Algo debemos agradecerle a los padres tiránicos o ausentes: la sublime y desgarradora literatura que han inspirado. Desde Hamlet a Pedro Páramo para que vayamos calando la calidad de la melcocha. La sombra del padre hace de las suyas en Dinamarca y en Comala.
La historia nos ha mostrado no pocas veces cómo un padre aborrecible puede inspirar una catarsis narrativa. Muy a menudo los monstruos paternos acaban - contra su voluntad- moldeando a geniales escritores. Pregúntenle a Kafka, Vargas Llosa, Federico Campbell, Paul Auster o a Joel Flores, por mencionar solo un quinteto. Los cinco están hermanados por la presencia de un progenitor fallido, a veces frío, otras descaradamente cruel, melancólico, errático, alcohólico o simplemente ausente. La lista en realidad es inmensa y creo que no acabaría nunca. Borges y Kureishi debieron lidiar con crepusculares progenitores que vieron florecer en sus hijos el talento literario que a ellos siempre se les negó; Bukowski (al igual que otros cientos) padeció a un desempleado golpeador; Philip Roth encuentra su lugar en la vida al cargar con la cruz del padre moribundo. Son legión los que padecieron a un alcohólico y mejor ahí le paramos.
La creación literaria es un infructuoso intento de armisticio con nuestros demonios y éstos a menudo habitan en un limbo amarillento llamado álbum familiar. Escribir es rajar con un bisturí la caja negra del subconsciente; dejar que una herida, en apariencia cicatrizada, vuelva a sangrar. Esa sangre invisible materializada en tinta puede hacer catarsis. En las dinámicas de constelación impulsadas por el alemán Bert Hellinger, la familia entera representa un sistema. A los padres se les honra, pero también se les carga y se les padece.
Si tuviera que elegir dos libros cuyo tema central es la relación padre-hijo, me quedo con La carretera de Cormac McCarthy y El olvido que seremos de Abad Faciolince. El primero, contado desde los ojos del padre, lo leí cuando Iker acababa de nacer y de pronto me sacudió como una revelación lo que significa la misión de proteger a tu retoño en medio de un mundo hostil y devastado. El segundo, contado desde los ojos del hijo, representa acaso la forma en que yo quisiera ser recordado como padre, si es que a uno le fuera dado elegir su posteridad.
Supongo que uno escribe sobre aquello que le genera bronca y le pica el buche como un diablo terco. Escribir es exorcizar cheneques, pero yo (creo) no tengo nada que exorcizar. Nunca he sentido el impulso ni la tentación de escribir un solo párrafo sobre mi lugar como hijo ante la sombra del padre. Simplemente no me inspira ni me mueve. No tengo nada que agradecer ni que reclamar. Supongo que llevo la fiesta en paz, porque hasta ahorita ni un mostrenco parrafito me han inspirado.
Sunday, June 16, 2019
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