Oscura democracia
Empiezo a escribir este texto al anochecer del martes 3
de noviembre. Frente a mí un mapa de Estados Unidos dividido en azul y rojo. El
conteo de votos avanza en forma angustiante y progresiva. Por ahora la moneda
está en el aire. He leído a no pocos intelectuales estadounidenses, entre ellos
mi admirado Paul Auster, quienes afirman
que su país está tan roto y enemistado como no lo estaba desde 1861, cuando
estalló la Guerra de Secesión. El encono, la desconfianza, la vil rabia brutal y descarnada parecen sentar
sus reales en la añeja y sui generis democracia norteamericana cuyos criterios
de conteo y valoración de votos siguen pareciéndome anacrónicos e impropios del
mundo moderno. Resulta cuando menos cuestionable que sea siempre Florida y los
intereses muy particulares de un puñado de estados quienes definan el rumbo de
la democracia más influyente del planeta. Estados Unidos es en este momento el
espejo y el termómetro de un mundo
enfermo. La polarización parece ser la regla y no la excepción en las
sangrantes democracias del mundo occidental. En lo personal no tengo una buena
razón para desear que gane Joe Biden pero tengo muchísimas razones para desear
que pierda Donald Trump. Biden no me produce nada, pero Trump me produce un
profundo asco. Biden me parece un candidato gris y pusilánime, un café
descafeinado, una cerveza sin alcohol, pero Trump me resulta un vomitivo, un
insulto a la injuria, un escupitajo. Tal vez lo podría resumir en un solo
concepto: decirle no a la reelección de Trump significa rechazar la tendencia
populista y totalitaria que infecta a no pocas democracias, incluido México. La
política de la adoración ciega, del estás conmigo o estás contra mí, la
perorata que ve como como a un indigno enemigo a todo aquel que se atreva a
disentir o cuestionar. Cerrarle el camino a esa clase de liderazgo significa un
soplo de vida para los liberales del mundo, un poco de luz al final de un túnel
que apesta a fascismo.
Más que una elección
entre dos proyectos de nación, parece un plebiscito limitado al sí o al no, la aceptación
o el rechazo de la peor clase de líder que ha gobernado una democracia occidental
desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Biden es simplemente la pared de
rebote. Los comicios parecen ser un gran examen de conciencia a la nación estadounidense.
Trump significa el triunfo de discurso del odio, el culto a la personalidad, el
barato populismo, las energías sucias, el cristianismo retrógrada e intolerante,
el racismo cada vez más descarado. Por lo que a Biden respecta solo puedo decir
que me identifico en su filia por la ciencia, el respeto a las minorías, la agenda ecologista y laica. No sé a ciencia
cierta qué podemos esperar de él, pero sí sé que un alto al trumpismo significa
un acto de dignidad, un rayito de esperanza en tiempos oscurísimos. El conteo sigue su marcha. Nos espera una
larga madrugada.