Jueves Santo
A
lo mejor eres un canijo apóstata como yo (y eso está muy bien), pero aunque
seamos caminantes del Left Hand Path, estaremos de acuerdo en que estos días
tienen su esencia inimitable. El Jueves Santo es de cielos pelones, de
horizontes desnudistas, pero al Santísimo Viernes, por aquello de las
crucifixiones y las coronas espinosas, le da por vestir su trajecito de sombras
y sábanas de nubes. Demasiado Dejá Vu en estos días, estampas de algún pagano
Gólgota y un huerto de los Olivos yaciente la penumbra de tu mentirosa
nostalgia, olvidado bajo los manteles de últimas cenas ahogadas en licores
herejes. En diapositivas neuronales desfilan estampas de santos días: extrañas
estar bajo las palmas del Tarraya mirando al Caribe y fundirte en la resolana
del viejo Terrazas Vallarta con su rockola mientras los cetáceos transgreden la
frontera como divinos indocumentados marinos. Llegan flashazos de tus correrías
para pepenar harta cerveza siendo menor de edad en la Isla del Padre; de tu
espalda despellejada tras diez horas de sol en Puerto Marqués; del olor a
sudores petroleros en arenas tampiqueñas; de las capuchas de los disciplinantes
bajo la flama del Vía Crucis zacatecano; de los coras borrados en la Mesa del
Nayar cortando la mata de su monarca treceañero; de Cranes en Austin y el cerro
del Quemado al alba; de Soto la Marina con insolación; Villa de Santiago en
calma chicha y el Golden Gate Park regalando coquetos atardeceres.
Por
ahora nos quedan por herencia ese parámetro de otredad que son nuestras islas,
el omnipresente recordatorio sobre la existencia de mundos paralelos a donde
siempre has querido exiliarte, el símbolo de un más allá asomándose en los
límites de tu mirada.
Islas
mutantes, camaleónicas, tramposas; tan dadas a los disfraces como a las
escondidas. Las islas se saben musas y administran sus dosis de inspiración.
Algo entienden de juegos de seducción y acaso se diviertan con tu delirio en
Jueves Santo.