Había una vez en América del Norte unos pobres colonos
puritanos que cazaban guajolotes, vendían esclavos y colgaban brujas. Tenían
una sui generis forma de interpretar la Biblia y explicar los sagrados derechos
que decían tener sobre la tierra que
poblaron luego de arrebatársela a los nativos. Eran unos tipos raros estos
colonos, pero allá por 1776 demostraron ser los alumnos más aventajados del
Siglo de las Luces. Su Constitución, promulgada en Filadelfia en 1787, es pura
encarnación del Espíritu de las Leyes de Montesquieu y la doctrina del
Liberalismo Clásico de John Locke. Vaya, es la primera gran Carta Magna del
mundo que llevó a la práctica los ideales de la Ilustración. Estos devoradores
de pavos y cultivadores de algodón, entendieron que la división de poderes es
sagrada, que las leyes e instituciones
están por encima del individuo y que la democracia es el único camino posible. “We
the People”, clamaron y su ley suprema fue promulgada. Vaya, con decirles que
nuestra primera Constitución Mexicana, la federalista de 1824, es una mala
copia en versión católica de la gringa. Los mexicanos adoptamos el federalismo
como un zapato a la fuerza (y pese a las advertencias de mi paisano Fray
Servando) porque creíamos que el camino norteamericano era la ruta hacia la
democracia moderna que en México jamás
pudimos vivir en plenitud. Después
Alexis de Tocqueville los puso como ejemplo en su texto clásico: “La democracia
en América”. Con muchísimos bemoles y “asegunes”, con todo y sus esclavos y su
guerra de Secesión, lo cierto es que estos gringos han respetado a rajatabla
sus cimientos democráticos. Cierto, puritanos al fin, no pueden evitar
contaminar sus instituciones de ridícula mojigatería cristiana, como sus
juramentos oficiales bíblicos o sus compulsivos “in god we trust”o “god bless América” pero lo
cierto es que contra viento y marea y aún inmersos en turbulentas tinieblas, su
democracia y sus instituciones son y han sido intocables. Te pueden caer mal o te pueden resultar
hipócritas, pero deberás reconocer que nunca en dos siglos y medio han caído en
la tentación de entregarle el poder a un rey, a un clérigo o a un dictador que
se perpetúe por décadas. Dos siglos y medio ininterrumpidos de democracia
estadounidense y nunca tan amenazada como hoy en día. El alumno estrella del
liberalismo ilustrado viendo cómo una caterva de descerebrados pisotea sus
instituciones. ¿Mierda es lo que querían? Mierda es lo que tienen Ahí está el
resultado de entregar el poder a populistas megalómanos. Luego no puedes sacarlos y no se van por las buenas. Lo peor no es Trump,
porque él, quiera o no, ya se va al carajo en dos semanas, sino los 70 millones de “magas” y “proud boys” armados hasta los dientes con
los que el Demócrata deberá gobernar. Nunca tan polarizados y tan al borde de
la guerra civil en la casa del vecino. Cause for alarm, dirían mis queridos
jarcoreros de Agnostic Front. En fin: si ves las barbas del vecino cortar…