Tiempo de comer ese guajolote en la sierra
La
narrativa oral es un don y creo que el mexicano que mejor empleó su voz para
narrar historias fue Ignacio López Tarso. Más allá de sus películas y de la
inmortalidad de Macario, lo que verdaderamente influyó en mi vida fueron sus
discos en donde magistralmente narraba pasajes de la Revolución. Si tuviera que
elegir uno, me quedo con Emboscada a la Constitución, muerte de Carranza que
escuché cientos de veces siendo niño. Qué manera tan canija de hacerte vivir
las últimas horas de don Venustiano, la furtiva cabalgata por la sierra, el
encuentro con el traidor Rodolfo Herrero, la tormenta cayendo sobre
Tlaxcalantongo, los asesinos cubiertos por las sombras de la madrugada
preparándose para abrir fuego sobre el jacal. La inflexión de voz, las pausas,
las exclamaciones. Tacho López Tarso te hacía parte del relato. Hay frases
suyas que suelo repetir en mi vida cotidiana. El lado B del disco era Al fragor
de la metralla, el relato del Pulgo Güero y su mamacita, la picaresca y jocosa
historia de un pobre campesino y su madre que accidentalmente acaban formando
parte de la División del Norte. Imperdible también el rulfiano Gallo de Oro y sobre
todo el negrísimo humor de la Maquinita, que Iker sabía declamar cuando era
pequeño. En fin Maestro, Macario siempre lo supo: “Cuando nacemos ya tenemos
nuestra muerte escondida en el hígado, o en el estómago, o acá en el corazón,
que algún día va a pararse”. Tiempo de comer ese guajolote en la sierra. Si
hubiera podido pedir un deseo en tu nombre, habría sido que murieras sobre el
escenario. Grande Tacho López Tarso. Qué ganas de tomarme un caballito
mezcalero a su salud.