Eterno Retorno

Monday, December 30, 2019

Las infinitas posibilidades de un final abierto (cuidado, este capítulo contiene spoilers)

Si tú no estás ahí, de la banda española Barón Rojo, es una de las mejores baladas heavys de toda la historia. El ‘ultimo estribillo de la canción repite obsesivamente "no habraaaá finaaal”. Pues bien, ese “no habrá final” es aplicable a muchas de mis narraciones. Dice Horacio Quiroga que las primeras y las últimas tres líneas de tu cuento son las más importantes. Tengo mis dudas. No creo que sean necesariamente equiparables, o al menos no en mi forma de trabajar. Por lo que respecta al fraseo y la contundencia de las palabras doy más importancia al arranque. El primer párrafo es un trancazo seco y directo, al punto, pero en el final me permito una suave ráfaga de viento. La frase “y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido” de Joaquín Sabina podría ser aplicable a muchos de mis finales. Sí, lo admito: tengo una inocultable tendencia a los finales abiertos. Claro, hay excepciones, pero la mayoría de mis cuentos suelen acabar en puntos suspensivos. Si mi regla no escrita del arranque es que en el primer párrafo debe habitar el centro neurálgico del cuento, mi regla no escrita del cierre bien podría decir que el último párrafo debe invitar a un hipotético lector a que sea él quien escriba la secuela del relato. Muchos de mis relatos están diseñados para tener segunda parte. Dejo al personaje a la deriva, dejando que seas tú quién imagine que le va a pasar. Hay historias cuya razón de ser es desembocar en un final sorprendente, casi orgásmico. Pienso en el relato policiaco tradicional estilo Agatha Christie con su teoría de la habitación cerrada. Cada párrafo te va a acercando a la resolución de un misterio y solo hasta el final sabrás que el asesino es el mayordomo. Como yo suelo ir al grano desde el primer párrafo y en muchos casos empiezo por el final, la secuencia del relato solo pretende ir desentrañando las razones por las que llegamos a ese desenlace. Hago un resumen de mis finales y reparo en que casi nunca cierro el relato con candado. “Y una noche más caerá sobre el resto de mi vida, que seguirá como siguen algunas cosas absurdas” es el final de Saurio Sangrante, donde al final no sabemos si la pierna es finalmente cortada. Asumimos que sí, pero acaso algo pueda ocurrir camino al hospital. “Y sigues deshojando, una flor tras otra, sabiendo que en esta vida tan marra e hija de puta ya no te restan muchas cosas por hacer”, leemos al final de Corona de muerto en donde no sabemos si Acadio Borregastre será finalmente asesinado o si lo dejarán plantado, deshojando su propio arreglo fúnebre. Lo mismo pasa en Dispárenme como a Blancornelas cuya frase final es “pronto será noche cerrada en Tijuana”. Muy alta es la probabilidad de ser plantado por los sicarios que contrató para garantizarse una muerte heroica. “La única certidumbre que me queda en esta vida es la de poder reconocer a mi princesa persa entre un millón de seres humanos”, es el final de Ella es nabokoviana, donde el personaje se marcha al aeropuerto a bordo de su carcacha para esperar a Lila Azam sin saber si vendrá o lo dejará plantado. “Desde la gasolinera observan la camionetita hacerse sustancia de niebla y correr por la oscura avenida en viaje hacia el final de la noche, en donde quiera que ese improbable sitio se encuentre”, es el final de Entreveros de Rendichica. Cualquiera de estas historias admite perfectamente una segunda parte. “Su primera noche sin mañana ha caído sobre la frontera”, es el final de Juglar del Bordo, cuando Tello recoge del piso los ejemplares de la última edición de la historia del periódico El Bordo. Al final siempre hay un camino abierto y la aleatoriedad, el destino o esas deidades tan jijas de puta pueden hacer de las suyas.