Redes duermeveleras
Una fila fronteriza y un magnicidio en
puerta. Bikers británicos made in
Bukinham Palace. Al parecer la reina misma montaba una Harley e intentó
ganar la fila a la mala frente a la caseta en donde fue rechazada. Una conjura
de rusos y británicos en donde Lemmy es a un tiempo zar y magnicida anarquista.
Navegaba en un barquito de filibustera fiesta estilo Hotel Bahía y no me queda claro si la carta de navegación
señalaba la ruta del Támesis o la del Pacífico ensenadense a la altura de
Salsipuedes. Un migra jijoeputísimamadre (¿no es pleonasmo?) se pone en plan de
inflexible perro guardián. Desperté as las 5:30 sin agua en el buró. Noviembre afila sus fauces.
Sucedió
en Nueva Orleans. Avión, camionazo, concierto, travesía en puerta. Debía viajar a una ciudad
del sureste de Estados Unidos donde tomaría un Greyhound para acudir a una suerte
de OzzFest o un aquelarre similar cuyo line up no me seducía. Recuerdo el
avión, sobre todo el avión, volando bajo mientras yo reparo en lo aleatorio e
improbable de volar, en la real posibilidad de desplomarnos y los mil peligros
que te circundan cuando yaces suspendido en el aire. Aterrizar en New Orleans,
deambular a la deriva por una pasaje de caoba hipster y cafecitos starbuckianos
rodeado de tiendas de discos y librerías como las de Washington, un lugar
perfecto para comedia romántica gay y había (en lo que supongo era Bourbon
Street) una negra con voz de María Conchita Alonso cantando reggae en español.
Del toquín metalcorero y el camionaxo ni sus luces.