la todopoderosa prensa francesa deberá compartir su reinado con la máquina de espresso
Un nuevo habitante ha llegado esta casa y lo ha hecho
pisando fuerte. Llegó, como llega casi todo hoy en día, procedente de una
abrupta e ignota Amazonia digital en donde cualquier capricho es posible. Cruzó
la frontera y tocó la puerta envuelta aún en cartón. Carolina la liberó de su
envoltorio e irrumpió entonces su plateado brillo metálico como heraldo de los
placeres por venir.
En el mundo hay leyes eternas e inquebrantables. Una de
ellas es que en este hogar se bebe café todos los días. Uno puede privarse de
muchísimas formas de hedonismo (por ejemplo, durante dos meses y medio del 2023
no había bebido gota de cerveza o whisky y todo transcurrió en chicha calma)
pero el café no debe faltar en ningún día de nuestra vida. Manda decir Balzac que “tan
pronto como el café llega al estómago, sobreviene una conmoción general. Las
ideas empiezan a moverse, las sonrisas emergen y el papel se llena. El café es
su aliado y escribir deja de ser una lucha”. Nada errado que anda el colega
Honorato.
En nuestra cafetalera casa hemos vivido por años
disfrutando la monarquía absoluta de la prensa francesa que hace muchos años
derrocó a la cafetera americana y se transformó en la única dadora y proveedora
del elixir, pero en una lluviosa madrugada, Carol pepenó a la bestia plateada
en el bosque cibernético y ahora la todopoderosa prensa francesa deberá
compartir su reinado con la máquina de espresso.
El girar del engranaje triturando el grano recién molido,
el silbar del agua hervida, el goteo del oscurísimo néctar divino cayendo sobre
la pequeña taza me recuerdan europeos amaneceres.
No te aflijas prensita querida. A diferencia de lo que
sucedió con la máquina americana, tú no perderás tu reinado. Simplemente
pasaremos a una monarquía parlamentaria, un sistema cafetalero bicamaral. Tú
seguirás proveyendo las siete u ocho tazas que me bebo cada mañana, pero la
bestia plateada proveerá el néctar primario que da la bienvenida al nuevo día y
hace girar el engranaje de nuestro mundo.
“Puede que el café sea un veneno, pero debe actuar de
forma muy lenta, porque hace 80 años que lo tomo y me siento muy bien”, manda
decir el buen Voltaire. Bueno, yo llevo más de cuatro décadas bebiéndolo y me
siento de maravilla. Vaya, no lo bebí de recién nacido nomás porque no me lo
echaron en el biberón.