la primaveral saudade que nos invade
Era un cuerpo muy pequeño, pero albergaba tanto amor y
energía, que ahora el vacío de su ausencia es abismal. Al final Canica pesaba menos de cinco kilos pero su dimensión
en el engranaje de nuestras vidas era absoluta y marcaba la temperatura
emocional del día a día. En esta casa vivió a nuestro lado por trece años. Su
camita en la sala, la puerta de la cocina adaptada para que entrara y saliera,
su plato con agua y comida encarnan la primaveral saudade que nos invade. Ahora
toca ir a recoger sus cenizas, el último vestigio de su omnipresencia.
Después de vivir más de doce años derrochando vitalidad y
energía, la insuficiencia renal y el cáncer comenzaron a hacer estragos en su
cuerpo. Como familia tuvimos la fortuna de poder asistirla y cuidarla durante
el tramo final de su vida, un tiempo en que apenas salimos de esta casa. El pasado otoño estuvo a punto de morir. Contra todos
los pronósticos y desafiando la concluyente sentencia de varios veterinarios,
Canica burló a la muerte un par de veces y su llamita vital volvió a encenderse
para pasar una Navidad más con nosotros, aunque los estragos en su cuerpo ya
eran inocultables. Al final, es imposible no ver en su destino una versión en cámara
rápida de nuestra propia existencia.