí en mi
vida. La primera gran explosión del arte mayor de la novela moderna en mi
entonces joven cabeza. La novela se la tomé prestada a mi tía Patricia
Basave, (un préstamo de más de treinta años) en colección Andanzas de TusQuets,
1989, segunda reimpresión mexicana. Desde entonces me leí absolutamente todo
Kundera.
Particularmente fascinante me pareció La vida está en otra parte y El libro
de la risa y el olvido. Sí, el recuerdo de aquellos años tiene para mí un
inocultable tufo kunderiano.
Hay narradores capaces marcar un momento de la vida y Kundera fue uno de ellos.
¿La vida está en otra parte? Mientras los demonios sueltos de aquellos años
hacían brotar las aguas negras del sistema político mexicano, mi mente
deambulaba por la Praga de los sesenta diseccionando la filosofía de la
historia en el doblez de un gesto erótico. Yo trabajaba entonces en librería
Castillo y tuve oportunidad de entrarle de lleno a su obra completa. Podría
hablar de lo que cada libro de Milan significó en mi vida, de que el primer
texto literario que publiqué en Baja California hace casi años, fue un ensayo
sobre su obra La ignorancia en la revista Arquetipos del Cetys a invitación de
Patricio Bayarado. Podría hablar de la helada mañana de noviembre de 2004
en que Carol y yo fuimos a parar a la nevada estación de su natal Brno cuando
íbamos en ruta hacia Austria, pero inevitablemente me puse a pensar en cómo
narraría el checo los absurdos y las terribles contradicciones de esta época de
vocación totalitaria en donde parece haberse perdido el sentido del humor y en
donde los tribunales inquisitoriales y los talibanes de las redes emprenden
juicios sumarios y dictan sentencias de muerte. Kundera supo anteponer la
ironía y los múltiples dobleces del erotismo frente al espectáculo de la
política y sus equívocos; la complejidad e ingobernabilidad del amor frente a
la máquina totalitaria y la muerte de la broma, petrificada en la falsa sonrisa
del realismo socialista.
“El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados, sólo puede intuir y
adivinar lo que de verdad está viviendo; y después, cuando le quitan la venda
de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál
era su sentido”. Se fue
uno de mis narradores tótem, de los que marcó la temprana juventud. Mi camino
de vida como lector no habría sido el mismo sin Kundera. Salucita Milan.
Karenin ya está listo para ayudarte a cruzar al Río.