El suicidio de Armando Vega Gil es acaso la corona de espinas o la tristísima gota que derrama un vaso de mierda y me hace ahora sí arrojar sin rodeos algo que traigo desde hace algún tiempo atorado en la garganta y en el alma: Odio el espíritu de esta pinche época intolerante y ya no soporto este mórbido Zeitgeist que todo lo corroe. De verdad, a veces dan ganas de bajarse de este barco, largarse del ágora digital y volverse un ermitaño.
Parece que mil y un traumas y complejos están saliendo a la superficie y dan como resultado una turba con vocación de inquisidores, de guardianes de lo políticamente correcto, de eternos ofendidos que ante cualquier gesto exigen hoguera y lapidación. Creo que Armando Vega Gil es una víctima de eso.
De pronto, un montón de colegas a los que consideraba racionales, críticos e inteligentes, se transformaron en ciegos adoradores de un caudillo ególatra e intolerante con vocación de predicador evangélico.
A la par, un buen número de mujeres han optado por crear una suerte de orden talibán de odio eterno al género masculino. Me preguntan qué pienso del #MeTooEscritores. Solo puedo decirles que me da una inmensa hueva. Hay una gran cofradía de escritoras que han decidido transformarse en algo así como yihadistas del aborto y promotoras de la lapidación a cualquier sospechoso de mínimas filias heteropatriarcales. Y no, por favor no se me confundan ni saquen sus rocas para apedrearme: yo también estoy totalmente a favor de la legalización del aborto y detesto el machismo, pero es patético ver tantas colegas que se han quedado sin otro tema de conversación y (lo que es más grave) que han perdido por completo el sentido del humor.
Sí, me parece excelente que se hayan atrevido a señalar con nombre y apellido a más de un ridículo picaflor otoñal y que hayan puesto en su lugar a unos cuantos machitos petulantes que acumulan decenas de denuncias, pero también creo que en este rebaño literario sobran las borders resentidas que piden a gritos un poco de atención y reconocimiento. Creo que esa es una de las razones por las que he sido más o menos reacio a la convivencia festiva entre escritores. Llevo 20 años felizmente casado y mis mayores diversiones suelen ser con mi familia. Nunca, por cierto, he tenido una novia o compañera escritora o periodista. Puedo tener una gran admiración profesional por muchísimas colegas de oficio, pero para nada me hubiera gustado tener a alguna como pareja. Ya con un loquito basta en el hogar.
No sé si estoy idealizando el pasado, pero creo que hubo un tiempo en que las relaciones interpersonales eran más sencillas. Salías, bebías, ligabas y convivías sin hacerla tanto de pedo, sin que tanto trauma y tanto odio flotara en el ambiente. Fue más simple y divertido ser joven en los 90. Hoy todo mundo sale con el escudo de sus ismos y de sus respectivas intolerancias, ofensas y resentimientos. Sin conocimiento alguno de causa, creo que Armando Vega Gil es víctima inocente de esta nueva inquisición.
Monday, April 01, 2019
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